1 ...7 8 9 11 12 13 ...34 Sin duda, en la etapa final de su vida, Roís se había integrado plenamente en la élite mercantil local. Una pragmática de Juan II de 1454, cuando ya había fallecido Roís, daba cuenta de su éxito profesional y al mismo tiempo de las dificultades que estos negocios soportaban mediado el siglo. En ella, el monarca, atendiendo a las súplicas de los herederos, conminaba a Bonanat Bellpuig, su cuñado, Bernat Andreu y Salvador Gençor, mercaderes todos ellos de la ciudad de Valencia, a cerrar el arbitraje que se les había encargado a fin de resolver el conflicto de pareceres surgido en torno a una de las sociedades arrendatarias de las imposiciones municipales en las que había participado su difunto padre. Tres años antes, en 1451, a través del corredor Gabriel Esteve, Martí Roís había logrado el arrendamiento de la sisa del vino, mientras que Lluís Blanch se había hecho con el capítulo de la mercaderia y Francesc Escolà, con los del tall de drap de lana , de los paños de oro y de seda y de la importación de telas extranjeras. Habiendo surgido discrepancias entre los tres socios en el momento de la rendición de cuentas, habían acudido a los administradores de los impuestos municipales, una magistratura municipal, que solucionaron la cuestión comisionando a los árbitros para la resolución de las desavenencias. Dado que esta comisión había dilatado las deliberaciones más allá de los tres meses del plazo inicial, el monarca ordenaba a los jueces bajo pena de mil florines saldar las cuentas de los arrendamientos dedicándole dos días por semana. 64
Y no era el único negocio de élite mercantil que tentaba Roís. Al menos unos años antes, en 1447, había participado en una sociedad arrendataria de las generalidades, la fiscalidad indirecta gravada por la Diputación del General, y en otra que gestionaba la recaudación del peaje, el impuesto recayente en el Patrimonio Real. 65En la primera, Martí Roís, con su setzena del total, era socio de Lluís Bou, comprador principal del arrendamiento, los mercaderes Pere de Montblanc, Llorens Ballester, Vicent Granulles y Pere d’Amiga, los caballeros Joan d’Eixarch, Jaume d’Esplugues y Jaume Dezpuig, baile de Xàtiva, el jurista Joan de Gallach y el notario Antoni Vilana. La sociedad arrendataria del peaje, casi igual de participada, estaba integrada por esos mismos personajes: el ciudadano Lluís Bou, arrendatario principal, los comerciantes Vicent Granulles, Pere d’Amiga y Pere de Montblanc, los caballeros Jaume d’Esplugues y Joan d’Eixarch, y el doctor en leyes Joan de Gallach. Los parçoners que faltaban eran sustituidos por el mercader Daniel Barceló y el caballero Joan Figuerola. También en esta empresa Martí Roís había invertido para la adquisición de una setzena .
El negocio del arrendamiento de la recaudación de impuestos públicos todavía debía ser rentable en esos años, pues Roís mantuvo la apuesta. En 1450, participaba como parçoner en la empresa organizada por Vicent Alegre, ciudadano hijo del difunto mercader Joan Alegre, para gestionar la colecta de las generalidades entre 1450 y 1452, avalado por los nobles Galceran de Montsoriu y Nicolau de Pròxita. 66Entre sus socios figuraban el notario municipal Francesc Escolà, el jurista Gabriel de Riusec, los mercaderes Gabriel de Bellviure y Salvador Gençor, el tendero Miquel Alegre, el doncel Bernat Canyell y, probablemente, los comerciantes musulmanes Alí Xupió y Mahomat Ripoll. El registro de parçoners deja entrever la llegada de los nuevos tiempos: si en el pasado habían sido preferentemente hombres de negocios los que habían participado en este mercado, desde mediados de la centuria la élite mercantil, en rápido proceso de promoción hacia la ciudadanía más honrada, cedía sus posiciones empresariales a la aristocracia urbana, los profesionales liberales y los comerciantes emergentes de las minorías étnico-religiosas de la ciudad, conversos de judíos y mudéjares. Sin embargo, la coyuntura no era favorable y esta sociedad arrendataria, como la contemporánea de las sisas municipales antes citada, quebró, lo que abrió un tortuoso camino de discusiones procesales, tensiones políticas y encarcelamientos. De la misma manera, también en esta ocasión compareció Bonanat de Bellpuig en representación de los hereus .
Cuando se instaló en Valencia, Martí Roís conoció una nueva forma de inversión financiera, el mercado de seguros marítimos. Este era de reciente existencia en esta ciudad. 67La técnica se había difundido entre los comerciantes valencianos en torno a la segunda década del siglo XV y, por entonces, solo recurría a aquella la élite mercantil de la ciudad, la mejor adaptada a los cambios mentales y financieros introducidos por las empresas italianas y barcelonesas. Al principio, su participación fue tímida; los capitales arriesgados, reducidos. Siempre 25 libras, que para la sociedad de la época no era una bagatela, 68pero que representaba una mínima parte del patrimonio acumulado por Roís en esta época. Inversión que se comprometía independientemente de los riesgos derivados del tipo de embarcación o de la distancia del trayecto. Estos solo determinaban el montante de la prima: en el transporte de un cargamento de lana a Niza cobró el cinco y medio por ciento; por la cobertura de otra carga de fibra a Venecia, el catorce; y por asumir los riesgos del envío de paños a Finale, el nueve. Sin embargo, a partir del momento en que su primogénito, Gonçal Roís, tomó las riendas de esta parte de los negocios de la empresa, la estrategia parece cambiar. La cobertura aumentó, estabilizándose en las 50 libras por contrato, independientemente del destino, la mercancía o la embarcación: paños a Almería, vellones a Venecia, papel desde Fano, también en el Adriático, o los riesgos posibles que pudieran afectar a una embarcación hasta su atraque en el puerto de la república de San Marcos. Y por ello, los Roís cobraban una prima media del seis por ciento. Solo en dos ocasiones esta estrategia modal parece cambiar. La primera con el transporte de seda a Livorno, puerto de Florencia. Sin duda, el hecho de que los fardos fueran transportados en una galera florentina provocaba la reducción del riesgo y, consecuentemente, de la prima. Gonçal recibió el dos y medio por ciento, lo que obligaba a incrementar la cobertura si se quería obtener el suficiente beneficio: aportó 100 libras, el doble. En el segundo caso se trata del contrato de un seguro marítimo sobre el transporte de cuatro balas de telas y otras mercancías, valoradas en 1.205 libras, que debían viajar a Valencia desde Sluïs, el antepuerto de Brujas, en la nave de Romeu Castelló, por el que percibió una prima del doce por ciento. Siendo esta tan elevada, debía considerarse que la embarcación o la ruta no ofrecían la seguridad suficiente, por lo que el riesgo era mayor de lo previsible y, consecuentemente, la cobertura descendía, ahora a la mitad, 25 libras. 69
Por más que su novedad implique un cambio de mentalidad en la gestión empresarial, la participación en el mercado de seguros marítimos fue siempre moderada. 70Incluso el hombre de negocios local más avanzado a su tiempo, no comprometía capitales sino en pocas ocasiones a lo largo de un año, implicando un montante anual de unas 200 o 250 libras y, por tanto, unos beneficios limitados, poco comparables a los que podían obtenerse del aprovisionamiento masivo del mercado local. Sin embargo, la actuación en este mercado de aseguramiento implicaba la integración en las redes de sociabilidad de la élite mercantil. Primero, porque la mayor parte de los clientes que buscaban la cobertura de los riesgos eran operadores de compañías mercantiles italianas: Zanobio di Gherardo Cortesini y Gherardo Gianfigliazzzi, florentinos; Venanzio Vincenzi, marquesano comisionado de Francesco di Nofre da Fabriano; Ceccho di Tommaso y su factor Nicolò Palazzeschi, sieneses; Nicolò Veneri y Bartolomeo Venturelli, venecianos; Marquio Rana y Giovanni da Corteregina, lombardos. Una clientela que era al mismo tiempo la receptora de la lana llevada a la ciudad y el apoyo indispensable en la internacionalización de la empresa Roís. Y en segundo lugar porque estos negocios, que implicaban en bastantes ocasiones grandes cargamentos valorados en capitales elevados, exigían la participación de un nutrido grupo de aseguradores por cada contrato, como los veinticinco que junto a los Roís cubrieron los riesgos de la importación de papel y pastel de la compañía de Nofre da Fabriano desde Fano, o los treinta y seis que asumieron los del transporte de telas y otras mercancías desde Sluïs. Entre una larga nómina, Martí o Gonçal Roís negociaron junto a Daniel Cornet, Vicent Granulles, Lluís Blanch, Francesc d’Artés, Joan Valleriola, Pere de Montblanc, Bernat Guillem de Reig, Llorens Soler, Daniel Barceló o Lluís de Santàngel. Comerciantes que representaban a la élite mercantil local, parte de los cuales trabajaban junto a Martí Roís en otras actividades financieras, como se ha visto. Es decir, ser un miembro más de este selecto grupo de aseguradores implicaba la pertenencia a una densa trama de sociabilidad empresarial donde se reconocía y sobre la que se apoyaba la empresa.
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