Su clientela más numerosa eran los pelaires de la ciudad. 32Todos los años, Martí podía realizar cerca de una decena de ventas de vellones de lana y añino, la de los corderos jóvenes que no llegaban al año, de los que normalmente no se especificaba la zona de procedencia. Casi siempre en cantidades modestas, entre 11 y 25 arrobas, o lo que es lo mismo entre 140 y 320 kilogramos, obtenidos de rebaños de uno a tres centenares de cabezas, límite que solo era superado en contadas ocasiones. En marzo de 1446, el pelaire Joan Garcia contraía una deuda por la compra de 115 arrobas y 17 libras. Los precios mantenían en ese breve período una gran estabilidad, lo que revelaba la indiferenciación de calidades según las zonas de abastecimiento: entre 21 y 21 sueldos y medio costaba la arroba de fibra blanca; 15 sueldos, la de añino. Los contratos se solían cerrar por adelantado entre los primeros meses del año y la época del esquileo, en los inicios del verano, indicio de que estos tratantes conocían meses antes de su distribución mercantil el volumen de lana aproximado de que dispondrían en los meses siguientes. A pesar de la asiduidad con la que se suceden estos contratos de venta, con una clientela de pelaires numerosa y diversa, no parece que Roís recurriera habitualmente a esta red de compradores para suministrarse tejidos. 33Solo en una ocasión, estas sinergias, relacionadas con la comercialización de la pañería valenciana en los mercados isleños del Mediterráneo, se advierten en sus estrategias empresariales. En junio de 1445, su hijo Gonçal, que para entonces ya trabajaba a las órdenes del padre, vendía a dos pelaires, Joan Messeguer y Joan Pivert, 200 arrobas de fibra procedente de La Puebla de Valverde al precio de 21 sueldos y medio, una cantidad de fibra animal ya más significativa, más de 2.500 kilogramos. Los vellones deberían ser entregados en dicha población aragonesa a mediados del mes de julio siguiente, corriendo Roís con el coste del transporte y los compradores con los riesgos que pudieran acontecer durante el trayecto. El precio de la venta, 215 libras, servía de inversión para la adquisición de paños, seguro que a un precio más asequible del normal: los pelaires se comprometían a pagar llevándole, a lo largo de un período que tenía por límite final mediados del mes de octubre, paños y palmillas dieciochenas de buena calidad que respetaran el color que había dado otro maestro pelaire, apellidado Monlleó, a una palmilla que conservaba en su casa el apuntador de paños Pere Andreu. Según el contrato, correspondería a otras dos personas, entre ellas el cuñado de Roís, el corredor Rafael Bellpuig, arbitrar el precio de los tejidos. Unos meses más tarde, Messeguer volvía a cerrar un contrato similar con Roís, en esta ocasión por 83 arrobas y 24 libras de este vellón aragonés. 34Para satisfacer la deuda contraída, 90 libras, el artesano se comprometía a cubrirla con la entrega del número adecuado de piezas de palmillas de un color con una calidad determinada, siendo fijado el precio por los mismos árbitros. Mediante ambos contratos, Roís se aseguraba entrado el otoño un fardo envidiable de artículos textiles con los que ampliar sus negocios: si en esas fechas, la palmilla se vendía en el mercado local en torno a las 10 libras y media, Roís podía conseguir fácilmente cuatro decenas de estos paños de calidad media-baja para revender en el mercado local o exportar al Mediterráneo. Es decir, con ambas transacciones, el mercader ampliaba el capital de su empresa en unas cien libras.
De todas maneras, aun siendo una buena ganancia, la mayor parte de la lana era comprada por otros operadores comerciales del mercado, que era la forma más sencilla de obtener suculentos beneficios en estos negocios. De manera destacada, los factores de las compañías italianas afincados en la ciudad, cuya presencia hacía de Valencia una de las ciudades peninsulares con una mayor comunidad de comerciantes extranjeros. 35A lo largo de esos años de la década de 1440, Roís distribuía lana entre intermediarios italianos: Agostino Giovanni, mercader de la Marca de Ancona; Giovanni da Corteregina, Francesco Moresini, Antonio da Bagnera, Andrea Gariboldi y Guglielmo da Prato, procurador de Angelino da Prato, todos ellos negociantes lombardos; Lucà di Malipiero y Giovanni Loredani, operadores venecianos; o un tal Giorgio Dalza, de origen incierto, quizá lombardo. 36Un listado breve de un elenco de clientes que sin duda sería más amplio en esos años. En cualquier caso, la principal característica es que estos factores de compañías italianas, instalados en Valencia para abastecer las industrias de sus ciudades a través de las empresas para las que trabajaban, realizaban compras masivas de vellón, cada una de las cuales podía suponer una mayor cantidad de la adquirida por la clientela completa de pelaires en todo el año. Giorgio Dalza conseguía mil arrobas a través del cuñado, Rafael Bellpuig; Loredani, 200 sacas de hebra de Albarracín; Corteregina y Moresini, juntos, adquirían 106 sacos que contenían 626 arrobas; Malipiero, 100 fardos que pesaban 585 arrobas y 17 libras; o Bagnera y Gariboldi, conjuntamente, 412 arrobas; es decir, cargamentos que oscilaban entre los 5.000 y los 8.000 kilogramos. Cantidades ingentes de mercancía que podían suponer gran parte de los vellones acumulados durante un año y que acarreaban el ingreso de elevadas sumas de dinero: Corteregina y Moresini se endeudaban por un total de 541 libras y 12 sueldos, es decir, 10.832 sueldos; Malipiero reconocía deber a Roís 578 libras y 10 sueldos; Bagnera y Gariboldi, 489 libras, 6 sueldos y 8 dineros. Y curiosamente, no se aprecia en estas ventas un tratamiento empresarial demasiado diferente, a pesar de ser transacciones al por mayor y de que, en principio, no debían estar gravadas por la fiscalidad municipal. Fuera porque los operadores italianos estaban constreñidos a comprar a los intermediarios locales o porque se les reservaba la lana de mejor calidad, aspecto que la documentación no concreta, pagaban precios similares a los que asumían los pelaires locales. En 1428, Dalza desembolsaba 21 sueldos por arroba, mientras que el veneciano Loredani llegaba hasta los 22; Malipiero aceptaba la compra a 20 sueldos la arroba, un sueldo y medio menos que los pelaires en ese año, 1447; Corteregina, a 17 sueldos y medio, tres y medio menos que los pelaires de ese año, 1444, si bien sus fardos de vellón podrían contener añinos, que en ese momento Roís vendía a 15 sueldos la arroba; Bagnera y Gariboldi pagaban a 24 sueldos la arroba, un precio muy por encima del habitual en el mercado local. En definitiva, el corresponsal extranjero podía obtener el descuento de algún sueldo por arroba que, eso sí, en esos cargamentos de gran tamaño, podía suponer el ahorro de algunas decenas de libras.
Martí Roís disfrutaba todavía de otra opción, en última instancia no muy distinta de la anterior: vender la fibra a los propios comerciantes valencianos que se encargarían de su exportación hacia los mercados italianos, estrategia habitual que él mismo acabaría adoptando. 37Una clientela numerosa que en aquellos años había entrado en competencia con los operadores italianos, pero que para Roís suponía prácticas empresariales similares. En la temporada del esquileo de 1440, Joan Alegre, un reputado comerciante local, se endeudaba con él por un total de 1.897 libras, 11 sueldos y 9 dineros, es decir, cerca de 38.000 sueldos, por un cargamento de lana, suponemos que era casi toda la que había podido acumular Roís, comprada al precio de 20 sueldos y medio la arroba, un precio algo rebajado respecto al de los años siguientes. Aunque no siempre los negocios eran tan fructíferos: a finales de 1446, el comerciante Bernat Eiximeno, un tratante local a mucha distancia de la empresa de Alegre, adquiría 200 arrobas de vellón que ocho meses después todavía no había pagado. 38
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