1. En el caso del periódico de opinión La Pensadora Gaditana (1786 [1764]: t. IV, 79-102), el capítulo (o «Pensamiento») XLIII, que discurre sobre «Qual es el mejor modo de hablar su propio Idioma», es un ejemplo de la importancia que la supuesta autora, bajo el también supuesto pseudónimo de Beatriz Cienfuegos 3, concede a la interacción verbal (o retórica interpersonal según Leech, 1998 [1983]: 61) en la sociabilidad humana:
[…] debemos todos poner el mayor cuidado en nuestras conversaciones, así familiares, ó privadas como las públicas, destinadas para el común adelantamiento de nuestros intereses (Cienfuegos, 1786 [1764]: 80).
La última frase («destinadas para el común adelantamiento de nuestros intereses») deja entrever el concepto de «intención» que por parte del hablante se supone en el origen de cualquier tipo de discurso, y que dos siglos después llevó a Leech (1998 [1983]: 59) a hablar de los objetivos o funciones de los enunciados en el marco del intercambio conversacional 4. La siguiente cita revela cuál es la intención última que, a juicio de «La Pensadora Gaditana», alberga el hablante con su discurso:
Casi todos los que se hallan bien educados se empeñan laudablemente en adquirirse un brillante estilo para hacerse entender, y ponen todo su estudio en manejar con destreza su Idioma para ser aplaudidos, y estimados (Cienfuegos, 1786 [1764]: 82).
Ese propósito del emisor de «ser aplaudido y estimado» gracias a su educada conversación es una idea también compartida por quienes, más recientemente, se han ocupado de los principios de la conversación y la cortesía verbal. Así, Brown y Levinson (1987: 13), tras determinar que las personas tienen una negative face (= imagen negativa , esto es, el deseo de no ver impedidos sus actos por otras personas) y una positive face (= imagen positiva , es decir, el deseo de que sus actos sean aprobados hasta cierto punto por los demás), concluyen que, para respetar y mantener esa imagen –positiva o negativa– a la que, por su carácter universal todos somos acreedores, y a fin de lograr una estabilidad en sus relaciones sociales, los interlocutores desarrollan las apropiadas estrategias de cortesía: de ahí la distinción que en seguida establecen entre positive politeness (= cortesía de solidaridad , o conjunto de estrategias lingüísticas que buscan establecer un nexo positivo entre los interlocutores y prevén la atenuación del enunciado a través del mutuo reconocimiento o de la reciprocidad de relaciones amistosas) y negative politeness (= cortesía de distanciamiento , o estrategias lingüísticas que prestan atención a la distancia existente entre los interlocutores para evitar entremeterse en territorio ajeno) (cf. Brown y Levinson, 1987: 101-210) 5. Para el concepto de «imagen», Brown y Levinson se inspiran en Goffman (1997 [1959]: 15), quien, utilizando la metáfora del teatro para describir el comportamiento de las personas en la interacción social, concibe a estas como actuantes que se esfuerzan por transmitir una impresión favorable de sí mismas frente a los distintos auditorios ante los que actúan (familia, amigos, etc.), deseando que los demás tengan un alto concepto de ellas, además de intentar «controlar la conducta de los otros, en especial el trato con que le[s] corresponden». El mantenimiento de esa imagen favorable durante el intercambio comunicativo es el modo de obtener una interacción armoniosa; o, en otras palabras, es la finalidad del uso de la cortesía (cf. Mariottini, 2007: 7).
Un atentado contra la imagen es, justamente, lo que supone uno de los tres «riesgos» o «defectos» calificados por la autora gaditana como «amenazas para el bien hablar», a saber, «las porfias contenciosas sobre qualquiera asunto», puesto que, a su entender, los interlocutores se exponen «á que con el ardor de la porfia se arriesgue la quietud, la amistad, y no pocas veces lo mas estimable, que es la vida» (Cienfuegos, 1786 [1764]: 83-84). Y en seguida se prescribe la receta del antídoto:
Para escusar los peligros de estas porfias, y que las conversaciones de los racionales sean útiles, y provechosas á la misma verdad que se busca, no se han de enardecer las disputas con empeños inconsiderados, ni se ha de procurar hacer valer su dictamen guiado por la pasion propia: todo se ha de olvidar, y haciendo los cargos con moderacion, y blandura, y respondiendo con amor al que se opone, concediendo unas veces desapasionados, y considerando otras prudentes, se descubrirá la hermosa luz de la verdad (Cienfuegos, 1786 [1764]: 86-87).
Se observará, de paso, la referencia a «la verdad que se busca», «la hermosa luz de la verdad» que pretende descubrirse con la conversación, idea coincidente con la supermáxima de la categoría de cualidad («Trate usted de que su contribución sea verdadera») señalada por Grice (2005 [1967]: 525) como parte del principio cooperativo de la conversación («Haga usted su contribución a la conversación tal y como lo exige, en el estadio en que tenga lugar, el propósito o la dirección del intercambio que usted sostenga», según Grice, 2005 [1967]: 524), conceptos más tarde adoptados y reformulados por Leech (1998 [1983]: 147) 6.
Contra el principio de cortesía lingüística , considerado por Leech (1998 [1983]: 51, 140) como un aspecto complementario del principio cooperativo por su continua interacción con aquel, actúa el segundo defecto señalado por Beatriz Cienfuegos: «la costumbre de chanzearse inconsideradamente, y de procurar la diversion agena, á costa de la estimación propia» (p. 89), y ello «sin reparar en los sentimientos de los amigos, ni en que los agravian con sus imprudencias» (p. 94). Tal costumbre se trata, pues, de una acción verbal que, aplicada sin mesura, atenta contra el mantenimiento de la buena relación y entendimiento entre los interlocutores:
Porque las chanzas han de ser como la sal; que ministrada con prudencia en los manjares, los hace sabrosos y gratos al paladar; pero arrojada con inmoderación los exaspera, y los pone displicentes al gusto (Cienfuegos, 1786 [1764]: 92).
De nuevo es el principio cooperativo de la conversación el que se ve incumplido en el tercer «defecto» denunciado por la autora: «la porfiada continuacion de hablar, y mas hablar, sin permitir que otros puedan, proferir una palabra en su presencia» (p. 95). En este caso el locuaz hablante quebranta la categoría de cantidad , en su modalidad negativa («No haga usted que su contribución resulte más informativa de lo necesario»), tal como la formuló Grice (2005 [1967]: 525), y más tarde Leech (1998 [1983]: 51).
Y con la siguiente recomendación finaliza su discurso la «pensadora» ilustrada, insistiendo en ese aspecto principio (= el cuidado de la imagen) que actúa como poderoso regulador de la interacción verbal:
Estos son los defectos que por menos advertidos, y no por esto menos perjudiciales, se deben desterrar de las prudentes conversaciones […]. Guárdese el que quisiere mantener su estimacion, y autoridad de incurrir en semejantes abusos; pues de esta manera será el objeto de la veneracion de todos (Cienfuegos, 1786 [1764]: 100-101).
2. Con mayor profundidad y extensión se ocupa del «buen hablar» Santiago Delgado en sus Elementos de gramática castellana, ortografía, calografía, y urbanidad (1799 [1790]), escritos para los alumnos de las Escuelas Pías 7. Como se hace constar en el título, su última parte es un «Tratado de la urbanidad y cortesía» (pp. 74-109) que consta de 11 capítulos, en 8 de los cuales se hace referencia expresa a la cortesía verbal (cf. Vidal Díez, 2016: 78). Esta se incluye en el marco más amplio de la urbanidad , así definida:
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