Miró la foto sacada desde la vereda de la mutual donde trabaja su novia, se veía la plaza de la ciudad, con una estatua de Ignacio de Loyola en el medio, pero encima de ella, por encima también de los cipreses y naranjos que decoran la plaza, podía verse una especie de nave, un disco deforme, con varias antenas, o eso parecían, en su cara inferior, flotando en el aire, se veía tan grande como la plaza misma.
No podía salir de su sorpresa. Sin saber cuánto tiempo estuvo parado ahí, comenzó a percatarse del sonido de pesados pasos acercándose. En su mente, se formó automáticamente la cara de su vecino, el accidentado, pero cuando levantó la mirada, su corazón dio un vuelco, no iba a ser la misma persona después de esa imagen.
De frente a él, un soldado venía cubriendo la retaguardia, de repente volteó y al ver al hombre con el teléfono en la mano mirándolo estupefacto, su cara fue de absoluta sorpresa, más quizás que la del mismo Santiago. El soldado llevaba una voluptuosa armadura, sobresalía por sobre su pecho y sus hombros, en sus manos cubiertas por guantes llevaba un arma que Santiago solo podría haber imaginado en la más loca historia aunque no parecía tener intención de utilizarla. Santiago subió la mirada hasta la cara del soldado, que era de un color verde oscuro, como una sopa, sus ojos vidriosos y grandes ocupaban casi toda su cara, negros pero expresivos, y su pequeña boca estaba abierta, en señal de absoluta sorpresa. Ambos se miraban por primera vez sin creer lo que tenían enfrente.
Santiago perdió la fuerza en sus manos y dejó caer el celular, cayó de rodillas, su mente no podía concebir tal imagen, quizás todo lo que había vivido ahora tomaba contexto. El soldado colgó su arma en su espalda y escribió algo en su muñequera. Detrás de él, en el cielo, se materializó una nave como la que Santiago había visto en la foto; hacía un ruido como el de una heladera, constante y grave.
El soldado seguía mirándolo con asombro. Levantó una mano de cuatro dedos como intentando calmarlo. Sin embargo, la mano de Santiago estaba de color rojo furioso como sol naciente, la picadura del bicho estaba complicándole la motricidad y de repente le dolía muchísimo, se preguntaba en dónde estaba, en qué lío se había metido al despertarse en el mismo bosque de siempre, sin hacer nada especial, en aquel día común.
ANESTESIADO
De todas las situaciones en las que me imaginé, esta no solo no se asemeja a ninguna, sino tampoco a ninguna de las combinaciones posibles entre ellas. No entra en mi mente una situación tan poco a mi favor.
Me están llevando en una camilla, cubierto totalmente por sábanas, estoy atado, tengo un dolor punzante en la pierna derecha, intento mover los dedos de los pies, pero me duele, creo que está quebrada, no me acuerdo de mucho, estoy escuchando mucho viento con tierra que golpea la tela en la que estoy envuelto. Creo que tuve un accidente. Lo último que recuerdo es estar en Nueva Delhi charlando muy animadamente en un bar con una señorita que tenía mucho interés en mí, supuse que porque era extranjero, era la 1 de la mañana y ya había tomado de más.
Las voces que escucho suenan árabes, no entiendo nada, tengo ganas de dormir y me siento mareado, creo que así es como la gente se siente antes de desmayarse, son esas sensaciones que uno ve en las películas todo el tiempo, pero rara vez tiene la “suerte” de experimentar personalmente. El dolor de la pierna se incrementa cada vez más y, cuando el viento con tierra se deja de escuchar, entiendo que entramos en un edificio. Sacan la tela que me cubría, veo que hay tubos fluorescentes en el techo y me desvanezco, antes logro escuchar unas risas, pero nada más.
Un hilo de luz entra por mis párpados, me duele la cabeza y tengo la boca seca, como cuando estás enfermo, o recién despierto, o con resaca de una noche de borrachera. Abro los ojos lentamente y me encuentro en una habitación muy pequeña, con azulejos blancos, parece un hospital. No hay máquinas de hospital, pero la ventana está enrejada, aunque no son barrotes, solo una reja de seguridad. Me siento raro estando de espaldas a la puerta, pero todavía no tengo el ímpetu para levantarme a mirar hacia atrás, solo tengo la fuerza para abrir un poco más mis ojos. La ventana deja entrar unas líneas intensas de sol, pero no puedo ver hacia afuera porque la persiana está casi totalmente cerrada; no se escucha viento, pero hace calor, siento el calor por más que el interior esté acondicionado.
No me preocupa mucho porque en los días en que estuve en la India hizo calor incluso aunque lloviera, y afuera escucho dos bocinas de camiones que ya había escuchado en la ruidosa capital hindú. Me siento frustrado porque no recuerdo cómo llegué acá con la pierna en este estado, me acabo de percatar de que ya no me duele, pero la siento inmovilizada por lo que temo que esté enyesada.
Cargo fuerzas para poder mover las sábanas que tengo sobre mí para ver el estado de mi pierna y de mi cuerpo en general, para mi sorpresa mis manos están atadas a la cama, con esas esposas que utilizan para atar algunos pacientes de hospital.
—Hola… —Mi voz suena ronca, me doy cuenta de que no hace horas que estoy acá, sino días— ¡hola! ¿hay alguien?
Intento mirar hacia atrás, donde supongo que está la puerta de entrada, pero no se escucha nada. Temo por lo que me haya pasado... ¿qué estaba haciendo? ¿qué me pasó? ¿cómo llegué hasta acá? Por unos segundos creo que estoy soñando, pero de repente me doy cuenta de que no es así por una oleada de dolor que se aproxima por mi pierna.
Hace casi una hora, o al menos eso me pareció, que estoy despierto mirando a la pequeña ventana que tengo frente a mí, todavía no sé nada del exterior ni nada sobre lo que sucedió. De repente se abre la puerta e intento mirar hacia atrás, pero desde el lado contrario al que miré me clavan una jeringa que me da sueño al instante, mi visión se vuelve borrosa, pero igualmente veo que el hombre que me drogó tiene puesto un barbijo en su cara, comienza a mover la camilla, no voy a aguantar mucho más.
Me despierto en otra habitación, hay muchas luces, se escuchan máquinas de hospital, no sé cómo se llaman, tengo una manta que me tapa del pecho para abajo, no siento nada, como si estuviera en cirugía, supongo que será por mi pierna, todavía no entiendo porque nadie me explica nada, un médico me ve despierto e intento hablarle.
—Hola… ¿¿¿por qué hago acá???—En mi mente están las palabras, pero de mi boca salen mezcladas.
El médico, o lo que sea, le hace una seña con una mano cubierta de sangre a otro que me vuelve a dormir, no siento dolor, pero me aterra saber qué me están haciendo.
Una luz brillante me ciega, es el sol que entra desde la ventana, la misma ventana. La pierna ya no me duele tanto, supongo que algo habrán hecho en ella, estoy moviendo los dedos del pie y todo parece normal, salvo por el hecho de que todavía no sé qué me pasó, ni dónde estoy, ni quiénes son los que me atienden, ni por qué tanto misterio. No sé cuánto tiempo dormí, pero no debe haber sido mucho porque todavía tengo sueño.
Me acabo de despertar asustado, mejor dicho, me despertaron. En el pasillo detrás de mí se están tiroteando, escucho gritos en idiomas que no entiendo, pero no parecen hindúes, todo comienza a torcerse en mi mente. Desde afuera entra luz, pero de luna, en el pasillo los disparos cesaron y se escucha a varios hombres con botas correr por él. No creo estar en un hospital, no creo que me hayan traído acá para curarme.
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