4. Cantidad de noticias: porcentaje alto de noticias por reportaje, proporción alta de contenido no publicitario, cantidad total de contenido publicitario, número de noticias de agencia publicadas.
5. Interpretación: diversidad de columnistas políticos, proporción alta a partir de interpretaciones de prensa y de material de referencia para detectar posibles noticias (2003: 9).
Los resultados obtenidos, concluyen Meyer y Kim, los sitúan en el camino de un sistema de medición que permita definir y localizar el punto óptimo (sweet spot) de calidad. Pero sus cuestionarios abiertos-cerrados a editores muestran también que «la exactitud de la información, el periodismo de investigación, las habilidades del personal y el civismo todavía son valores tradicionalmente apreciados en tanto que indicadores de calidad». En general, señalan, «el periodismo de calidad, en las mentes de algunos, es un coste no rentable», una opinión basada, en muchos casos, en la errónea percepción del coste de reducir la calidad: «Los beneficios netos son inmediatos, pero el coste de la disminución de lealtad de los lectores y el reemplazo de una cohorte reducida son más lentos en materializarse». En su opinión, es imprescindible «encontrar los recursos para ayudar a los directores de periódicos a posicionar sus productos con mayor precisión en tanto que servicio lucrativo. En ausencia de un buen posicionamiento, tanto su rentabilidad como su responsabilidad social pueden estar en riesgo» (2003: 9). Buena parte de los estudios, especialmente en el ámbito norteamericano –como mostraba el realizado por Thorson–, centran su atención en vincular calidad y productividad, es decir, en determinar la inversión que garantizará la máxima difusión. Quizá por ello autores como R. Edmonds, del Poynter Institute, se afanan en advertir que el suyo no es un estudio corporativo, destinado a animar a la reducción de costes y plantillas. El investigador plantea cómo influyen en la calidad factores como la propiedad, los cambios en la paginación, la lógica empresarial y, en especial, la desigualdad de recursos, que califica de extraordinariamente amplia. Tras observar que un mayor número de empleados no es una garantía de calidad –«algunos destacados periódicos parecen tener éxito con un número promedio de personal suficiente»–, apunta a que la clave es más bien una cuestión de liderazgo: «Doscientas personas, bien dirigidas, lograrán más que 225 que van a trabajar cada mañana mientras intentan averiguar lo que deberían estar haciendo [...] los números importan tanto como el nivel de habilidad del personal».
Tanto en el ámbito español como en el latinoamericano, las propuestas destinadas a medir la calidad no han tomado en cuenta, al menos de forma explícita, la relación entre calidad y beneficios empresariales, como han hecho algunos de los autores norteamericanos citados, [10]sino que, por el contrario, han abogado por aspectos más estrechamente ligados a la ética y la deontología, más en el terreno de la obligación moral que del negocio. [11]
Una de las primeras opciones de análisis procede de un equipo de investigadores de la Pontificia Universidad Católica de Chile (2001) que desarrolló un patrón de medición denominado «Valor Agregado Periodístico» (VAP), entendido como «la capacidad que tiene el periodista de entregar y procesar información sin distorsionar la realidad, seleccionando y jerarquizando profesionalmente lo que es noticia, y las fuentes involucradas en el hecho» (VV.AA., 2001: 114). Junto con una asignación de espacio adecuada, el sistema tiene en cuenta «las dos grandes dimensiones del proceso de elaboración periodística: la selección de la noticia (pauta) y la creación de las notas (mensaje)».
Si bien la mayor parte de los estudios apelan a los profesionales –editores y periodistas– para determinar el estándar de calidad, algunos apuestan por la percepción de la audiencia como elemento de referencia. En esta línea se involucran De la Torre y Téramo al proponer un indicador de Percepción de la Calidad Periodística (PCP). Esta propuesta –en estrecha relación con el vap– se estructura no sobre la idea de satisfacción o preferencias estéticas del cliente de un producto de consumo, sino sobre los requisitos de noticiabilidad que percibe el lector de diarios (2005: 176).
Gómez Mompart, tras un conjunto de reflexiones críticas sobre los problemas del periodismo en el tránsito de los siglos XX a XXI, derivados del nuevo ecosistema comunicativo en la era digital y de las diversas crisis de los medios convencionales, contrapone la elaboración de textos periodísticos desde dos orientaciones (forma épica y forma dramática de la noticia, en alusión a la distinción teatral que planteó Bertolt Brecht), reivindicando la calidad y el rigor de la primera frente a la manipulación de la segunda (2001: 33). A continuación y después de evaluar someramente las periodísticas de calidad de dos docenas de medios internacionales (de prensa, radio y televisión), extrae los principios sobre los que considerar un periodismo de calidad, los cuales agrupa en cuatro apartados: A. Cuestiones éticas y deontológicas; B. Fuentes y documentación para las informaciones; C. Tratamiento y desarrollo de las noticias; y D. Relación con la opinión pública (2001: 34). En un trabajo posterior más teórico, el mismo autor aborda los condicionantes que arrastra el periodismo actual a la hora de tratar la complejidad social, insistiendo sin embargo –mediante ciertas propuestas– en que, en la sociedad de la información y del conocimiento, es necesaria una información que no rehúya dicha complejidad si el periodismo quiere seguir siendo un bien social y contribuyendo a la democracia (2004: 13-30).
J. M. de Pablos y C. Mateos lanzaron en el 2004 una iniciativa destinada a evaluar la calidad periodística sobre la base de tres índices que unen aspectos a menudo considerados de modo separado y que resultan invisibles para los lectores. Así, el Índice de Calidad de las Noticias conjuga aspectos empresariales, periodísticos y –como nexo entre los dos anteriores– laborales. Los autores apuestan por la creación de un Consejo de Calidad Informativa [12](CCI), un órgano plural que regularía «la calidad de lo que en el mercado editorial circula como periodismo» y asignaría etiquetas a cada publicación en función de su categoría (medio de referencia, medio de calidad, medio popular o medio sin clasificar):
Índice laboral. Mediría las condiciones de las plantillas de redacción:
1. Número suficiente.
2. Productividad adecuada.
3. Cualificación profesional actualizada.
4. Especialización acorde con los contenidos de la publicación.
5. Normas: libro de estilo, estatuto de redacción, defensor del lector.
6. Conflictividad laboral.
7. Salario justo.
8. Turnos y jornadas de dedicación racionales.
9. Vacaciones y tiempo libre del personal del medio homologables.
Índice periodístico. Mediría la calidad de las informaciones:
1. Pluralidad de fuentes utilizadas y citadas.
2. Frecuencia de uso de fuentes corporativas.
3. Uso de bases documentales primarias.
4. Porcentaje de temas propios.
5. Grado de cumplimiento normativo (códigos éticos y normas de autorregulación).
6. Porcentaje de periodismo de investigación.
7. Libertad de la redacción en sus cometidos.
8. Continuidad de las informaciones ofrecidas.
9. Grado de corrección lingüística.
Índice empresarial. Contabilizaría el papel del empresario ante la información:
1. Composición de intereses accionariales insertados en el diario.
2. Cuenta de resultados publicada y bien a la vista, no escondida.
3. Datos de distribución y ventas expuestos a los lectores en el propio periódico (2004: 19-20).
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