Publicación
editada
en el Perú
por Palestra Editores
Cultura Chancay (entre los años 1200 y 1470 d.C.)
LA NATURALEZA DE
LAS FALACIAS
Luis Vega Reñón
La naturaleza de
las falacias
Palestra Editores
Lima — 2021
Contenido
INTRODUCCIÓN
Parte I
LA NATURALEZA DISCURSIVA DE LAS FALACIAS
Capítulo 1
LA FAUNA DE LAS FALACIAS Y SU RESISTENCIA A LAS CLASIFICACIONES
Capítulo 2
UNA BRÚJULA PARA ORIENTARNOS POR EL TERRENO
Capítulo 3
¿POR QUÉ HEMOS DE INTERESARNOS HOY POR LAS FALACIAS?
Parte II
LA NATURALEZA HISTÓRICA DE LAS FALACIAS
Sección 1
HITOS Y AUTORES
1. El padre Aristóteles
2. Una versión medieval de las falacias
Intermedio. Signos de nuevos tiempos en el trato con falacias
3. La lógica de Port Royal y el propósito de la formación del juicio
4. John Locke y la distinguida familia de los argumentos ad
5. El desengaño ilustrado del P. Feijoo
6. Las falacias políticas según Jeremy Bentham
7. La bendición de las falacias lógicas por el arzobispo de Dublín, Richard Whately
8. Arthur Schopenhauer y la esgrima dialéctica
9. Las falacias en el sistema de lógica de John Stuart Mill
10. El latir de los paralogismos en la lógica viva de Vaz Ferreira
Un cuadro histórico de la formación de la idea de falacia
Sección 2
TEXTOS
1. Aristóteles (384-322 a.n.e.)
2. ¿Tomás de Aquino? Sobre las falacias (s. XIII)
3. Antonie Arnauld (1612-1694), Pierre Nicole (1625-1695)
4. John Locke (1632-1704)
5. Benito Jerónimo Feijoo (1676-1764). Teatro Crítico Universal
6. Jeremy Bentham (1748-1832)
7. Richard Whately (1787-1863)
8. Asthur Schopenhauer (1788-1860)
9. JOHN STUART MILL (1806-1873)
10. CARLOS VAZ FERREIRA (1872-1958)
Parte III
LA ESQUIVA NATURALEZA DE LAS FALACIAS COMO OBJETO DE ESTUDIO TEÓRICO. Problemas y perspectivas
Capítulo 1
LOS BUENOS PROPÓSITOS FRENTE A LA REALIDAD
Capítulo 2
VARIACIONES EN TORNO A LA TEORIZACIÓN DE LAS FALACIAS
Capítulo 3
LAS FALACIAS A TRAVÉS DE LOS ESPEJOS DE LA TEORÍA DE LA ARGUMENTACIÓN. PERSPECTIVAS Y PROBLEMAS
Introducción
«Sostengo que combatir la falacia es la raison d’être de la Lógica»
Alfred Sidgwick, Fallacies [1984] 1890, Introd. p. 3.
Las falacias son un fruto natural de nuestras interacciones discursivas. A juzgar por su mala prensa y su uso impenitente representan una especie de parásitos dañinos y afincados tanto en conversaciones privadas como en informaciones, deliberaciones y debates públicos. Vienen siendo también un asunto principal de la teoría de la argumentación desde su lejana fundación aristotélica hasta nuestros días. Pero, por cierto, combatirlas no constituye la razón de ser de la Lógica o, para el caso, del estudio de la argumentación. Hoy nos hace sonreír el énfasis de Sidgwick en su cruzada contra las falacias a finales del s. XIX, por más que formara parte de un programa bienintencionado de orientación práctica de la vieja disciplina1. En cualquier caso, al margen de esa vindicación exaltada, el replanteamiento de las falacias resulta obligado por varios motivos. Veamos algunos de muy distinto tipo y peso.
(1) Para empezar, en la perspectiva general de los estudios de la argumentación, el análisis de la argumentación falaz tuvo una estrecha relación con el despegue de estos estudios en los años 70 del pasado siglo y aún sigue desempeñando un papel crucial en la identificación y la evaluación de argumentos. Según Ralph H. Johnson y J. Anthony Blair, relatores oficiales del nacimiento y los primeros pasos de la actual lógica informal: «Dado el modo como se ha desarrollado la lógica informal en estrecha asociación con el estudio de la falacia, no es sorprendente que la teoría de la falacia haya representado la teoría de la evaluación dominante en lógica informal» (2002, p. 369)2. Ahora bien, ya ha pasado tiempo, más de cuarenta años, desde la publicación de la obra que iniciara el estudio moderno de las falacias, Fallacies de Charles L. Hamblin (1970)3: ha corrido bastante agua bajo los puentes desde entonces y parece haber llegado el momento de dejar que remansen las corrientes, observar el caudal y hacer balance.
(2) En esa misma perspectiva general, el estudio de la argumentación falaz puede servir de espejo en el que se reflejen la investigación y el análisis de la argumentación justa y cabal, y a través del cual podamos vislumbrar nuevos retos y desarrollos de la teoría de la argumentación.
(3) Hoy, por otra parte, en diversos medios relacionados con la práctica y la investigación de la comunicación y la argumentación —no solo académicos, sino jurídicos, políticos, periodísticos— crecen el interés y la preocupación por los usos y abusos del discurso público. El interés se debe al auge de las técnicas de comunicación y de las estrategias de inducir a la gente a hacer o pensar algo; la preocupación, al mejor conocimiento de los problemas que anidan en la trama cognitiva y discursiva del dar, pedir y confrontar razones de algo con alguien o ante alguien. La argumentación falaz, en particular, es un recurso socorrido en el maltrato del discurso público donde puede adoptar diversas modalidades, desde el simple bulo hasta las estrategias de desinformación, al amparo de ideologías confortables como la posverdad4.
(4) En fin, la idea misma de falacia resulta más complicada e incluso problemática de lo que da a entender su popularidad como tópico escolar y como arma dialéctica (“lo que Ud. dice es falaz”, “su posición descansa en una falacia”, “señor mío, no me venga con falacias”...)5. Es una idea necesitada de revisión y precisiones en vista de su condición multiforme y compleja.
Este libro trata de responder a estas demandas sobre la base de una concepción comprensiva y holística del discurso falaz, fundada en lo que filosóficamente cabe considerar su naturaleza. La empresa es arriesgada y tiene visos de paradójica pues aspira a dar una idea global y relativamente unitaria de una naturaleza que no es simple ni es única, sino compleja y susceptible como la trinidad cristiana de distintas “procesiones” o, como la trimurti india, de diversos avatares o encarnaciones según el punto de vista que se adopte o el aspecto que se resalte. Para hacerles justicia el libro consta de tres partes que corresponden a tres perspectivas fundamentales sobre la naturaleza de la falacia: una discursiva y etológica, otra histórica y la tercera teórica —o más precisamente analítica y metateórica—.
Antes de presentar cada uno de estos enfoques, una cortesía elemental invita a avanzar una noción de falacia que nos permita saber de qué vamos a conversar y con qué vamos a encontrarnos. Convengamos en llamar falacia una mala argumentación que, a primera vista al menos, parece razonable o convincente y en esa medida resulta especiosa e induce a confusión o error. Es una noción harto genérica, pero recoge los aspectos crítico y normativo comúnmente reconocidos en las falacias y nos sitúa en el terreno propio de la interacción argumentativa. Nuestros usos cotidianos de los términos ‘falaz’ y ‘falacia’ abundan en su significado peyorativo: insisten en la idea de que una falacia es algo en lo que se incurre o algo que se comete, sea un engaño o sea algo censurable hecho por alguien con la intención de engañar. Así, en los diccionarios del español actual, el denominador común de las acepciones de ‘falacia’ y ‘falaz’ es el significado de engaño y engañoso6. Son calificaciones que pueden aplicarse a muy diversas cosas: argumentos, actitudes, maniobras y otras varias suertes de actividades, tramas y enredos. Aquí vamos a atenernos a las actividades discursivas: solo éstas resultarán falaces. Ahora bien, dentro del terreno discursivo, la imputación de ‘falaz’ o de ‘falacia’ también puede aplicarse a diversos actos o productos como asertos (e. g. “el tópico de que los españoles son ingobernables es una falacia”), preguntas (e. g. “la cuestión capciosa «¿Ha dejado usted de robar?» es una conocida falacia”), normas (e. g. “una norma tan tolerante que estableciera que no hay normas sin excepciones, sería falaz”) o argumentos (e. g. “no vale oponer a quien se declara a favor del suicidio un argumento falaz del tenor de «Si defiendes el suicidio, ¿por qué no te tiras desde el ático de la casa?»”).
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