El gran acontecimiento de la campaña electoral del Bloque fue el gigantesco homenaje rendido a los diputados en Cortes carlistas y alfonsinos, organizado por la Agrupación Regional Independiente. Los mítines celebrados en dos cines y un teatro de Madrid fueron seguidos por un banquete para cinco mil personas organizado en tres hoteles. Las más destacadas figuras de Acción Española y del Bloque pronunciaron violentos discursos antirrepublicanos. Goicoechea propuso la extinción de «los partidos antinacionales con la máscara de partidos obreros». Dijo que el socialismo debería ser declarado fuera de la ley, porque si España no lo aniquilase, sería él que aniquilaría a España. Subrayó también la necesidad de que España siguiese el ejemplo de Italia, Portugal, Alemania y Austria. El tono empleado por Calvo Sotelo fue más agresivo todavía. Contra aquellos que quisieran implantar reglas de barbarie y anarquía, proclamó que la sociedad debería emplear la fuerza:
La fuerza militar puesta al servicio del Estado […] Hoy las naciones minadas por las grandes discordias: la social, la económica, la separatista, necesitan un Estado fuerte y no existe Estado fuerte sin ejército poderoso.
El ejército era la única defensa contra «las hordas rojas del comunismo». 63
El Bloque mostró poco respeto por el proceso parlamentario. Fue a las urnas simplemente para asegurarse de que estas elecciones fuesen las últimas. La victoria la querían para luego desmantelar el Estado parlamentario. Cuando la izquierda consiguió el triunfo, el Bloque intentó alcanzar su objetivo por medios que fueran a la vez más adecuados y más agradables. Gil Robles declaró posteriormente que el Bloque había preferido en realidad que las derechas perdiesen las elecciones para así proceder a un violento enfrentamiento con la izquierda. Seguramente el Bloque se sintió menos desanimado por la derrota que confirmado en su previa convicción de la fatuidad del proceso electoral. Acción Española comentó que «confiar los destinos de la Patria a los caprichos de las multitudes es cosa absurda» y seguía señalando que «la verdad debe y puede imponerse por la fuerza». La Época menospreció los resultados y continuó echando la culpa del fracaso a la moderación de la CEDA. En marzo, el periódico empezó la publicación de una serie de artículos del teólogo agustino, Padre P. M. Vélez, sobre el tema de «la revolución y la contrarrevolución» en España. En ellos se afirmaba que la lucha definitiva había llegado y que para impedir que la revolución triunfase, «tenemos que ser apóstoles y soldados militantes y hasta mártires si es preciso». Inmediatamente después de que se publicaron los resultados electorales, Calvo Sotelo pidió a Portela Valladares, presidente del Consejo de ministros en aquel momento, que excluyese a la izquierda del poder, y que hiciese un llamamiento al ejército. 64Su consejo no fue seguido y entonces se decidió definitivamente en pro de la conspiración. Tras las elecciones, los mítines del Bloque fueron escasos, y la conjura reemplazó a la propaganda como actividad central. En realidad, la organización como tal estaba prácticamente muerta; los carlistas planeaban un levantamiento por su cuenta. El ímpetu conspiratorio de los alfonsinos, hasta cierto punto en suspenso durante el tiempo en que Gil Robles ocupó el Ministerio de la Guerra, volvió a reavivarse en octubre de 1935, cuando se estableció contacto entre Sanjurjo y Calvo Sotelo en Roma, en la boda de Juan, hijo de Alfonso XIII. Tras las elecciones se renovaron los contactos militares, especialmente con la antirrepublicana Unión Militar Española. Parece ser que el mismo Calvo Sotelo cumplió una oscura, aunque crucial, función de coordinación y animación. El hijo de Goded dijo que luchaba «con nosotros»; y la mayoría de las fuentes aluden al constante contacto que tuvo con coroneles y generales. Cuando la vigilancia de la policía le impedía actuar directamente, su fiel amigo, el diputado Joaquín Bau, figuraba como agente suyo en los contactos con los oficiales del ejército y de Falange. 65
Es posible que la mayor contribución que hiciera Calvo Sotelo al levantamiento de julio fuese su comportamiento en el parlamento. Sus discursos estaban destinados a impedir cualquier reconciliación posible entre los moderados cedistas, como Manuel Giménez Fernández y Luis Lucia, y los moderados republicanos. Como los debates eran publicados íntegramente y sin censura, sus palabras iban dirigidas a la derecha en general con la intención de persuadirla de la necesidad de una insurrección. Así pues, las doctrinas contrarrevolucionarias de Acción Española recibían una publicidad a escala nacional, a diferencia de antes en que quedaban limitadas a la revista y a La Época , y sus complejas racionalizaciones teológicas acerca de la subversión eran ahora traducidas a términos prácticos e inmediatos para la clase media en general.
En cuatro de sus más importantes discursos parlamentarios, Calvo Sotelo dio al ejército una teoría de acción política y a las masas de derechas una conciencia de la necesidad de oponerse a «la amenaza comunista». El primer de estos discursos, pronunciado el 15 de abril de 1936, versó sobre el desorden en que había caído España tras las elecciones y como esto implicaba que la revolución era inminente y era necesario detenerla a toda costa. Esto provocó un furioso griterío entre los diputados socialistas y comunistas –provocación que, al desacreditar los procedimientos parlamentarios, era seguramente parte de su intención. El discurso fue seguido diez días más tarde por una entrevista publicada en ABC , en la que afirmaba que las únicas alternativas que tenía España eran el comunismo o un Estado nacional. Mediante un espeluznante retrato de la situación rusa, Calvo Sotelo exhortó a la clase media a combatir la propagación del comunismo. No dejaba nunca de subrayar lo que para él era la irrelevancia de un compromiso. Goicoechea rechazó rotundamente el plan de Gil Robles para restaurar la estabilidad dentro de un gobierno nacional. 66
El 19 de mayo se dio un paso aún más decisivo hacia la polarización parlamentaria. Tras un elogio de los sistemas económicos alemán e italiano, Calvo Sotelo pidió que se adoptaran en España, donde, según dijo, el principio estaba a merced de los enemigos jurados del pueblo. Esto irritó tanto al diputado socialista por Santander, Bruno Alonso, que intervino para decir: «Ya sabemos lo que es su señoría; pero no tiene el valor de declararlo públicamente». Calvo Sotelo, con la intención de hacer las Cortes inviables, contestó:
Yo tengo el valor para decir lo que pienso y su señoría menos que nadie puede prohibirme la expresión legítima de mi pensamiento. Su señoría es una pequeñez, un pigmeo.
El irritado socialista propuso a Calvo Sotelo salir a la calle a pelear, y gritó: «Su señoría es un chulo». Con tal escándalo, era fácil sugerir la necesidad de recurrir a medios extraparlamentarios. Calvo Sotelo continuó sus observaciones anteriores refiriéndose al deber patriótico del ejército de «reaccionar furiosamente» contra aquellos que fueran en contra de la nación. Mientras tanto, Eugenio Vegas hablaba en la sala de actos de Acción Española sobre la necesidad que tenían las derechas de tomar el poder para defender sus principios. 67
El 16 de junio, durante otro debate acerca del orden público, Calvo Sotelo propuso en lugar de la inestabilidad de la República
el concepto del Estado integrador que administre la justicia económica y que pueda decir con plena autoridad: «no más huelgas, no más lock-outs […] no más libertad anárquica, no más destrucción criminal contra la producción».
Luego expuso claramente su opinión en términos de desafío:
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