Soy la voz que se transforma en mujer
A los dieciséis, Tania y su familia se mudan a Lima. Con la experiencia adquirida en la televisión chiclayana, ella pasa a convertirse en la conductora de uno de los programas más importantes de música peruana, llamado Danzas y canciones del Perú. Tras todo lo ya logrado, quería estudiar música y ser directora de orquesta.
Pero su padre la obligó, y a su hermano también, a estudiar ingeniería pesquera. “Tenía que ir a la Universidad Técnica del Callao con ese hermano; si no, no iba. Él me tenía que cuidar. Estuve seis años ahí. No aprendí nada porque mi cabeza estaba en otra parte”, señala. A poco de terminar la carrera, la abandona y también se va de su casa. Ya no podía seguir lidiando con los celos, la violencia y cuidados excesivos de su padre. “Me fui de la casa para que me dejaran ejercer mis derechos. Estaba encerrada y muy cuidada. Tenía veintiún años, ya era adulta”, confiesa. Tras llegar a un acuerdo, logra la tan ansiada autonomía.
Mientras tanto, ella seguía trabajando en el canto, perfeccionando su afinación sin ayuda de nadie y expandiendo sus saberes musicales. “Empiezo con toda la música latinoamericana, porque viene [al Perú] la influencia de Chile, Argentina, Uruguay y Cuba. Así abordo los géneros y termino fusionando todo”, dice. Asimismo, logra su propio programa de televisión llamado Tania presenta.
Para ella, la música en América Latina es una sola.
Nuestras grandes raíces son la indígena, la española y la negra. Todo el folclor que nace de nuestros países proviene de ahí. Hay mucha similitud entre un huapango mexicano, una zamba argentina y una marinera peruana. Por eso me atrevo a cantar casi todo el repertorio latinoamericano.
A los veinticinco años, en 1977, Tania recibe una invitación para cantar en el país que la recibiría con los brazos abiertos: México. Así, pasa de conocer sus paisajes sólo en el cine, de pequeña, a verlos en la vida real. Tania Libertad llega a la capital mexicana para un festival de música y queda deslumbrada ante el ambiente de la Plaza Garibaldi y sus mariachis. Vuelve a Lima brevemente pero en 1978 regresa a México y se instala por unos meses en la casa de la actriz Carmen Salinas. Es así que Salinas la ayuda a conseguir trabajo en el Teatro Blanquita, uno de los más famosos del momento, también ubicado en Garibaldi. “Estaba en mi destino”, señala Tania.
En esa época se casó con su novio, que vino desde Perú. Sus testigos fueron Salinas y la cantautora peruana Chabuca Granda. Tania no quería, pero decidió aceptar. Meses después, la pareja viajó a Europa “a buscar suerte”, como lo menciona en una entrevista. Regresan al Perú en 1979. “En el ochenta, rompo mi acta de matrimonio delante de él y compro un pasaje de avión. Le dije: ‘Me voy’. Ahí es donde decido venir a México, quedarme y no regresar”, cuenta. La popularidad y el éxito cosechados en Perú eran lo de menos. Había que construir todo de nuevo.
Gracias a la vida
Al migrar a México, Tania forja un camino artístico sola, de lo cual se siente orgullosa. “Contraté a mis propios músicos porque soy solista, nunca pertenecí a ningún grupo. Siempre fueron hombres los que estuvieron bajo mi mando”, dice entre risas. En este tercer y definitivo viaje a México, tiene la oportunidad de recorrer el país.
Cortesía de la artista.
No llegué aquí a meterme a través de la radio ni la televisión. Empecé con un proyecto cultural, con el cual tenía que ir a los últimos rincones de este país a dar conciertos en escuelas, cárceles, hospitales y casas de la cultura —señala. Tania, sea cual sea su escenario, responde con respeto—. Yo tomo la canción y me sale como lo dicta el alma, el corazón y el cuerpo. Mi forma de gesticular y de pararme en un escenario es muy particular.
Pronto el amor entre el público mexicano y ella se volvió mutuo. “Para hacer crecer mi carrera tenía que buscar un país que fuera amable en todos los sentidos. En México encontré buenos amigos que se convirtieron en mi familia”, asevera. Es así que en una celebración en 1983, con su nueva familia, conoce a su ahora esposo, Luiz Felipe Gomes da Silva. Ellos se casan en 1986.
Al año siguiente, la intérprete graba su primer disco en México, llamado Boleros (PolyGram), que fue todo un éxito. Ni el mismo Luis Miguel pudo hacerlo. “Me abre las puertas al público masivo y eso es lo que supe calibrar en su momento. Tuve que decir no a muchas cosas. Seguí por el camino que había decidido tomar. Dije ‘No, no me voy a convertir de la noche a la mañana en la artista de moda’. Nunca voy a pasar de moda porque nunca estuve de moda”, apunta.
La disquera le pide grabar un segundo álbum, dedicado también a los boleros, titulado Nuevamente… boleros (Philips Records, 1986). Con ello, acumula cuatrocientas mil copias vendidas sólo en México. Asimismo, realiza Me voy pa’ la pachanga (Philips Records, 1986), un disco de música tropical grabado con la orquesta del mexicano Irving Lara, quien también produjo música de Celia Cruz y David Byrne, entre otros artistas.
En 1986 da a luz a su primer y único hijo: Diego Gómez da Silva de Souza. La maternidad no fue un impedimento para seguir creciendo profesionalmente. “Fue muy linda, maravillosa y muy laboriosa. Tuve la suerte de contar con el apoyo de mi pareja. Él me suplió las veces en las que yo tenía que trabajar”, comenta. Ese mismo año lanza Trovadicción (Sony Music), y en 1988 trabaja nuevamente con boleros en Mucho corazón (CBS). La consagración estaría por llegar.
Alfonsina y el mar (Sony Music, 1989) se convertiría en uno de los discos más vendidos de su carrera. En esta producción podemos encontrar homenajes a Chabuca Granda, Mercedes Sosa y Violeta Parra, quienes forman parte de su influencia musical. Es especialmente con Manzanero y Granda con quienes Tania tuvo una relación especial.
Fueron grandes voces. Siempre tuve claro que lo que quería era ser una gran cantante. Pero después me di cuenta de que también quería ser una gran intérprete. No es lo mismo ser cantante que una gran intérprete. Una de mis grandes referencias las encuentro en las compositoras o compositores como Alicia Maguiña, Violeta Parra, Armando Manzanero y Chabuca Granda. No tenían grandes voces, pero sabían decir sus canciones, hacerlas y conmover.
La Libertad de Manzanero y Chabuca
No es secreto que Tania Libertad y Armando Manzanero fueron grandes amigos y también compañeros profesionales. Por ello, la muerte del “Rey del romanticismo”, el 28 de diciembre del 2020, la dejó en shock. De él atesora todo lo aprendido. Abrió conciertos de Armando en Lima sin sospechar que, tiempo después, realizarían juntos dos álbumes de estudio y uno en vivo: La Libertad de Manzanero (Columbia, 1995), Armando la Libertad (Azteca Music, 1998) y DesArmando a Tania (Sony Music, 2014).
Asimismo, rememora con cariño las veces que cantó con él en Perú y su amor por este país sudamericano. “Armando Manzanero adoraba y viajaba mucho al Perú. Le encantaba ir a Machu Picchu con toda la familia”, menciona. A su vez, no olvida su carácter solidario, como cuando cantaron juntos en la Estación del Barranco, un conocido bar en Lima:
Cuando no me llevaban a cantar en Perú, me iba por mi cuenta. Le dije una vez: “Armando, quiero ir a cantar a Perú, ¿me puedes acompañar? No te ofrezco un sueldo. Vamos a ver si alcanzamos la taquilla”. Él dijo: “Claro que sí”. Se obtuvieron de dos a cuatro conciertos con tres funciones, pero nos quedamos diez días. Ningún otro artista me hubiera aceptado esas condiciones.
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