1 ...6 7 8 10 11 12 ...18 Ahora bien, si la política nacional no parecía prestarse a tácticas unitaristas, la agenda internacional quizá sí ayudara a ello. Después de dos años en los que había desatendido en su agenda periodística el panorama internacional, recuperó su atención sobre él en un intento de trazar el mapa de un nuevo internacionalismo ideológicamente funcional en el contexto de la Guerra Fría. La izquierda en Francia o en Italia, los movimientos insurreccionales en el Magreb o las guerrillas latinoamericanas ocupaban de nuevo las páginas y las portadas de Triunfo al igual que lo estaban haciendo en La Calle . El viejo antiamericanismo de la izquierda española ahora aparecía renovado en medio de la controversia política en torno a la OTAN. Tras dos años centrados en la actualidad interna española, en Triunfo se debió de percibir que la recuperación de un cierto internacionalismo antiimperialista podía atraer de nuevo el interés de los lectores hacia la revista y recuperar para ella el papel de liderazgo que había desempeñado en los años sesenta. Sin embargo, ninguna de estas estrategias funcionó y las cifras de tirada se desplomaban.
Su director, José Ángel Ezcurra, reconstruyó la memoria de aquel tiempo aludiendo a los intentos del PSOE por ejercer un control indirecto sobre la revista a partir de la compra de un abultado número de suscripciones. Ante semejante oferta, replicó Ezcurra que Triunfo «no podía ni merecía terminar en la condición de publicación subvencionada» (Alted y Aubert, 1995: 656). Mientras tanto, las reuniones en la redacción ponían de manifiesto lo que para los periodistas constituía una incomprensible deserción de los lectores, mientras los costes de producción de la revista no dejaban de aumentar a causa de la inflación y el descenso de ingresos por publicidad no encontraba freno. Desde esta posición de debilidad, el director de Triunfo recibió una nueva oferta, esta vez del círculo empresarial más próximo al presidente del Gobierno, que propuso a Ezcurra a través de Garrigues Walker efectuar una importante inyección de capital a cambio de que la redacción de Triunfo considerara «intocable» a Adolfo Suárez (Alted y Aubert, 1995: 657). No hubo respuesta al ofrecimiento. Sacrificar la esencia crítica e izquierdista de Triunfo en aras de la supervivencia debió de parecer un precio demasiado alto para su director y el resto de la redacción.
Tampoco Cuadernos para el Diálogo lograba remontar las dificultades económicas, que habían conducido al semanario a una situación crítica y hacían casi imposible su continuidad. Cada número semanal costaba entre tres y cinco millones de pesetas, con unas pérdidas que llegaron a los dos millones, con una redacción y plantilla que, en el último número, sumaban un director, dieciocho redactores, cinco administradores y más de ochenta colaboradores. En julio de 1976, Altares ya había explicado ante la Junta de Accionistas aquel «proceso lento, pero inexorable» que llevaba a la revista a perder lectores como resultado, apuntaba, de «la pérdida del papel protagonista que hasta entonces habíamos tenido como revista política de carácter democrático». 50
En su caso, la vinculación directa al PSOE sí se contempló como una tabla de salvación y así, en el verano de 1977, Altares solicitó ayuda financiera a la socialdemocracia alemana a través de la Fundación Ebert (la misma que unos años después se convertiría en el centro de una intensa polémica sobre la financiación ilegal del partido). Envió para ello un informe en el que explicitaba las relaciones personales e ideológicas de la revista con el PSOE: «A lo largo de estos casi dos años últimos de periodicidad semanal, Cuadernos para el Diálogo ha logrado acreditar una imagen muy concreta de revista política de información y opinión cuya orientación ideológica es netamente socialista y próxima a las posiciones que mantiene el PSOE, aunque, como es evidente, defienda y sostenga su carácter independiente y pluralista». 51
Esta gestión no tuvo éxito y el último paso fue dirigirse directamente al PSOE. La Comisión Ejecutiva trató el tema y acogió favorablemente la idea, pero bastante menos positivo debió de ser el juicio de la Comisión Económica ante las dificultades de inserir Cuadernos entre la restante prensa del partido, pues el proyecto tampoco salió adelante. 52 Fue entonces cuando Enrique Sarasola, Carlos Zayas y otros accionistas de Cambio 16 ligados al PSOE abandonaron esa revista y decidieron invertir la cantidad abonada por sus acciones en Cuadernos , con el visto bueno de Felipe González. En una reunión con la dirección de Edicusa suscribieron el capital necesario, pero nunca llegaron a desembolsarlo en su totalidad. 53 Altares intentó todavía una última gestión ante el presidente del Gobierno, Adolfo Suárez:
He llamado a todas las puertas: gobierno, partidos, personalidades. En todas la misma respuesta alentadora: Cuadernos no puede morir porque es una institución que ha defendido y defiende valores que son imprescindibles en la España de hoy y de mañana, el futuro necesitará todavía más a la prensa libre... Pero las promesas no han encontrado cauce. 54
Como afirmaba Altares en una entrevista, «sólo pedíamos dos semanas de lo que al Estado le está costando el diario Pueblo , cuya ayuda anual supera los 700 millones de pesetas». 55 Tampoco los accionistas respondieron a la llamada de Altares para suscribir la ampliación de capital –35 millones– necesaria para no cerrar la revista. Al final la única ayuda llegó del Gobierno, al menos para amortizar parte de los gastos de liquidación del personal. El último número de la revista apareció en los quioscos en octubre de 1978.
Varios factores contribuyeron a este declive; algunos ya los hemos apuntado. Ahora los lectores podían elegir entre una oferta más amplia porque los viejos diarios habían recobrado sus funciones informativas y aparecieron otros nuevos, como El País y Diario 16 en 1976 y El Periódico de Catalunya en 1978. En particular, El País supo atraer a muchos lectores habituales de Triunfo o Cuadernos para el Diálogo con un lenguaje y unos contenidos que mantenían ciertas líneas de continuidad, como la altura intelectual y cierto didactismo de los artículos (Vázquez Montalbán, 1995: 171-179). Además, el mercado de revistas estaba saturado cuando, en cambio, el número de lectores no había crecido proporcionalmente. 56 Las revistas de información general alcanzaron en 1978 la cifra récord de 69.378.885 ejemplares de difusión conjunta, con un incremento para la década de los setenta del 84,87 %, pero, a partir de ese momento, su difusión iba a bajar hasta los 48.386.272 ejemplares en 1980 y a estabilizarse en una media de 45 millones durante la década de los ochenta (Cabello, 1999).
También se produjo un transvase de lectores hacia las revistas especializadas y los suplementos de la prensa diaria, así como a la radio y la televisión, que habían mejorado notablemente la calidad de sus programas de actualidad. Es verdad que en los últimos años las revistas críticas habían ganado en credibilidad, pero llegaban solo a una minoría lectora. «El cambio político no ha comportado un interés creciente por la prensa. Los desheredados de la cultura, en este caso de la información, no han sido recuperados para la lectura», escribía César Alonso de los Ríos en La Calle a propósito de la desaparición de Cuadernos . 57
La consolidación institucional de la democracia supuso el final de la oleada de movilización de la sociedad civil producida durante los últimos años del franquismo y los primeros de la Transición. En toda Europa, la resaca del 68 trajo consigo la desaparición de una parte de la prensa de izquierdas, y los medios que sobrevivieron tuvieron que aligerar sus contenidos políticos, haciéndose más moderados y sumándose al prestigio posmoderno de lo cultural (Van Noortwijk, 1995: 497). Si en algo se diferenció España fue en la intensidad del proceso, fruto de unas circunstancias excepcionales, de manera que al auge de la prensa progresista siguió en pocos años su crisis, con la desaparición de revistas semanales tan significativas como La Actualidad Española, Mundo, Doblón, Opinión o Posible . El propio Altares admitía entonces que «el desfase entre Cuadernos para el Diálogo, Triunfo, La Calle y todas las revistas y la realidad es inmenso». 58 Se empezaba a hablar de «desencanto». Cuando dos años después Triunfo cambió su periodicidad para intentar superar la crisis, El País escribía:
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