No puede decirse que estas revistas desarrollasen hacia las manifestaciones una simple labor de mediación informativa porque también desempeñaron un eficaz papel de reactivación social. Para los movimientos sociales, su afirmación y la garantía de su propia supervivencia dependían en una parte significativa del apoyo que les pudieran brindar los medios de comunicación, pues solo desde las páginas de papel impreso podían mantenerse la tensión necesaria y el interés público por sus actividades entre una acción colectiva y la siguiente. En este sentido, las revistas posibilitaron la continuidad de algunos movimientos sociales manteniendo vivo el interés por ellos mediante reportajes, artículos de opinión, entrevistas o mesas redondas, y ejerciendo una forma de participación pública no formalizada. Contribuyeron así a proyectar la actividad cívica de la contestación, en un verdadero ciclo de protesta que comenzó a dar sus primeras muestras de debilidad tras la aprobación de la Ley para la Reforma Política en diciembre de 1976, y de clara disolución en vísperas de las primeras elecciones democráticas de junio de 1977 (Tarrow, 2012). Las dos revistas se encontrarán entre las primeras víctimas de ese cambio de ciclo hacia la desmovilización.
Junto a altavoces de la movilización social, Triunfo y Cuadernos para el Diálogo se convirtieron en plataformas de diálogo y articulación de grupos y organizaciones políticas de cara al nuevo escenario abierto inevitablemente con la muerte de Franco, pese a la continuidad de las instituciones y aparatos de la dictadura. En sus páginas, las distintas alternativas ideológicas, presentadas ya al lector en forma de partidos o candidaturas políticas, debatieron las vías posibles de acceso a la democracia, así como las características y los requisitos que esta debería cumplir. Un debate que se representó en una dualidad política, pero también discursiva y simbólica: ruptura frente a reforma. Fueron medios de expresión semitolerados, pero fueron mucho más: medios de participación política, de recuperación pacífica del espacio público y de construcción de ciudadanía sin los cuales el final de la dictadura podía no equivaler al nacimiento de la democracia.
CUADERNOS PARA EL DIÁLOGO , ENTRE LA RUPTURA Y LA REFORMA
Cuadernos para el Diálogo tenía la edición lista para su distribución cuando falleció Franco, aunque en el último momento pudieron añadirse cuatro páginas en el número correspondiente a ese mes. Un editorial comentaba «que una página del pasado de Europa se cierra con su muerte», la que iba de su ascenso al poder en una fase de guerra y totalitarismos a la presente de democratización y unidad europea. Muchas viejas heridas de la Guerra Civil estaban aún sin cicatrizar, pero la sociedad de 1975 no era la de 1936 gracias a las grandes transformaciones socioeconómicas de las décadas anteriores y «ahora es el pueblo español el que ha de pasar a primer plano como única fuente de legitimación posible». El balance de casi cuarenta años sería tarea de los historiadores, pero también de todos los españoles que «necesitan, como cualquier otro pueblo, analizar su pasado. Sobre todo, cuando éste pretende erigirse en piedra angular del futuro». Junto a ese editorial, un artículo de Ruiz-Giménez titulado «Los deberes del tránsito» señalaba la inaplazable tarea de promover la seguridad jurídica y la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley, los derechos de expresión, reunión y asociación, la soberanía popular y la «solución de los problemas reales», que en la terminología del momento equivalía a profundas reformas económicas. 3
La portada del número de diciembre traía la foto de un cabo rompiéndose, en alusión a la frase de Franco sobre su legado «atado y bien atado», con un gran titular: «España quiere democracia». Asumiendo el papel de portavoz semitolerado de la oposición que se le atribuía, la revista publicaba una de sus habituales encuestas a varios representantes de las organizaciones todavía clandestinas. El acuerdo sobre los objetivos democráticos y sobre la prioridad de conceder una amnistía no ocultaba las diferentes actitudes ante la posibilidad de un cambio «desde arriba» o «desde abajo». Sin embargo, las llamadas del PSOE y del PCE al pragmatismo y a no desechar de antemano ninguna opción situaban el debate, en realidad, entre la credibilidad democratizadora concedida a un eventual proyecto reformista guiado por el rey y el escepticismo por parte de la izquierda marxista de que este pudiera ir más allá de una «democracia limitada». Hasta la izquierda radical, con Francisca Sauquillo en representación de la Organización Revolucionaria de Trabajadores (ORT), consideraba que la cuestión no estaba en democracia «desde arriba» o «desde abajo», sino en «un compromiso organizado y sin exclusiones sobre unas bases claras». Como siempre, era la solución del problema regional-nacional la que planteaba mayores divergencias. 4
En ese mismo número de diciembre un editorial titulado «El pueblo pide voz y voto» analizaba el primer discurso del Rey, que si bien «no amplió el margen de expectativa, tampoco lo disminuyó». El reformismo de Arias era ya insuficiente «para las aspiraciones de la sociedad española» y la muy parcial amnistía, que dejaba fuera desde los exiliados hasta los militares de la Unión Militar Democrática (UMD), constituía «la primera oportunidad desaprovechada». 5 Sí se veían indicios de cambio en otras instancias, como la Iglesia, que había hablado por boca del cardenal Tarancón en su sentida homilía. 6 Amnistía −«el fin de nada, sino el comienzo de todo»− era de nuevo la palabra más utilizada en la mesa redonda sobre «Reforma o ruptura» del número correspondiente a enero de 1976, donde toda la oposición se mostraba de acuerdo en no participar en el proyecto de Arias para una «democracia parcelada». 7
Durante los primeros meses de 1976, Cuadernos reflejó, quizá mejor que ninguna otra publicación de la época, los tanteos y las reflexiones sobre las vías de salida del impasse provocado por un equilibrio de fuerzas entre el régimen y la oposición. Si Juan Carlos no había heredado el poder carismático de Franco ni podía conformarse con ejercerlo por medio de la represión, debía buscar una legitimidad democrática. 8 A mediados de junio, con motivo de su discurso ante el Congreso de los Estados Unidos y sus declaraciones a la revista Newsweek , un editorial titulado «Otro gobierno para las promesas del Rey» reclamaba la dimisión de todo el Gabinete, pues «ni Arias ni Fraga están a la altura de las circunstancias». 9 Cuadernos había apostado por Areilza y, cuando se llevó a cabo el deseado cambio de gobierno menos de dos semanas después, la inesperada designación de Suárez mereció una portada en negro, con una pequeña foto en el centro del nuevo presidente con la camisa azul de Falange y un expresivo titular: «El apagón». El coautor del rotundo editorial, Rafael Arias-Salgado, se convertiría poco después en jefe del Gabinete político de Suárez y en diputado, ministro y secretario general de UCD. 10
Casi diez años después de la importante «Meditación sobre España» de 1967, Ruiz-Giménez escribía en la primavera de 1976 una «segunda meditación». Afirmaba en ella que «el verdadero dilema no es el de reforma-ruptura», sino «entre una micro-reforma, elaborada oligárquicamente y bajo veladuras, y una macro-reforma de alcance constituyente, realizada por cauces democráticos». Para el fundador de la revista y ahora presidente de Edicusa, debía formarse un «gobierno provisional de pacificación» y neutral que garantizase «el orden público, el diálogo político y la objetividad del proceso electoral constituyente». 11 Una meta en la que coincidía con los representantes comunistas, como Ramón Tamames, y con socialistas como su discípulo Peces-Barba, aunque el PSOE de Felipe González ya empezaba a barajar la posibilidad de entrar en el juego siguiendo las reglas de la reforma Suárez.
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