RAÍCES
La ciudad había cambiado mucho a lo largo de las décadas que precedieron a la llegada de Martí Roís. Atrás habían quedado los estragos causados por las epidemias y las incursiones de los ejércitos castellanos. La reconstrucción económica de la sociedad se aceleraba desde la década de 1370, y sus efectos se apreciaban en distintas facetas de la vida urbana. Por de pronto, la capital se venía beneficiando de un éxodo de población en el que fundamentaría su futuro dominio sobre el reino: desde principios de la década de 1350, la afluencia de recién llegados comenzaba a provocar riñas y conflictos en el ámbito laboral; en la de 1380, las menciones de las autoridades al crecimiento de la población local, insinuaciones interesadas siempre relacionadas con el problema del aprovisionamiento urbano y con el acaparamiento de mayores atribuciones jurisdiccionales, eran cada vez más frecuentes. 2Una ciudad cada día más poblada, con un mercado que se diseminaba a lo largo de sus calles y plazas y que, en esa época, redefinía nuevas reglas de intercambio que imponer al campo circundante e incluso a otros municipios del reino; y que, por esa misma razón, hacía de la capital del reino el centro de oportunidades novedosas, el lugar donde podían materializarse las ambiciones humanas más cotidianas: hacer crecer la empresa, acumular más riqueza, mejorar la posición social, salir de la mediocridad o, simplemente, sobrevivir con la esperanza de poder disfrutar de unas condiciones de vida más dignas. Necesariamente, el asentamiento de recién llegados exigía la ampliación de las fortificaciones, pretensión que ya había planteado años atrás la destrucción provocada por los conflictos bélicos. Los barrios de extramuros iban quedando protegidos por las murallas recién erigidas, lo que implicaba una reordenación urbanística profunda que también afectó al mercado, 3cuyos límites iniciales habían sido definidos en la época fundacional del reino, pero que fueron superados ampliamente por una miríada de pequeños obradores artesanales, tienduchas y plazoletas donde se daba salida a la manufactura local y afluían los excedentes agropecuarios llegados desde diferentes partes del reino e incluso de más allá de sus fronteras. Además, la reclusión del mercado dentro de la recién construida muralla, elevada y reforzada, tenía otras implicaciones políticas estratégicas pues afectaba al control de la circulación de las mercancías y a la consolidación de un sistema fiscal municipal basado en la proliferación de los impuestos indirectos que gravaban su producción y venta. 4
La lana es un elemento clave en la comprensión de la vorágine de cambios que exhibiría la sociedad valenciana del siglo XV. 5Su transformación, a partir de la imitación de la tipología de géneros textiles llegados del norte de Europa en las décadas finales de la anterior centuria, había hecho expandirse la industria artesanal local y acelerado la reordenación del mundo corporativo. 6Además, la creciente demanda exterior de la fibra textil, ligada a las reconversiones de las industrias pañeras de las ciudades del norte de la península italiana, había desembocado en el establecimiento de sucursales en la ciudad, sobre todo de corresponsales genoveses, florentinos y lombardos, que provocaba un efecto llamada sobre comerciantes procedentes de otras economías urbanas. Una parte de ellos acabaría abandonando la comodidad de la capital de la Corona, Barcelona, que había ejercido su función como centro financiero hasta el tránsito de siglo, para instalarse en Valencia, que comenzaba a superar su papel subsidiario respecto a la ciudad condal. El crecimiento de la demanda de lana, redistribuida a través del mercado valenciano, concernía a la producción pecuaria de un amplio territorio que desbordaba las fronteras políticas del reino. Primero fue la del propio reino, cuya llegada obligaría a las autoridades municipales a ampliar los espacios dedicados a su venta. 7En los primeros decenios del XV, proliferaba la apreciada lana del Maestrazgo turolense; y a ella le seguirían en las décadas siguientes los vellones llegados de la sierra conquense de Moya y de las tierras manchegas de Albacete. La conversión de Valencia en un mercado regional de lana abría posibilidades interesantes a sus tratantes y su instalación a las orillas del Mediterráneo se convertía en una estrategia empresarial casi ineludible.
Por ello, la inmigración turolense adquirió pronto peso en la dinámica demográfica de la capital valenciana. Y no solo de campesinos y aldeanos cuya situación económica se había ido deteriorando con las transformaciones económicas de la segunda mitad del siglo XIV, sino también de élites rurales y urbanas que habían encontrado en el ingreso en las filas de la ciudadanía valenciana las posibilidades de una sugerente promoción social. Pastores y propietarios de rebaños, tratantes de lanas y comerciantes eran atraídos por las evidentes ventajas de la adopción de la nueva ciudadanía: el disfrute de los privilegios que la capital imponía a su reino, la protección jurisdiccional de sus instituciones y las exenciones del pago de impuestos aduaneros por el pastoreo o la importación de vellones de ganados. Guiados por esos intereses, la presencia de recién llegados de las aldeas de Teruel, Albarracín y el Maestrazgo no dejó de crecer a lo largo del siglo. 8
Hacia la primavera de 1417 apareció entre las mesas de los notarios que circundaban la antigua lonja de la ciudad un mercader ciudadano de Teruel, Gonzalo Ruiz de Naguera o Nagarí, según las dos grafías utilizadas por el escribano Pere Castellar. 9Las relaciones de los Najarí con la ciudad mediterránea se habían estrechado en las décadas anteriores; al menos, los pocos documentos hallados así parecen indicarlo. En 1399, el municipio vendía la sisa de la mercaderia y las rentas de Planes y Cullera por seis años al judío Samuel Najarí, quien debía asumir en compensación la redención de 100.000 sueldos de la deuda pública municipal. 10En 1402, una viuda aristócrata valenciana cobraba una pensión censalista adeudada por las aldeas de Teruel a través de Caçon Nagerí , judío de Teruel. 11
En principio, la presencia de aquel Gonzalo Ruiz era meramente procedimental: actuó como testigo en dos contratos, uno de reconocimiento de una participación de propiedad en el arrendamiento de una imposición municipal; el otro era una venta de lana. No se trata de un hecho trivial, ya que la legislación foral exigía a los testigos conocer a las partes contratantes, si bien los notarios tampoco debían presionar mucho a sus clientes para que aportaran declarantes (por la frecuencia con que sus escribanos auxiliares figuran como testigos en las actas registradas por sus patronos). En esos días, Ruiz volvía a recorrer las calles que circundaban la lonja mercantil de la ciudad 12para cerrar un contrato de compra de vellones procedentes de la villa castellana de Molina de Aragón, que debían ser entregados meses después en poblaciones de la sierra de Albarracín. 13Pero más que su actividad como tratante de lana, con la recompra de vellones procedentes de otras tierras que podría hacer pasar como turolenses, interesa fijarse en las personas, ciudadanos de Valencia, que acompañaban a Gonzalo Ruiz a las mesas notariales. En la primera acta citada le asistía como testigo Gabriel Torregrossa; en la segunda, el otro firmante era el corredor Rossell Bellpuig, quien testificaba asimismo en la compra de la materia prima textil hecha por Ruiz. Así, desde su aparición por Valencia, Gonzalo Ruiz se rodeó de personajes que después pasarían a formar parte del entramado de parientes de Martí Roís, el fundador de la rama valenciana del linaje Najarí.
Los Najaríes era un linaje hebreo de la ciudad de Teruel. Con una población cercana a la sexta parte de la que tenía la capital valenciana en la misma época, 14la villa aragonesa retenía una de las principales juderías de las casi veinte que por esas fechas se desperdigaban a lo largo del reino de Aragón. La intolerancia alentada por los pogromos de finales del XIV y la Disputa de Tortosa llevó a la conversión masiva de las comunidades hebreas y, en especial, de sus oligarquías dirigentes, que eran quienes tenían más que perder. Entre ellas, las familias mercantiles que jugarían posteriormente un papel destacado en las ciudades catalano-aragonesas como los Caballería, los Santángel y los Sánchez. Y también los Najaríes, que tomarían el apellido de su protector, el gobernador del reino y señor de Mora, Gil Ruiz de Lihorí. 15Este grupo familiar, llegado de las tierras de Albarracín en una época temprana, 16había conseguido mantener en el tránsito de los dos siglos bajomedievales un intenso proceso de acumulación de capital mercantil, de enriquecimiento, que les abriría, gracias a su conversión al cristianismo en las primeras décadas del XV, el paso al ejercicio de las magistraturas municipales de Teruel y la entrada en la oligarquía local. Sus propiedades urbanas, situadas en su mayor parte dentro de la antigua judería, barrio llamado después de la Cristiandad Nueva, e incluso con tiendas fuera de los límites de la aljama, hacia la alcaicería, se concentraban en las calles cercanas a la sinagoga principal, entre las actuales calles de Aínsa y Hartzenbusch. 17Consecuencia de su enriquecimiento y de sus contactos con los ambientes cortesanos, donde los Najarí negociaban con los arrendamientos de impuestos reales, una parte del linaje obtuvo los permisos regios y eclesiásticos obligados para construir allí una sinagoga privada. Fueron los hermanos Açach y Saçó, hijos de Jentó Najarí, los que pagaron por esas licencias en 1382. El segundo de ellos tuvo, al menos, otros dos hijos, Jentó y Samuel, quien pasaría a llamarse Gil Ruiz tras la conversión de 1416. 18En esas mismas fechas, 1394, otro Samuel Najarí, integrante de una rama cercana del linaje, tenía dos hijos todavía demasiado jóvenes para ocupar cargos municipales, Açach y Mossé. Décadas más tarde, en 1445, en un contrato notarial de traspaso de una parte de la propiedad de la sinagoga, se ubicaba esta colindante con la casa de Mossé Najarí, hijo de Gonzalo Ruiz. Finalmente, esta potente familia hebrea, abandonadas sus raíces religiosas, se distanció de sus antiguos vecinos y correligionarios. Parece ser que fue deseo expreso del neófito Gil Ruiz el cerramiento del portal principal de la judería –cercano a su casa– ordenado por el monarca Fernando de Antequera, por tanto, en un momento próximo a la conversión de 1416. Las estrategias de abandono de su antigua condición y religión, indispensable para la continuidad del ascenso social, se habían puesto en marcha.
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