A partir de ese momento, Triunfo , tan comprometido hasta entonces con la movilización social y con su objetivo de tumbar las instituciones franquistas y liderar un proceso democrático, se quedó sin proyecto político y asumió la tarea de vigilar el sincero espíritu democrático del gobierno de Adolfo Suárez, 34 de criticar la deriva eurocomunista del PCE 35 y de advertir del peligro de la ultraderecha. 36 A lo largo de ese segundo semestre de 1977, la situación no debió de ser fácil en la redacción de Triunfo . Urgía redefinir una línea editorial que diera coherencia a una cierta continuidad ideológica con las propuestas de izquierda defendidas hasta entonces y, al mismo tiempo, diera respuesta a las cuestiones abiertas por la nueva situación política. Las divergencias ideológicas dentro de la redacción entre Eduardo Haro Tecglen, muy crítico con el pragmatismo del PCE, y Nicolás Sartorius, leal a las posiciones oficiales del partido, empezaron a ser insalvables.
Por si fuera poco, la situación empresarial de Triunfo venía siendo dramática desde meses atrás. Fragilidad empresarial y turbulencias ideológicas no eran la mejor combinación para salvar un proyecto editorial, incluso de la trayectoria y renombre de Triunfo . Si en el tardofranquismo los lectores más exigentes se habían refugiado en las revistas de información general de mayor carga cultural y política como Triunfo y Cuadernos para el Diálogo , con la llegada de la democracia esos mismos lectores encontraron en la nueva prensa diaria, democrática, de calidad y mucho más influyente un espacio de información y deliberación acorde con los nuevos tiempos. Las viejas revistas de larga trayectoria antifranquista ya no resultaban ni tan atractivas ni tan funcionales en tiempos de democracia emergente. Al mismo tiempo, el aumento de las tensiones entre los distintos sectores de la izquierda era una «señal de que la progresía, fuertemente unida hasta entonces, se deshacía», como había advertido Pedro Altares al Consejo de Administración de Edicusa en junio de 1975. 37
Los lectores demandaban más información que doctrina política, la militancia mediática daba paso a una relación más desapasionada con la nueva prensa diaria y lo que había sido en los últimos años de la dictadura un signo público de distinción, llevar bajo el brazo la revista Triunfo , ahora lo era llevar consigo el diario El País . Jóvenes profesionales de clases medias urbanas se incorporaban en masa a la democracia desde una nueva condición que no era ya la de ser de izquierdas, sino algo tan vago y difuso como ser «progresista». Y fue con ese sentimiento con el que conectó el diario El País desde que salió a la calle en mayo de 1976 como «un periódico sin pasado, que no tiene que arrepentirse de nada, porque de nada se siente responsable» (Seoane y Sueiro, 2004: 17).
Las viejas lealtades culturales y militancias políticas empezaban a sufrir una profunda crisis y la deserción de lectores en las emblemáticas revistas del antifranquismo corría en paralelo con el descenso de la cifra de afiliación a las formaciones políticas situadas a la izquierda del PSOE, particularmente del PCE (Treglia, 2011: 37). El marxismo, que había dado sentido durante décadas a la resistencia antifranquista, dejaba de resultar funcional en medio de un contexto de repliegue comunista en la Europa occidental y de desmovilización de las clases urbanas más politizadas durante la dictadura y que ahora optaban por alternativas más pragmáticas (Mayayo, 2018). La apertura del proceso de negociación salarial de los Pactos de la Moncloa en el otoño de 1977 acabaría por determinar la fractura política entre los que decidieron mantenerse firmes en sus posiciones ideológicas de izquierda marxista y los que viraron hacia posiciones más posibilistas. La redacción de Triunfo acabó convirtiéndose en un microcosmos donde la fractura entre los periodistas se hizo evidente.
La participación del PCE en los pactos con el Gobierno de Adolfo Suárez resultó controvertida para no pocos de sus afines. La contención salarial y la desmovilización social derivadas de esos acuerdos fueron interpretadas por muchos como una traición a la clase trabajadora y por otros como el precio necesario que había que soportar en beneficio de la estabilidad económica y la contención de las cifras de desempleo (Molinero e Ysàs, 2017: 237). En la redacción de Triunfo quien marcó la línea argumental sobre este tema fue Eduardo Haro Tecglen desde su artículo semanal, donde, a modo de editorial, denunciaba que «la mesa de negociación está usurpando a las Cortes su función legisladora porque, en la práctica, los partidos allí reunidos actúan como un Gobierno de concentración sin legitimidad democrática». Añadía que, para el PCE, firmar estos acuerdos significaba «acudir a la salvación del Gobierno Suárez». 38 Y ni siquiera las declaraciones exculpatorias a Le Monde del secretario general del PCE, Santiago Carrillo, asegurando que la unidad de las fuerzas políticas era lo único que podría disipar el riesgo de un golpe de estado al estilo del de Pinochet en Chile, suavizaron en Triunfo su frontal oposición a los Pactos. 39 Apenas faltaban unas semanas para que finalizara 1977 y para que algunos de los redactores y colaboradores más emblemáticos de Triunfo y más vinculados con el Partido Comunista abandonaran el semanario para emprender un nuevo proyecto, la revista La Calle .
EL LANZAMIENTO DE LA CALLE
El 15 de marzo de 1978, el diario El País anunciaba la inminente salida de La Calle como una revista que nacía «con el propósito de ofrecer una información viva, directa y plural de la actualidad política, social y cultural del país». César Alonso de los Ríos, futuro director de la nueva revista, declaraba a El País que «la idea de poner en marcha La Calle surgió hace un año de un grupo de profesionales que queríamos hacer la revista de izquierdas, coherente y de calidad periodística que, a nuestro parecer, todavía no se puede encontrar en el mercado». 40 Reconocer públicamente que un grupo de redactores llevaba un año planificando la edición de una nueva revista constituía un muy serio golpe a la revista Triunfo , de la que provenían y a la que ya no reconocían su entidad como «una revista de izquierdas coherente y de calidad».
Lo que sí parece claro, a la luz de su línea editorial en 1977, es que las críticas de Triunfo al PCE debieron de ser el detonante para que los redactores más vinculados al partido decidieran abandonar la revista y fundar La Calle con el fin de reforzar la imagen pública del Partido, con mayúscula, tan debilitada a lo largo de ese año por los decepcionantes resultados electorales y por las renuncias programáticas que comportó la firma de los Pactos de la Moncloa. De este modo, recién iniciado 1978, el PCE se encontraba con dos importantes respaldos: la revista La Calle y el sindicato Comisiones Obreras (CC. OO.), ambos esenciales para compensar la situación políticamente debilitada del comunismo. De la revista y del sindicato se esperaba que contribuyeran a ganar en el espacio mediático y laboral la posición hegemónica que el PCE no había alcanzado en las instituciones a través de las urnas.
Finalmente, el primer número de la revista La Calle salió a la luz el 28 de marzo de 1978 con el resultado de una traumática escisión dentro del grupo que hasta entonces constituía lo más emblemático del equipo de redactores del semanario Triunfo : Manuel Vázquez Montalbán, Fernando Lara, César Alonso de los Ríos, Nicolás Sartorius y Julia Luzán entre otros. Que Teodulfo Lagunero fuera su accionista mayoritario y Pilar Brabo la encargada de conseguir socios para la nueva empresa indican que detrás de la iniciativa de poner en marcha La Calle estaba, si no el PCE de manera orgánica, sí algunos de sus militantes más significativos. Alguno de ellos, como Nicolás Sartorius, fundador de CC. OO., ocuparía un lugar relevante en la nueva redacción tras su ruptura con Triunfo en octubre de 1977, y su hermano Jaime, un puesto en el Consejo de Administración de la empresa editora de la revista, Cultura y Prensa S. A., junto al propio Lagunero. Otros accionistas que también ocuparon un lugar de relevancia en el Consejo de Administración fueron Luis Larroque, abogado vinculado al PCE desde 1976, y Jesús Martínez Guerricabeitia, empresario valenciano y mecenas cultural, hermano del fundador de la editorial Ruedo Ibérico, otro emblema del antifranquismo. En el plano periodístico, la responsabilidad correría a cargo de César Alonso de los Ríos y de Carlos Elordi, ambos militantes comunistas, como director y subdirector respectivamente.
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