Esta visión de las cosas exige superar algunos escollos de talla. Señalemos dos. El primero el de no confundir el cristianismo (o el islam, o el protestantismo) histórico o encarnado con el cristianismo identitario, modelo que más arriba hemos descrito. El concepto de «glocalidad», con su famoso corolario del «pensar global y actuar local», nos parece de gran utilidad para no caer en semejante deriva identitaria con el gravísimo riesgo de adoptar una religión excluyente de los «otros», de los que no son de mi país, queremos subrayar concretamente. (La cuestión de las relaciones inter-religiosas suponen otro registro de lectura al que dedicamos espacio propio).
El segundo escollo, también es de gran importancia. Es lo que el sociólogo francés Jean-Pierre Denis define como «el riesgo de la fusión» con el mundo moderno, Lo cual consiste en «disolverse en la secularidad... desaparecer de éxito, al precipitar la trasfusión de los valores cristianos [26]en un humanismo postreligioso abierto a ‘todos los hombres de buena voluntad’, pero que, al mismo tiempo, progresivamente se mutila de la cruz, huérfano de la resurrección». [27]El riesgo de la fusión, sigo a Denis, está en la complacencia, en la dilución en la adormidera del ron-ron mayoritario con la vana esperanza de ser aceptado en la figura de un cristiano débil, que, a lo sumo, recibiría la sonrisa displicente de quienes, por mor de tolerantes pasivos, «toleran» a los últimos cristianos, cual especie en extinción.
El Padre Arrupe, todavía Prepósito general de la Compañía de Jesús el año 1978, se servía del concepto de aculturación para expresar esta dimensión de la religión con estas palabras: la aculturación significa «la encarnación de la vida cristiana en un contexto cultural particular, de tal modo que esta experiencia no sólo encuentra su expresión a través de elementos propios a una cultura determinada (lo que sería nada más que una adaptación superficial), sino que llega a ser un principio que anima, dirige y unifica la cultura, transformándola y rehaciéndola de manera que efectúe una nueva creación». [28]Pero, en esta definición de aculturación se inserta una expresión, y una idea, que consideramos datada. Poco más de treinta años después, cuando escribimos estas líneas, pensamos que no es posible decir que la aculturación es «un principio que anima, dirige y unifica la cultura, transformándola…».
En efecto, como señala Torres Queiruga, «todavía anida en el inconsciente colectivo que acercarse a otra religión significa sustituir con nuestra verdad la suya propia, ‘convirtiéndola’ a la nuestra». Así, según el teólogo, la aculturación vendría a suponer «respetar la cultura (su cultura) pero sustituir la religión (su religión)». De ahí que propugne como alternativa la categoría de «inreligionación». «Una religión, que consiste en saberse y experimentarse como religión viva con Dios o con lo Divino, cuando percibe algo que puede completar o purificar esa relación, es normal que trate de incorporarla. Lejos de suprimirse como tal relación a lo Divino, lo que hace es afirmarse de una manera más rica e intensa. […] Crece desde la apertura al otro hacia el misterio común». [29]
Lo que nos lleva a la importante cuestión del dialogo entre religiosos de diferentes confesiones y, más aún al diálogo de los religiosos con los ateos, de los creyentes con los no creyentes; cuestión que nos parece central y definitoria de la singularidad y especificidad de la religiosidad en la modernidad tardía en la que nos encontramos, ya atravesada la secularidad (pero no los secularismos) y cuando emergen a derecha e izquierda nuevas formas de sacralidad o pseudosacralidad. Un marco relacional que, a nuestro juicio, solamente cabe afrontar mediante la confrontación seria y respetuosa de las diferentes confesiones religiosas y de ellas con los no creyentes que no hayan caído en el laicismo excluyente de lo religioso.
4. EL DIÁLOGO INTERRELIGIOSO Y EL DIÁLOGO ENTRE CREYENTES Y NO CREYENTES, PARADIGMA DEL RESURGIMIENTO DE LA NUEVA RELIGIOSIDAD
Me detendré en tres puntos en este apartado. Por un lado, en las relaciones entre distintas religiones en un mismo espacio geográfico, por otro lado, en el diálogo entre creyentes y no creyentes, y, por último, cerraré con un apunte sobre la laicidad en la España actual. En los tres casos con especial referencia a la Iglesia católica.
Respecto del diálogo interreligioso, más allá del hecho innegable de diferentes religiones compartiendo el mismo espacio geográfico, situación que irá en aumento con la globalización y los desplazamientos de personas e ideas, la cuestión estriba en saber cómo los responsables de las iglesias van a entender la «verdad» de su dogma. ¿Cómo cabe entender, en este contexto, en el mundo católico, que «fuera de la iglesia no hay salvación», o en el ámbito islámico que «Alá es el único Dios»? La cuestión va mucho más allá de querellas teológicas, pues toca la vida relacional de las personas, por ejemplo en el espinoso y no resuelto tema de los matrimonios interreligiosos, cada día evidentemente más numerosos. Lo planteo en términos que adopto de un prestigioso teólogo católico, Jacques Dupuis, profesor emérito de la Universidad Gregoriana de Roma y durante muchos años también profesor en la India. Escribe que «el dilema fundamental es el que existe entre exclusivismo eclesiocéntrico y pluralismo teocéntrico, es decir entre una interpretación fundamentalista del axioma ʻfuera de la Iglesia no hay salvaciónʼ y un radical liberalismo que concibe las diferentes manifestaciones divinas dentro de las diversas culturas como caracterizadas todas ellas –incluida la que tuvo lugar en Jesucristo– por una igualdad fundamental en sus diferencias». Más adelante señala que:
la cuestión es si simplemente hay que aceptar o tolerar el pluralismo religioso como una realidad de facto en nuestro mundo actual o si, por el contrario, puede ser visto teológicamente [y sociológicamente añado yo] como realidad existente de iure. En el primer caso, la pluralidad de las religiones que caracteriza el panorama del mundo actual –y que, según todas las previsiones humanas, se mantendrá también en el futuro– es vista como un factor con el que es necesario contar, más que como un fenómeno grato. […] En cambio, en el segundo caso, la misma pluralidad será acogida como un factor positivo que atestigua al mismo tiempo la sobreabundante generosidad con que Dios se ha manifestado de muchos modos a la humanidad y la multiforme respuesta que los seres humanos han dado en las diversas culturas a la autorevelación divina. [30]
Como se puede apreciar esta segunda forma de ver las cosas, sin necesidad de entrar a razonar sobre la acción de Dios que escapa al campo de la sociología, tiene sin embargo un fundamental engarce en una sociología del fenómeno religioso entendido como manifestación y respuesta que los hombres y mujeres del planeta han dado a las primeras y fundamentales preguntas de la vida a la largo de la humanidad. Respuestas que han configurado las diferentes confesiones religiosas así como las respuestas ateas. [31]
El propio Dupuis, años después en una conferencia en el Forum Deusto remachó estas ideas de innegable valor anticipativo, con estas palabras:
El mundo pluri-étnico, pluri-cultural y pluri-religioso de nuestro tiempo requiere, de todas partes un «salto de calidad» proporcional a la situación que vivimos si deseamos mantener relaciones mutuas positivas y abiertas, caracterizadas por el diálogo y la colaboración entre los pueblos, las culturas y las religiones del mundo. Es imprescindible una auténtica conversión de las personas y de los grupos religiosos para conseguir la paz entre las religiones, sin la cual, como hemos recordado anteriormente, no puede haber paz entre los pueblos. [32]
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