Es la sima del gueto, la de los elegidos, los puros, los auténticos, la de los poseedores de la única verdad. Esta segunda deriva, manifiestamente fundamentalista, puede acabar en la secta: literalmente, eso significa secta, quien se separa del colectivo, del mundo en este caso. Riesgo que, como ya he apuntado más arriba, puede conducir al cruzado, situación de quién, imbuido de poseer la única verdad, luego del único camino de salvación, hace de su vida una militancia redentora.
Esta polarización en la iglesia entre la dilución y el gueto no es cosa nueva. En un libro de Raúl Berzosa encontramos esta afirmación de 1976 firmada por algunos prominentes sacerdotes de la época, algunos ya fallecidos, otros en plena actividad. Dice así: «La Iglesia puede perder su identidad por una encarnación indiferenciada como puede perder su significación por un distanciamiento del mundo. […] Deseamos una Iglesia que no se separe del mundo ni se confunda con él, formando parte de la sociedad y no dejándose asimilar por nada ni por nadie». [40]
¿Diríamos entonces aquello de nihil novo sub sole o que la historia, definitivamente, es cíclica y repetitiva? De hecho, en el seno de la Iglesia siempre ha habido sensibilidades diferenciadas y los tiempos actuales son cualquier cosa menos monolíticos. Es ya una banalidad afirmar que vivimos en una sociedad plural, conformada por unas personas muy individuales que tienen dificultad para adoptar y asociarse en proyectos colectivos. Como base o sustrato de la actual civilización occidental, veríamos, en esta segunda década del siglo XXI, dos liberalismos modernos que se posicionan con fuerza:
• el de derechas, el liberalismo del mercado, del dinero, del buen vivir, de la promoción social al precio que sea. La crisis que estamos padeciendo desde el año 2008 hay que inscribirla en este momento de la civilización occidental donde se alza como valor supremo el bienestar de los individuos y de quienes le sean más cercanos, esto es, sus núcleos familiares más próximos.
• el de izquierdas, el liberalismo de las costumbres, el libertario, en particular el de la vida sexual y de ocio. También en el familiar. Siguiendo a Lipovestky, la familia moderna sería como una prótesis individualista para el desarrollo de los miembros que la componen, básicamente la pareja adulta con ninguneamiento explícito de los hijos que quedan relegados a ser meramente niños.
En este marco, pensamos, que debe insertarse la labor de cristianos, de sus iglesias y de sus instituciones. Particularmente las educativas que pretendan ser algo más que transmisoras de conocimientos o habilitadoras de recursos para la inserción socio-laboral de sus alumnos (aún sin olvidar o relegar a un segundo plano estos dos objetivos básicos de todo centro educativo), esto es, entidades o redes educativas que pretendan la educación integral de la persona del alumno, luego también la religiosa.
En este planteamiento, se necesita destacar en la apuesta por los siguientes puntos:
• La fragilidad frente al valor de lo performativo.
• La gratuidad frente al mero beneficio, la recompensa.
• El amor frente al solo placer.
• La utilidad frente al utilitarismo.
• La debilidad de la utopía cristiana (Dios es amor y trascendencia) frente a la (pretendida) fortaleza de la quimera del individualismo, triunfante gracias a la competitividad pura y dura que, aun sin nombrarlo, menos aún aceptarlo, hace suya la tesis hobbesiana del homo homini lupus.
¿Debe ser la Iglesia, debe aspirar la Iglesia a ser «madre y maestra» para el mundo de hoy, según la fórmula de Pablo VI? ¿No deberá pensar más bien en ser abuela, por utilizar un símil de Émile Poulat?
Los padres, padre y madre, tratan no solamente de inculcar unos valores a sus hijos. Su objetivo, máxime en un mundo convulso como el actual, es el de su futuro, piensan en su futuro laboral en primer lugar. Quienes somos padres lo entendemos muy bien porque participamos de esas preocupaciones, anhelos, cuando no angustias, ante la incierta deriva de nuestros hijos. Los abuelos, abuelo y abuela, tratan de ayudarlos a vivir mejor, a que sean más felices, mejor insertados en el mundo también, pero con la distancia de la experiencia de quienes han pasado por todo. Así están menos preocupados por las creencias de sus nietos, incluso por los saberes de sus nietos (sus calificaciones escolares, por ejemplo) que por sus virtudes. Quieren verlos sanos física y psicológicamente, socialmente más aún, contentos consigo mismos, firmes en sus valores como juncos que saben acomodarse al viento sin perder su fuerza, raíz y compostura.
Centrándonos en la dimensión explícitamente religiosa cabe preguntarse si lo esencial está en la búsqueda de la vera doctrina o en el ejercicio de la caridad. Y ello, desde la quintaesencia de la doctrina cristiana, como podemos constatar en los textos bíblicos de Mt 25 o en toda la teología de Juan, por ejemplo, el quinto capítulo de su primera carta. Una vez más Émile Poulat:
Hemos dado a la fe una preeminencia que San Pablo concedía a la caridad, bajo la presión de una evolución histórica que ponía en primer lugar la apologética. Había que defender la fe por todos los medios, la fe que se perdía, un estado de espíritu confortado por la lucha sin piedad contra la crítica kantiana del conocimiento. Se llega así a un catolicismo de la cátedra, a un catolicismo de profesores, un fenómeno análogo a lo que sucedió en el movimiento socialista: un socialismo de la cátedra, de teóricos, severo hacia el socialismo de masas, generoso, espontáneo pero (intelectualmente) desarmado. [41]
Este debe de ser, en nuestra opinión, el espíritu en la propuesta de la fe cristiana, máxime en una sociedad plural y desnortada como la nuestra, poniendo el acento, precisamente en base a esa fe cristiana, en el ejercicio de la caridad. Deus caritas est, como reza la magnífica primera encíclica de Benedicto XVI.
Notas:
[1]Ponència llegida el 18 d’octubre de 2011 al IV Congrés d’Estudis Personalistes «Colligite Fragmenta. Repensar la tradició cristiana en el món postmodern».
[2]Diarmaid MacCulloch, Historia de la cristiandad, Barcelona, Debate, 2011, p. 1079.
[3]Jean-Louis Schlegel, «Adieu au catholicisme en France et en Europe?», Esprit, febrero de 2010 [dentro del dossier «Lé déclin du catholicisme européen»], p. 78.
[4]Ibid., p. 93.
[5]Ignacio Sotelo, «La persistencia de la religión en el mundo moderno», en Formas modernas de religión [Rafael Díaz-Salazar, Salvador Giner y Fernando Velasco, eds.], Madrid, Alianza, 1994, capítulo 2º.
[6]Émile Poulat, France chrétienne, France laïque. Entretiens avec Danièle Masson, París, Desclée de Brouwer, 2008, p. 270.
[7]Fuente: . Ver Observatorio Andalusí, Estudio demográfico de la población musulmana. Explotación estadística del censo de ciudadanos musulmanes en España referido a la fecha del 31 de diciembre de 2010. Consultado el 30 de agosto de 2011.
[8]Hemos tratado este tema con mayor extensión en «Los valores religiosos en la sociedad europea: diagnóstico y visión de futuro», en Cristianos en el mundo. Una presencia activa [Javier Elzo, Francesc Torralba y Josep Mª Margenat], Lleida, Milenio, 2011, pp. 17-61.
[9]Constantin Sigov, «Les frontières de la culture post-athée et ses transgresseurs», en Cultures religieuses, Église et Europe. Actes du Colloque de Lyon, 8-10 Juin 2006 [Jean-Dominique Durand, dir.], París, Parole et Silence, 2008, p. 39.
[10]Ioan-Marius Bucur, «Religion et nationalisme en Europe post-comuniste», en Cultures religieuses, Église et Europe. Actes du Colloque de Lyon…, op cit., p. 78.
[11]Halmut Rosa en el primer capítulo de su trabajo Accélération: une critique sociale du temps, París, La Découverte, 2010.
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