AAVV - Turismo de interior en España

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Turismo de interior en España: краткое содержание, описание и аннотация

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El turismo en los espacios interiores se ha revelado como un activo para poner en valor los recursos naturales y socioculturales del territorio. El presente libro muestra cómo iniciativas de desarrollo endógeno, vinculadas a nuevos productos turísticos, son dinamizadoras de espacios interiores en España. El estudio incorpora una visión actualizada y ampliada de las dinámicas que se están produciendo en los territorios de interior y cómo el turismo puede contribuir a la dinamización de dichos espacios. Esto se concreta en 12 casos del territorio español que, a partir de productos turísticos innovadores, muestran la capacidad de poner en valor los recursos culturales, patrimoniales y naturales del territorio. En cada una de las zonas se identifica la presencia de un determinado producto turístico que puede contribuir al desarrollo local y permite identificar la evolución del territorio.

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Una de las definiciones más recientes es la de Du Cros y McKercher (2015), quienes afirman que el turismo cultural ayuda a poner en valor el patrimonio de los destinos, transformándolo en productos que pueden ser consumidos por los turistas. Sin embargo, esta definición no tiene en cuenta la situación actual de la comunidad visitada, por lo que Smith (2015) concluye que el turismo cultural es una actividad íntimamente relacionada con el patrimonio, el arte y la cultura de una determinada comunidad, de modo que el visitante se beneficia simultáneamente del consumo de nuevas experiencias de naturaleza educacional, creativa y recreativa. El mismo autor señala que el turismo cultural comprende, aunque no exclusivamente, una diversidad de tipologías, tales como: turismo del patrimonio (visitas a lugares que poseen un patrimonio monumental –castillos, palacios, edificios emblemáticos, monumentos–, arqueológico, arquitectónico, museológico, urbanístico y religioso); turismo del arte (visitas a teatros, museos, salas de conciertos, galerías, festivales de música u otros, carnavales, eventos culturales, sitios literarios); turismo creativo (pintura, escultura, cerámica, canto, danza, fotografía, diseño, moda, actividades audiovisuales); turismo cultural urbano (ciudades históricas o industriales, acondicionamientos de la franja litoral urbana, arte escénico, zonas comerciales, restaurantes, bares y cafeterías, vida nocturna); turismo cultural rural (pueblos, granjas, masías, ecomuseos agrarios y/o ganaderos, paisajes culturales rurales, naturaleza, parques nacionales, gastronomía-productos alimenticios y cocina autóctona, cata de vinos y otras bebidas); turismo cultural indígena (paisajes culturales, pueblos tribales, etnias minoritarias, centros culturales, artesanía, ferias, fiestas, folklore y cultura local); turismo cultural urbano étnico (guetos, favelas, chabolas, barrios judíos, barrios árabes, barrios chinos, barrios bajos, barrios homosexuales, etc.) y turismo cultural experimental (parques temáticos, restaurantes tematizados, conciertos de música moderna, eventos deportivos, localizaciones de películas y series de TV, centros comerciales, peregrinaje religioso, aprendizaje y práctica de idiomas, etc.). Vista la amplitud de la definición, en nuestro estudio consideramos que el turismo cultural abarca las actividades y visitas relacionadas con la expresión cultural de un territorio.

La globalización del turismo implica, por un lado la estandarización de las actividades y experiencias culturales junto con la demanda diferenciada de los turistas (Williams y Lew, 2015). En esta línea, Silberberg (1995) clasifica a los turistas culturales en cuatro tipologías diferentes, según sus motivaciones individuales. A saber: a) los que están fuertemente motivados por los aspectos culturales del viaje y lo realizan para satisfacer esta motivación; b) los que tienen una motivación cultural parcial para realizar el viaje y su motivación principal no es el consumo cultural, aunque lo hacen aprovechando la estancia; c) los que no tienen una motivación cultural para realizar el viaje, pero que aprovechan su estancia para realizar diversas visitas culturales; y d) los que viajan por otros motivos pero que a lo largo de su estancia pueden visitar algún espacio cultural o algún evento significativo.

Por su parte, Jansen-Verbeke (1997) realiza una segmentación de los turistas culturales según la intensidad de su relación con la cultura, distinguiendo: 1) Turistas con motivación principalmente cultural para realizar el viaje; 2) Turistas con aspiración cultural, que aunque visitan destinos con notoriedad cultural rara vez repiten; 3) Turistas de atracción cultural que visitan el destino por motivaciones no culturales pero aprovechan el viaje para realizar alguna actividad cultural. Asimismo, Hughes (2002) realiza una clasificación similar a la de Silberberg, pero señala que los turistas culturales pueden focalizar su visita en diferentes aspectos de la cultura, tales como su dimensión histórica o las experiencias locales. McKercher (2002) categoriza los turistas culturales teniendo en cuenta el nivel de compromiso y profundización deseado con el consumo de la experiencia, clasificándolos en: 1) Turista de propósito cultural, cuya principal razón para realizar el viaje es conocer otras culturas; 2) Turista que visita lugares de interés turístico, cuya motivación es el conocimiento de otras culturas pero su experiencia, a diferencia del tipo de turista anterior, es menos profunda y se encuentra más orientada al entretenimiento; 3) Turista cultural casual, cuya motivación cultural es débil en la elección del destino; 4) Turista cultural ocasional, que no tiene el turismo cultural como motivo del viaje; 5) Turista cultural atípico, que sin pensar en el turismo cultural en la elección del destino, termina disfrutando de una experiencia cultural profunda.

A su vez, Dolnicar (2002) indica que los turistas de los distintos países tienen diferentes intereses culturales e identifica nueve tipos de turistas culturales según su grado de participación en las actividades propuestas: 1) Participantes de viajes culturales estándar, que invierten su tiempo en el destino de forma colectiva realizando compras y visitando museos y monumentos turísticos sin prestar atención a otras atracciones culturales. 2) Fanáticos de la cultura. Superactivos, que quieren verlo y hacerlo todo. 3) Turistas culturales inactivos. Lo contrario al caso anterior. 4) Amantes de la excursión organizada. 5) Interesados en los eventos culturales locales y regionales. 6) Exploradores de la cultura, a los que les interesa lo «organizado», y realizan las mismas actividades culturales que los turistas del tipo 1. 7) Amantes de los espectáculos (teatro, musical y ópera), aunque también realizan otras actividades culturales en el destino. 8) Participantes «superpreparados» del viaje cultural. Realizan viajes organizados colectivos y les interesan las exposiciones y los grandes eventos. No buscan entretenimientos como las compras. 9) Turistas culturales organizados. Participan en viajes organizados, que comprenden visitas a museos e hitos de interés turístico. Realizan compras pero no suelen asistir a espectáculos.

En base a esta amplia diversidad, Du Cros y McKercher (2015) sugieren que el mercado está dominado por los turistas culturales casuales e incidentales, no siendo la cultura la motivación principal del viaje y utilizando parte de sus vacaciones para la relajación, recreo o hedonismo, de manera que los grandes operadores turísticos ofrecen paquetes donde combinan las actividades recreativas con las culturales. Así pues, siguiendo a Smith (2015), los turistas culturales pueden categorizarse de diversas formas, teniendo en cuenta su motivación, el tipo de actividades a realizar, su género, su edad, su estilo de vida, su nivel cultural, su poder adquisitivo, el tipo de experiencia a realizar y el tipo de turismo. No se puede olvidar que nos encontramos ante unos turistas ampliamente informados, que desean realizar las visitas de modo independiente y conocer la vida «real» de las comunidades locales e interactuar con ellas (Williams y Lew, 2015).

En conclusión, podemos constatar la diversidad de motivaciones que impulsan a los turistas a consumir la cultura de un territorio y reflejar que no todos los turistas culturales manifiestan el mismo grado de interés por la cultura. Por ello, los territorios pueden ofrecer un amplio espectro de actividades culturales para cumplir con las diversas motivaciones de los turistas.

Seguidamente es necesario abordar las complejas relaciones entre el turismo cultural y el patrimonio, teniendo en cuenta que según Smith (2015) éste incluye las atracciones de: patrimonio edificado (ciudades, lugares y edificios históricos, arquitectura, arqueología, monumentos); patrimonio natural (parques nacionales, litorales marítimos, cuevas, fenómenos geológicos); patrimonio cultural (artes, festivales, eventos tradicionales, museos, conciertos, artesanía, etc.); patrimonio religioso (catedrales, santuarios, monasterios, iglesias, ermitas, mezquitas, rutas de peregrinación, memoriales religiosos, sinagogas, templos budistas, cementerios, etc.); patrimonio industrial (colonias, fábricas, minas); patrimonio militar (castillos, campos de batalla, murallas, campos de concentración, museos militares, memoriales de caídos en guerra o en la represión) y patrimonio artístico o literario (casas, jardines, paisajes asociados con artistas y escritores y/o sus obras). Ahora bien, el patrimonio no solamente está compuesto por recursos tangibles sino también intangibles, como las tradiciones orales, la artesanía local, la lengua, la música y los bailes tradicionales, las prácticas sociales, los rituales y los eventos festivos y el conocimiento y las prácticas relacionadas con la naturaleza y el Universo (Figura 1).

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