Daro Ceballos
El Infierno no
fue Suficiente
13 historias que no se quedaron
Ceballos, Daro
El infierno no fue suficiente : 13 historias que no se quedaron / Daro Ceballos. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2021.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-2006-7
1. Narrativa Argentina. 2. Cuentos. I. Título.
CDD A863
EDITORIAL AUTORES DE ARGENTINA
www.autoresdeargentina.com info@autoresdeargentina.com
Dibujo digital/Arte de Tapa: Gustavo Merlo
Diseño gráfico inicial: Gino Richetta
Corrección ortográfica, gramatical y de estilo: Miranda Ceballos Scoponi
Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723
Impreso en Argentina – Printed in Argentina
A Mimi, Gino, Julia, Viky, Gus y Ema por la ayuda incondicional para llegar a esta versión del proyecto.
A mis amigxs y familia por el apoyo emocional.
A los lectores que creyeron en mí y ahora tienen este libro en sus manos.
Todos ustedes saben que esto es solo el principio.
Cuando conocí a Daro descubrí en él a una de esas personas que no son fáciles de encontrar: las que aman las historias de terror. Los fanáticos de este género acordarán conmigo en que es un hallazgo entablar una conversación con alguien que de repente diga: “Amo a Lovecraft y a sus monstruos deformes”. Con Daro, así sucedió y sucede hasta el día de hoy. Desde que nos conocemos, es mi único recomendador de películas y series terroríficas. No conozco a otra persona que encaje mejor bajo la categoría de escritor de cuentos de terror y leer esta antología fue la confirmación de eso. Este género, que hoy está de moda, no siempre fue un orgullo para quienes lo disfrutamos desde pequeños y lo elegimos de grandes como móvil para contar nuestras historias. Escribir relatos que den miedo no es cosa simple, y no sólo presupone un amplio conocimiento del género, sino también un profundo goce por experimentarlo. Siempre digo que, si un escritor no se conmueve con aquello que escribe, no logrará conmover a nadie. Y estoy segura de que Daro escribió las historias que le gustaría leer, esas con las que se sentiría movilizado.
Esta antología nos transporta a universos aparentemente ordinarios que, de pronto, revelan una oscuridad sepulcral. Una oscuridad que, además, podría ser perfectamente posible porque nos arrastra a escenarios de la vida cotidiana en los que lo paranormal pareciera ser más real que la vida misma. Es entonces cuando comenzamos a mirar asustados a nuestro alrededor mientras leemos, buscando y temiendo encontrar allí, a nuestro lado, alguna de las entidades que protagonizan esta serie de cuentos espeluznantes. Empezar esta antología fue una delicia, un viaje que se terminó precipitadamente como todo lo que se disfruta plenamente. Fue leer sin poder parar, sin darle descanso a mis miedos. Fue una experiencia que viví de un modo maravilloso y que, sinceramente, espero se vuelva a repetir.
Muchas gracias por el terror, Daro querido.
Julia Scarone
LOS DÍAS COMUNES
Los días comunes suelen pasardesapercibidos y las cosas que hacemos mientras transcurren estos días suelen ser rutinarias y casi automáticas. Ese jueves a la tarde todo transcurría como en una programación de fin de semana de un canal familiar, siempre sucedía lo mismo en el mismo horario. El vecino regaba el pasto con su sobresaliente panza de cerveza, el horrible perro del otro vecino, el de enfrente, ladraba al mismo gato que lo esperaba sentado tranquilamente en la tapia a la que el pequeño perro no llegaba. Santiago se preparaba para su ejercicio aeróbico diario, era un jueves caluroso de verano, cruzando la calle detrás de su casa empezaba un extenso bosque. Estaba nublado, las nubes eran grises, podían empeorar en cualquier momento, pero le gustaba el clima tormentoso y el olor húmedo que surgía de repente en el ambiente, le encantaba experimentar esa calma antes de la explosión.
Con música de potente ritmo en sus auriculares salió corriendo como hacía siempre, otro día común. El bosque ya tenía marcada una senda que los habitantes de la montañosa ciudad de San Javier solían utilizar para paseos. Ese día estaba desierto, Santiago supuso que era por la tormenta. Corriendo entre los árboles, llegó al tramo del sendero donde a la izquierda había un pequeño arroyo plagado de piedras, y comenzó a sentirse mareado. Mareado como cuando hay un pequeño temblor que apenas logra mover las luces del techo, así era la sensación, y crecía a cada tramo.
Lo despertó el ruido de un trueno lejano, de repente el sonido del agua corriendo en el arroyo se hizo más claro en su cabeza, le dolía la sien derecha y no recordaba haberse caído. Se sentía pesado, sofocado, encerrado, pero estaba al aire libre, en el claro del bosque. Se sentó en el piso, y esperó a que sus ojos dejaran de dolerle por la luz, que parecía brillar más, diferente. La música en su teléfono seguía sonando, esta vez una melodía de la década de los ochenta, “Just Another Day” de Oingo Boingo. Paró la reproducción.
Se dirigió hacia el arroyo y, arrodillado en una piedra, se limpió la sien derecha de donde caía una gota de sangre. El agua era densa, distinta, parecía agua destilada. Le atribuyó la sensación al golpe que se había dado en la cabeza; sin embargo, notaba que algo iba mal, todavía no podía descifrar que era, así que decidió volver a su casa. Emprendió el camino de regreso y, después de hacer unos cuantos pasos, no tardó en darse cuenta de que el pequeño sendero de caminata ya no estaba, era solo gramilla y algún que otro yuyo.
Parado en el lugar donde descubrió lo del sendero, decidió sacarse los auriculares, que, si bien no sonaban, le tapaban una buena porción de su audición. Al retirarlos de los oídos, se sintió aún más raro, no había sonidos, solo algún pájaro raro de esos que sonaban en las películas de guerra cuando caminaban por alguna selva remota. Nunca había prestado atención exactamente a los sonidos que podía escuchar en esa porción de bosque, pero sabía que esa sensación que lo invadía era real, no se estaba imaginando nada.
Con una pizca de pánico, empezó a correr en dirección a su casa. Comenzó a ver el bosque más lleno de maleza, no se veía como el mismo bosque, aunque era bastante parecido. Siguió corriendo, el camino era más largo de lo que imaginaba, la distancia era uno de esos detalles en los que no reparaba cuando salía a hacer ejercicio, pero ya comenzaba a asustarse realmente. De repente y sin aviso, un trueno ensordecedor rompió el silencio. Santiago se agachó asustado en plena carrera y cayó al piso. Aturdido, se quiso levantar y, al poner la mano como apoyo en el piso, un bicho salió de entre el pasto alto, parecía una tarántula negra y peluda, pero con una cola como la de un alacrán. El insecto atacó picándolo en el dorso de la mano, reaccionó con un grito y, moviendo la mano violentamente, hizo volar al bicho hacia el bosque. Se paró y siguió corriendo, un pequeño hilo de sangre caía de la picadura de la araña-alacrán.
Después de unos terribles minutos sin poder encontrar el final del bosque, Santiago recordó su celular, todo el tiempo en su bolsillo, y se avergonzó de sí mismo, siempre se quejaba de los personajes de películas que no utilizan el celular a tiempo. Lo sacó del bolsillo, rogando que no faltara la señal, como en las películas de terror, pero la barra de señal estaba llena, así que marcó el número del vecino, Julián, el dueño del pequeño perro hiperactivo. Sabía que Mariana, su novia, no atendería a esa hora ya que hacía horario de corrido en la maldita mutual que esperaba que cubriera ataques de insectos que no sabía que existían. Presionó el contacto y, al ponerse el celular en el oído, lo tuvo que alejar de inmediato porque el acople en la línea lo aturdió, un sonido agudo insoportable. Se quedó mirando la pantalla, se escuchaba el silbido desde el auricular. Cortó la llamada.
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