Varias Autoras - Las trincheras de los cuidados comunitarios

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Las trincheras de los cuidados comunitarios: краткое содержание, описание и аннотация

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El cuidado comunitario es una buena defensa que tienen las mujeres mayores para resistir los embates de lo que ha significado una vida dedicada al cuidado de los demás: de sus hijos e hijas, de su marido, de sus nietos y nietas, de sus familiares. Esta atención hacia otras personas estructura la vida de las mujeres, condiciona sus tiempos, sus actividades, su participación en la sociedad. Los clubes proporcionan un espacio y un tiempo que las mujeres pueden dedicar a ellas mismas. Comparten actividades, vivencias, deseos y frustraciones; por unas horas abandonan su cotidianidad dedicada a los demás, para ser ellas las protagonistas.

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En ese tiempo, mientras cuidaba de mi mamá, mi hermana con quien también vivíamos, compró una máquina de coser y otra para tejer. Hacíamos chalecos y yo salía a venderlos. En ese tiempo yo tendría unos 30 años. Estuve como seis años, si no recuerdo mal, tejiendo con la máquina y cuidando a mi mamá. A veces yo me amanecía trabajando, me iba sin desayuno, sin almorzar. Pero mi mamá, a pesar de su enfermedad, me seguía ayudando, pues veía a mis hijos que, además, eran porfiados.

Ahora que somos mayores, mi hermana dice que si se muere primero va a dejar unos papeles para que ninguno de los otros hermanos se haga cargo de la casa. Es que en esa casa hemos vivido la mayor parte de la vida. Por esa razón, está dejando a mi hijo mayor de cabecilla, después vengo yo y después vienen mis otros hijos. La verdad es que nadie ha pagado arriendo, nadie ha pagado nada, mi hermana lo ha pagado todo. A veces, cuando he podido, le he pasado plata, lo más, diez mil pesos, pero es que tenía que mirar por mis hijos.

No sé si ser madre ha sido bueno o malo, por todo lo que pasa una. Traer hijos al mundo no era ni una gracia, pero llegaron. Yo me imaginaba la niñez mía para la niñez de ellos y no quería una niñez así para ellos. Mi tranquilidad es que todos mis hijos estudiaron en un colegio. El menor se fue a hacer el Servicio Militar, y cuando volvió le dije que se inscribiera para que terminara primero medio, para que tuviera algo de estudios y poder trabajar. Así que los terminó. Todos terminaron el colegio y continuaron trabajando, porque tenían que trabajar para comer.

Ahora mi hijo menor trabaja en construcción y el otro trabajó hasta los 30 años en una ferretería, pero quedó ciego por una trombosis. Desde entonces su mujer le lava la ropa, le cocina; a veces va a comprar. Lo tratan más o menos, igual, pero no es como que fuera un ciego feliz. Su mujer hace costura en la casa y él cobra jubilación. Él tiene una hija de 24 y una de tres años. Mi hermana les pasó una pieza para que tuvieran todo ahí, el dormitorio y el comedor. Mi hijo mayor tiene cincuenta y tantos. Trabajó haciendo muebles, después trabajó repartiendo cartas, y ahora que quedó cesante ayuda a hacer las bandejas para el almuerzo en el negocio de mi nuera.

A todas mis nietas, ocho mujeres, las crié yo. Cuidé a ocho nietas. Recuerdo que cuando mi nieta mayor tenía hambre, yo no hallaba qué hacer. Yo tenía una vecina que tenía una guagüita, y yo le pedía si podía amamantar a mi nieta también, y la amamantaba. La mamá de ella trabajaba y no le dejaba ni leche. La madre de la otra nieta no, fue distinto. Pero había una nieta tan llorona, la que sigue de la mayor, la que tiene veinticuatro. Todo el día lloraba. Y no de esos llantos que uno pudiera calmarla. A mis bisnietos, no puedo cuidarlos, la mente ya no me da para eso.

Ahora que ya soy mayor, en la semana, me voy donde mi nuera para no estar pasando rabias con mis hermanos en casa. A veces me paso casi todo el día allá. Ella tiene un negocio de comida en la casa, vende desayuno y almuerzo. La ayudo en la mañana, hago los desayunos y, como a las once, empiezo a hacer los almuerzos. Ya en la tarde quedamos de vagas y nos ponemos a ver comedias. Ella duerme y yo veo la comedia. El día miércoles y sábado yo me voy a la feria a vender ropa y productos de Meiggs1, así que esos días no la ayudo; el domingo tampoco. Cuando llego a la feria, mis vecinas llegan corriendo, me sacan todo, me sacan el toldo, me ponen los nylon, me ponen las cosas. Son todos nuevos, pero son buenas personas. El fin de semana llego de la feria, y me quedo en la pieza. Me quedo a dormir, a veces me pongo a leer. Tengo tantos libros que a veces los empiezo a anotar en un cuaderno. Se me pasa la hora anotando nomás. Antes me ponía a tejer a crochet, pero ahora no le hago empeño.

Ahora que soy viejita, mi familia son mis hijos, mi nuera y mis nietas. Pero, sobre todo, mi nuera y mis nietas que son quienes se preocupan de mí. Siempre andan pendientes, por si me falta algo, champú, lo más esencial. Si no me preguntan, me mandan igual. Si necesito algo le pido a mi nuera y me lo trae. Es que la plata me sirve para pagar nomás lo básico. Tuve que pedir un préstamo para hacerme un examen que me costaba como 120 mil pesos. Hay que estar pagando eso también. Me hicieron ese examen, lo llevé al médico y el médico los miró nomás y no dijo nada. Es puro gasto demás, eso.

Antes pasaba enferma, me pasaba en el SAPU2 o en la Posta3, porque me daban ataques de asma, o me daban resfríos fuertes. Mi nuera era la que me llevaba a la posta. El asma no se me ha pasado, pero estoy en tratamiento. Tomo remedios también para la diabetes y la hipertensión. A pesar de eso, ahora que soy vieja, yo me encuentro igual que cuando era joven. Siempre he sido igual, media distraída. Por dentro me siento igual, como que fuera joven, ese es el pensamiento que tengo. No me siento vieja, son las enfermedades nomás. Pero eso es en mi mente, porque yo me miro las manos y digo yo: “Uy, ¿qué me pasa?”. Por eso no me miro al espejo, no me gusta, entonces no sé si estoy arrugada. A veces miro a las personas de edad y las veo pintadas, “que se ven bien”, digo, “¿cómo me veré yo pintada?”. Pero no me pinto.

Pero de todas las cosas que hago, lo que realmente me distrae es ir al Club. En el club estamos hace un año, pero yo participaba hace ya dos años en el programa Vínculos4. Antes nos pagaban, pero ahora ya no. El programa es para la gente pobre. Llegó una visitadora social y habló conmigo. Yo le dije que no me gustaba mucho estar con gente, porque yo no soy buena para andar conversando con nadie, pero ella me convenció. Pero fue una buena idea, porque lo pasamos bien en el club. A mí me gusta el grupo de socias. Pero había otras que se fueron y me caían mejor. Hace unos años nos llevaban a paseos. Íbamos a distintas partes y más encima nos pagaban, eran casi 50 mil pesos. Después, fue bajando, hasta que nos dieron 11 mil y tanto. Ahora, no participo apenas en otras actividades del centro comunitario, solo el club. Allí me distraigo. Es mi momento, no es una obligación.

Volver al futuro

Con los relatos de Lucía, entendimos que su vida y su historia es, en varios sentidos, un anuncio de experiencias que nos tocarán también a nosotras como mujeres que envejecen. Indagar sobre las trayectorias vitales de mujeres mayores pasó a ser para nosotras, las editoras de este volumen, un viaje al futuro. De hecho, debido a las experiencias personales que atravesaba, este sentido y esta sensibilidad estructuraron la forma como Herminia elaboró el proyecto de investigación que dio origen a esta obra y como lo dirigió. También estructuró la manera como Menara se integró a la codirección y como entre ambas, articulamos el trabajo en equipo que contó con la colaboración de diversas estudiantes e investigadoras en formación.

Este libro representa, en muchos sentidos, un regreso de este viaje que hemos emprendido, como se explicitó en los agradecimientos, cercadas de varias otras investigadoras y de diferentes mujeres mayores que compartieron con nosotras sus experiencias. Por lo mismo, este trabajo está profundamente marcado por diferentes trayectorias femeninas, pero que han sido reunidas, seleccionadas y analizadas a partir del diálogo cuidadoso que las dos editoras hemos querido establecer con nuestro equipo de trabajo y, también, con nuestras colaboradoras. Hemos conducido la forma como los materiales fueron recopilados en campo, la manera como los hemos analizado, la redacción de cada capítulo. Tuvimos, así, un papel de dirección que es anterior a la producción del manuscrito, pero que lo caracterizó. Hay así, una impronta nuestra que debe ser explicitada, para, entre otras cosas, desvincular a nuestras compañeras en esta aventura que aún estaban en proceso de formación de los desperfectos que este libro pudiera tener. Cultivamos la esperanza de que ellas, que constituirán una nueva generación de investigadoras dedicadas a la etnografía feminista, sabrán mejorar nuestras propuestas, ensanchar nuestras miradas y avanzar hacia caminos que no supimos identificar. Este ímpetu del cuidado hacia ellas y hacia nosotras, no obstante, también tienen una dimensión intersubjetiva, dado que es parte de los vínculos e identificaciones comunes que hemos establecido con las mujeres que protagonizan nuestro estudio.

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