—La puta madre —exclamó, frustrado.
Comenzó a mirar alrededor. Un nuevo plan nacía en su mente... Tenía que encontrar algo familiar que le permitiera corroborar que estaba en el mismo bosque al que había salido a correr. Mientras recorría el lugar, la tormenta se hizo cada vez más presente, o al menos eso creía él, ya que, al parecer, desde que se despertó, el mundo había cambiado.
La tormenta no se parecía a ninguna que hubiera visto, los truenos sonaban cada vez más pero sin refucilos, no podía ver luces en el cielo que le indicaran que estaba ante una tormenta normal, sin mencionar las pequeñas partes de nubes que podía ver por encima de los árboles, de un color verdoso oscuro, como una aurora boreal sin brillo.
Su mente avanzaba a tropezones por sus vagos recuerdos de las salidas a correr, hasta que divisó una marca en un árbol y recordó que la había hecho él, un día que salió con su bici y golpeó ese árbol con el manubrio. Corrió hacia él, recordaba esa marca porque recordaba el golpe que se había dado en esa pequeña curva. Cuando llegó a tener a la vista lo que seguía después de la curva, su corazón se llenó de alivio. A unos diez metros, se veía civilización, el pedazo del techo de su casa al final, entre los árboles. Los truenos se escuchaban cada vez más frecuentes, pero Santiago estaba aliviado. Apuró el paso, pero ya sin ese pánico de sentirse perdido.
Cuando estaba llegando a la calle, la luz se hizo un poco más intensa al salir de debajo de la capa de árboles y notó que había un resplandor verdoso en el ambiente. Miró hacia arriba y las nubes le dieron la respuesta, estas parecían una aurora boreal apagada y teñían la luz del sol de un verde oscuro. Se quedó mirando hacia arriba, nunca había visto un espectáculo como ese, pero no sabía mucho sobre el clima así que supuso que era un capricho de la naturaleza. Su mano le dolía, así que retomó su regreso a casa, cruzando la calle.
Sus ojos de repente terminaron mirando hacía las nubes de nuevo. Veía estrellas. Un hombre gordo lo había chocado haciéndolo caer. Era su vecino, su cara era de puro terror, nunca lo había visto así, su camisa del trabajo estaba manchada de sangre que por lo visto había salido de su nariz. Cuando vio a Santiago en el piso, lo tomó de los hombros casi con la misma violencia con que lo había tirado, y lo levantó. Santiago escuchó a medias lo que decía porque todavía estaba aturdido del golpe.
—…Nos trajeron a todos! —Gesticulaba de forma violenta y desesperada—. ¡Nos trajeron a todos!
No pudo decirle nada porque su vecino ya emprendía una desesperada corrida calle abajo, para luego subir a su auto y pasar por delante de él a una velocidad absurdamente rápida para un Ford Fiesta como el que tenía. Decidió regresar a su casa a refugiarse de la inminente tormenta que ya empezaba a generar unas extrañas ráfagas de viento, entrecortadas, que movían los árboles para un lado y para otro. Más tarde trataría de averiguar qué había sido todo aquello.
El viento empezó a ser cada vez más fuerte y las gotas empezaron a caer, Santiago estaba entrando a su casa. Detrás de él, pudo ver al gato del vecino, el que hacía enojar siempre al pequeño perro de al lado, que actuaba de una manera muy extraña, subía y bajaba a la tapia de forma torpe, desorientado, no iba ni a un lado ni a otro. Cerró la puerta de su casa con una punzada de dolor en su mano y, cuando el chaparrón empezó, las gotas se escuchaban muy fuerte en el techo de madera a dos aguas, tanto que parecían piedras de granizo.
Se dirigió directamente al botiquín que tenía en el baño, pretendía vendarse la herida del extraño bicho del bosque que empezaba a dolerle como si estuviera infectada, aunque el pequeño punto del aguijón que tenía solo estaba un poco colorado. Cuando se estaba vendando la mano, comenzó a sonar el teléfono fijo. Se sobresaltó, ya que sonaba muy pocas veces. Cuando lo atendió, era Mariana, con voz desesperada y casi gritando.
—¡Santi, Santi, tenés que ver esto! —La señal se escuchaba mal y se cortaba—¡No sé dónde estamos, es la ciudad, pero no sé bien…! —el teléfono dejó escapar un ruido seco y la señal quedó cortada como el ruido blanco de un televisor sin señal.
Santiago se sacó el auricular del oído, miró el tubo unos segundos, todavía tenía la venda a medio colocar y el ambiente se volvía cada vez más caótico con la tormenta intensificándose afuera. Dejó el tubo y se dispuso a terminar de vendarse, cuando le llegó un mensaje de Mariana al WhatsApp. Lo abrió con la mano libre y miró el celular que estaba apoyado en la mesa del teléfono fijo. Era una foto, que no terminaba de enviarse, por ende, no podía ver de qué se trataba. De repente, un ruido intenso de madera quebrándose junto a un trueno hicieron que se agachara asustado. Dos segundos después, la ventana de su living estallaba en pedazos dándole paso a una rama muy gruesa del árbol que tenía en el patio frontal. Santiago dejó atrás su intento de ver la fotografía y corrió al living, que estaba cubierto de vidrios del ventanal que tenían junto a los sillones; estaba entrando mucha agua, así que decidió salir a la tormenta a sacar la rama desde afuera. Con la venda de la mano colocada a las apuradas, salió al patio delantero con una campera con capucha puesta. El agua que caía era igual a la del arroyo, densa, como agua destilada. Con un poco de esfuerzo tiró la rama que estaba encastrada en el marco de la ventana y la dejó en el pasto. Corrió a la puerta y otro trueno lo hizo agachar del susto. Entró a la casa y corrió a buscar una lona que tenían para tapar la pileta, para ponerla en la ventana. La mano le dolía cada vez más, puteaba mentalmente al condenado bicho. Terminó de cubrir la ventana para evitar que pase el agua y la habitación quedó a oscuras, solo se veía el pequeño resplandor de la pantalla del celular en la mesa, y recordó la fotografía que Mariana le había intentado enviar. Las gotas golpeaban fuerte en la lona que acababa de poner en la ventana rota, seguía parado al lado de ella. Fue hacia el celular y, cuando llegó, la tormenta se detuvo, de repente, todo se frenó, lluvia y truenos.
Se quedó mirando el techo con el celular en sus manos y la boca abierta, nunca había experimentado una tormenta así y menos un final como ese, tan repentino. Después de unos segundos, bajó la mirada al celular, la foto todavía no se había descargado, pero él ya había decidido ir al hospital para hacerse revisar la mano y pasar por donde trabajaba Mariana, a revisar de qué se había tratado esa extraña llamada.
Así como estaba vestido, salió a la calle, las nubes seguían cubriendo el cielo, pero la tormenta ya era inexistente. Decidió que las preguntas sobre el clima se las respondería más tarde, cuando pasara el extraño día que estaba viviendo. La señal todavía era mala, seguía intentando descargar la foto que Mariana le había enviado y, absorto en el celular, como la mayoría de sus días, tropezó con una rama caída y casi terminó de nuevo en el suelo, sin embargo, ese pequeño tropezón le permitió darse cuenta de algo que lo dejó aún más helado que el fin abrupto de la tormenta.
El auto de su vecino estaba estrellado contra un poste de madera a media cuadra de él. Era un barrio tranquilo, de tráfico pasivo, jugaban muchos niños por esas calles y los autos siempre pasaban como si estuvieran paseando. El Fiesta estaba chocado contra el poste, a Santiago le recordó una escena de una película de zombis que había visto en el cine, no recordaba si era El Día de los Muertos o El Amanecer de los Muertos , la imagen frente a sus ojos no parecía real.
Se acercó lentamente, pero desde unos metros atrás ya podía ver que su vecino no estaba al volante, no había nadie, el auto estaba apagado, pero salía un poco de humo blanco desde el capote. Ya en el auto, vio que las llaves seguían puestas, pero no había señal del conductor. Cuando salió, pudo ver una mancha de sangre en el guardabarros trasero, como si alguien se hubiese apoyado, debía de haber sido un choque muy fuerte. Pensó en llamar a la ambulancia para denunciar el choque, cuando recordó la foto que todavía no había podido descargar. Se apartó del vehículo cruzando la calle para seguir por la vereda, mirando su celular, y, por fin, el pequeño círculo de carga se llenó y logró descargar la foto. Santiago se frenó a metros del choque de su vecino desaparecido, no podía quitar la vista de su teléfono, lo que mostraba era increíble.
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