Este salto cualitativo en los negocios tuvo su parangón con unas relaciones sociales acordes al nivel económico y al prestigio adquirido. Las sustanciosas dotes reservadas para las doncellas de la parentela constituyeron un atractivo para linajes de caballeros y de ciudadanos honrados, de la misma manera que las inversiones en deuda pública municipal y de la Generalitat acentuaron el reconocimiento de la familia y de la empresa hasta construir una formidable red de negocios y de relaciones sociales locales y regionales. Se entiende así que la continuidad de las actividades comerciales tradicionales (lana, abastecimiento frumentario, pañería, etcétera) se mantuviera y se complementara con el arrendamiento de impuestos y la compra de censales del municipio y de la Generalitat, servicio al bien común que en ningún caso constituyó el grueso de los activos de la banca Roís. Mientras tanto, el resto de la parentela asentada en Valencia, siempre de origen converso, se dedicaba al comercio, a la abogacía, a la medicina, e incluso desempeñó magistraturas locales, sin que faltasen entre ellos algunos familiares insertados entre la clerecía y la caballería. Se constatan pues vínculos matrimoniales con familias de la nobleza y de la ciudadanía valenciana, de raigambre cristianovieja, una circunstancia que coincide con el detallado conocimiento de sus prácticas religiosas. Testamentos, sepulcros en conventos, vínculos con las más elitistas cofradías de la ciudad, así como el regular cumplimiento sacramental y litúrgico, se detallan en los testimonios recopilados en los procesos de la nueva Inquisición de Fernando el Católico.
La voracidad manifiesta de este tribunal quedó reflejada de forma nítida con las penas, condonaciones y multas pecuniarias impuestas a los conversos procesados, las cuales no tuvieron relación con la gravedad de los pecados cometidos sino con la solvencia económica de la que cada uno de aquellos gozaba en la sociedad valenciana. A mayor patrimonio mayor punición monetaria ante la comisión de un mismo pecado. Esta circunstancia ha venido a ratificar la existencia de un procedimiento instituticionalizado y sistemático de expolio de los patrimonios familiares de los conversos, bajo el pretexto de la defensa de la fe, que al mismo tiempo garantizaba ingresos ingentes para la monarquía.
Entre 1485 y 1487, justo cuando la banca y la familia estaban en la cima de su éxito social y empresarial, en el momento en que los Roís formaban parte de la flor y nata de la sociedad valenciana, pero también cuando comenzaban a acumularse los devastadores efectos de las actuaciones inquisitoriales, primero en Teruel y desde 1482 en Valencia, dos de los tres herederos, Martí y Gil Roís, huyeron a Milán, con lo que descapitalizaron buena parte de la empresa con la derivación de sus fondos mediante giros bancarios a otras plazas. Un total de medio millón de sueldos en aquel momento fue la cantidad calculada por Joan Ram Escrivà, mestre racional y receptor general de los bienes confiscados por la Inquisición, con la que cuantificaba la inversión de activos en Europa, justo en el momento de la huida.
La fuga fue considerada como un signo inequívoco de la culpabilidad de sus crímenes y de inmediato se inició el procedimiento de confiscación, así como el principio de su procesamiento sobre la base de la recopilación de testimonios, generalmente frágiles e indirectos, que cumplen los estereotipos habituales de la mayor parte de los procesos inquisitoriales. Maledicencias de comadres y chismorreos vecinales o del servicio doméstico, permitían a los inquisidores identificar ciertas costumbres cotidianas, alimenticias y familiares como fehaciente expresión del judaísmo perseguido.
Mientras Martí y Gil escaparon de las garras de la Inquisición, el hermano mayor, Gonçal, permaneció en Valencia al quedar postrado en el lecho por padecer una grave enfermedad. Mediante procesos de ausencia y de presencia los dos primeros fueron condenados a la hoguera y ejecutados en estatua, pero Gonçal acabaría exculpado de sus crímenes tras un largo proceso, ya en 1491, años después de su fallecimiento. En cualquier caso, la banca Roís fue deshecha, todo el patrimonio de la empresa y la fortuna familiar que el mestre racional pudo incautar pasó a engrosar la Hacienda real.
RAFAEL NARBONA VIZCAÍNO
Valencia, 2 de marzo de 2019
PREFACIO
Ha pasado cerca de una década desde que llegó a mis manos un registro contable de la oficina del Maestre Racional de Valencia de características peculiares. Poco antes, un grupo de compañeros de esta y otras universidades españolas habíamos suscrito el primero de varios proyectos de investigación que, centrado en el análisis de la actividad de los primeros tribunales inquisitoriales, congregarían nuestro interés a partir de entonces. Sin duda alguna, para quien había dedicado veinte años de su investigación al estudio del mundo comercial local en el siglo XV, centrado en el análisis de documentación notarial y, excepcionalmente, de la contabilidad privada, consultar aquel registro era abrir una pequeña caja de sorpresas reconfortantes. El volumen, lejos de la sobriedad repetitiva de otros registros de contabilidad pública fiscalizada por aquella oficina, contenía una estimación del patrimonio de una empresa bancario-mercantil de finales del siglo XV y de una familia cuyos bienes habían sido embargados por los jueces inquisitoriales. En ese contexto, a lo largo de los folios, se detallaba la estructura de la empresa, la nómina de factores y corresponsales y los diferentes tipos de negocios que otorgaban una perspectiva general de su organización que, de otra manera, solo se podría obtener a través de un fatigoso vaciado de documentación notarial. Y, probablemente, ni siquiera así. Además, tanto el principio como el final del registro recogían la correspondencia cruzada entre el oficial regio y el monarca Fernando II, donde se daba cuenta de la huida de los propietarios del banco y de las medidas adoptadas para su captura y el embargo de sus bienes.
Una primera lectura superficial del registro evidenciaba que aquella no había sido una empresa mercantil cualquiera. Por la cantidad de mercancías señaladas, por el volumen de sus activos y deudas, por la red de operadores comerciales que utilizaba en Europa y por su actividad bancaria, de la cual ciertamente no es fácil encontrar rastro en la documentación notarial desde el mismo momento en que se perfeccionaron los procedimientos contables, aquel banco había tenido unas dimensiones importantes para lo que eran las características generales del capital mercantil valenciano en los siglos bajomedievales. Se hacían llamar els hereus de Martí Roís y, en principio, era el negocio de tres hermanos: Gonçal, Martí y Gil.
Vaya por delante que el libro contable y sus protagonistas eran conocidos por la historiografía local que había abordado la actividad de los primeros tribunales inquisitoriales del distrito. Por ejemplo, en su primera obra sobre el tema, García Cárcel los citaba en su descripción de la élite de descendientes de conversos de judío perseguidos por la Inquisición valenciana: «Los 42 “potentados” fueron los siguientes: Gil Roiç, Martín Roiç, Jaume de Santángel [a los que seguía un elenco de personas que no reproducimos] [...]. De entre ellos destacan extraordinariamente Gil y Martín Roiç, con bienes por valor de medio millón de sueldos». Mención que iba acompañada de una referencia más intrigante: «La Inquisición generó un curioso trasmundo de sobornos y actividades poco claras: proteccionismo dispensado a determinadas personas como los Roiç [...]». 1Ni en una ni en otra alusión se adjuntaban referencias archivísticas, si bien es evidente que la primera afirmación solo podía hacerse tras la consulta de la documentación del receptor del tribunal. En cualquier caso, al menos en la Tran sición democrática de este país, la historiografía había advertido la significación social y empresarial de la banca Roís, si bien, como sería frecuente desde entonces, en un marco confuso de información cruzada relativa a diferentes parientes que hacían la historia de esta familia casi ininteligible. Por ejemplo, cabía preguntarse por qué los Roís huyeron si eran conscientes de poder obtener protección política y judicial por medio de sobornos.
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