En este contexto de conflictos, más o menos ahormados y finalmente estabilizados, la UE siguió un desarrollo con el objetivo final de la unión política, consolidando su unión económica y la extensión del Estado del bienestar a la totalidad de sus miembros, los fundadores, por supuesto, y con empuje hacia cada una de las nuevas incorporaciones.
La encrucijada se produce, precisamente, a partir del fracaso constituyente de 2004, en el que hay que anotar el principio de una secuencia renacionalizadora por parte de los estados miembros. Bajo el paraguas de los intereses nacionales, supuestos o reales, y el empuje de las fuerzas políticas contrarias al objetivo final de la unión política además. Con el agravante inmediato de la crisis sistémica de la que todavía no se puede vislumbrar una solución. Es más, con la amenaza creciente de ruptura de los equilibrios mundiales que suponen los populismos de los gobernantes estatales, de EE. UU. a Rusia, y por supuesto de muchos de los estados miembros de la propia UE.
Ante estas amenazas inquietantes conviene presentar el balance de sesenta años de construcción no siempre bien entendida y, por supuesto, lo que constituye un déficit gravísimo para la gestión de las instituciones de la UE, con la escasa difusión de los objetivos políticos y sociales de la misma construcción. Una vez más, se reitera, la ausencia de la complicidad de la ciudadanía, ayuna de información comprensible y directa, y siempre ajena a la participación efectiva y democrática en la formulación de los objetivos. Sin la complicidad de la ciudadanía el camino se ha hecho más áspero, y a la vez más frágil, ante los ataques populistas de la extrema derecha en sus versiones más brutales, elementales y contrarias a los valores democráticos que constituyen el fundamento mismo de la existencia de la UE.
Un balance que tiene sus dimensiones más notables en el cimiento de los valores universales, en los derechos humanos, sucesivamente ampliados a medida que el respeto a las minorías, a los refugiados y al mismo medio ambiente se abría paso en las conciencias de la ciudadanía europea. De la misma manera que la democracia es la forma de gobierno más cercana a la manifestación de la voluntad de los ciudadanos y ciudadanas, y en consecuencia requisito imprescindible para el desarrollo de la propia UE.
Sobre ambos, valores y democracia, se despliega a lo largo de sesenta años el Estado del bienestar, la necesidad y a la vez la oportunidad de reducir las desigualdades, y hacer partícipes de la riqueza común a todos los ciudadanos de la UE. Este es un signo de identidad inequívoco de la misma Unión, ahora amenazado por la regresión neoconservadora, reaccionaria, que ha logrado infiltrarse a modo de pensamiento dominante en los más recónditos espacios de la misma UE.
Porque el éxito económico, desde 1957, ha sido uno de los resultados más espectaculares del proceso de creación de la UE. En efecto, escaldadas de las experiencias autárquicas, nacionalistas, proteccionistas y demás, desde sus propios orígenes, las instituciones europeas trataron por todos los medios de evitar las funestas consecuencias de aquellas experiencias. El resultado no ha sido otro que el de la creación de un espacio comercial y económico común, con capacidad de innovación y crecimiento, hasta constituir uno de los bastiones más espectaculares del planeta.
Las políticas de reequilibrio territorial, y más adelante de preservación y estímulo del medio ambiente, constituyen asimismo logros más que notables del funcionamiento de la UE. Los beneficios de tales políticas alcanzan todos los rincones geográficos de los estados miembros, y han contribuido en la medida de lo posible a la era de la globalidad, a la recomposición de las poblaciones y a hacer llegar a estas los beneficios del crecimiento y el bienestar.
Como ha sucedido, y se sigue en este objetivo fundamental, con la conectividad de todo el espacio europeo mediante redes de transporte que cada vez más simultanean sus diseños y trazados con los objetivos sociales colectivos, los económicos y con la preservación y puesta en valor de objetivos medioambientales, como puede ser la disminución de los efectos de las emisiones de gases de efecto invernadero, gracias a la preferencia por el ferrocarril como medio de transporte de personas y mercancías.
En el ámbito de la educación y la cultura, desde el programa Erasmus, que ya afecta a decenas de miles de estudiantes de todos los estados miembros, en el mayor de los intercambios universitarios de la historia, hasta la homologación de las titulaciones académicas superiores con el Plan Bolonia.
Con todas las debilidades que se quiera, la implantación del euro constituye un paso más en la construcción europea, como signo de una voluntad política de avanzar precisamente hacia la unión política. Su mantenimiento constituye, con las reformas económicas, fiscales y financieras que se requieran, un objetivo fundamental de la propia UE.
Además, todo ello se ha producido en una activa política de paz, con un periodo pacífico sin precedentes en Europa. Generaciones de europeos conocen los conflictos en los libros y manuales de historia y referencias compartidas con los más ancianos de sus comunidades, como algo lejano y que no debe repetirse, lo que, todo unido, ha contribuido a una cultura de paz asimismo sin precedentes en la historia de muchos o todos los estados miembros de la UE.
Sobre los contenidos y la organización del texto
Además de la introducción, a la manera de balance de la situación actual de la UE, de los retos y amenazas, las alternativas y el análisis de todo ello, junto al resumen de algunos de los logros más destacables de la UE desde sus inicios en 1957, el libro contiene los resultados de un detallado análisis que sustenta las afirmaciones anteriores y abre el camino a la discusión y debate sobre todo en lo que concierne a las alternativas ante las amenazas de regresión, internas y externas, que se plantean en el inicio del siglo XXI.
El texto se articula en torno a tres partes delimitadas y entrelazadas, como comprobará el lector.
La primera se refiere a la presencia de la historia en el origen y construcción de la UE. En ciertos espacios del continente, por no decir en todos ellos, la presencia de la historia, en especial del siglo XX, no es algo remoto y reservado a los profesionales de la disciplina académica e investigadora. Es algo que se aduce ante cualquier conflicto en resurrección inmediata de agravios o rencores derivados de conflictos presentes en la memoria colectiva. Desde el sacrosanto temor a los horrores de la hiperinflación alemana de la primera posguerra hasta los enfrentamientos nacionalistas o las consecuencias de una Guerra Civil como la española.
El siglo breve, entre 1914 y 1989, con sus horrores, forma parte de la memoria colectiva cotidiana de millones de seres humanos habitantes del Viejo Continente.
La segunda parte, explicativa, se detiene en el balance y situación actual de la UE en el umbral, ya traspasado por cierto, de nuevos horizontes geoestratégicos, económicos y sociales en los que precisamente ha sido partícipe y no menor la edificación de la propia UE. Los riesgos, las amenazas y las oportunidades de esta nueva etapa a escala global y planetaria no son pocos. Conciernen, nos conciernen, a todos con independencia de nuestras creencias o convicciones. La irrupción de nuevos actores, o la nueva perspectiva y objetivos de actores más viejos, obliga a una reconsideración del papel y funciones de las propias instituciones de la UE.
La UE no es solo un gigante económico, científico, cultural, social y referente de valores que se estiman universales. Sin embargo, sus instituciones, ancladas en la dependencia de los estados, no siempre están en condiciones de articular respuestas a los retos y amenazas. La defensa, la seguridad, las relaciones exteriores no tienen el grado de integración que puede convertir a la UE en un actor global. No constituyen el único caso. La renacionalización de las políticas sociales, de modo singular ante el flujo migratorio y de refugiados, constituye un retroceso actual de los avances conseguidos en años precedentes al socaire de la prosperidad económica entre otras razones. Los nacionalismos de la extrema derecha nos retrotraen a épocas que precisamente el proyecto europeo quiso superar de manera total.
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