AAVV - Revistas para la democracia. El papel de la prensa no diaria durante la Transición

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Las revistas fueron un espacio arriesgado de información y opinión política en los últimos años del franquismo, lo que algunas pagaron con sanciones y suspensiones. Este libro analiza la aportación y la significación de la prensa no diaria como tribuna accesible a los movimientos de oposición, a manera de «parlamento de papel», término sobre cuyo alcance se habla en la introducción. Por una parte, se estudian algunas revistas anteriores al final de la dictadura, de neto enfoque renovador, como 'Cuadernos para el Diálogo' y 'Triunfo' o las catalanas 'Destino', 'Oriflama', 'Presència' y 'Canigó', junto al semanario informativo 'Cambio 16', en contraste con la inadaptación creciente de las veteranas 'La Actualidad Española' y 'Gaceta Ilustrada'. Por otra, se encuentran revistas nacidas tras la jura del rey Juan Carlos, como el semanario popular 'Interviú', los comunistas 'Arreu' y 'La Calle', o 'Punto y hora de Euskal Herría', del nacionalismo vasco de izquierdas, y el proyecto valencianista 'Valencia Semanal'. El capítulo dedicado a 'Por favor', 'El Papus' y 'El Jueves' ofrece una mirada global sobre el fenómeno de la renovación de la prensa de humor; así como el dedicado a los magazines angloamericanos 'The Economist', 'Time' y 'Newsweek' aporta una visión internacional de la Transición, no por distante menos incisiva. El libro incluye, además, el testimonio y las reflexiones de algunos periodistas, editores e historiadores. El epílogo apunta una interpretación sobre el efímero éxito de estas publicaciones en la que fue una gran década para las revistas.

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De hecho, Cuadernos para el Diálogo valoró positivamente el anteproyecto de la Ley para la Reforma Política como «formalmente democratizador», a pesar de que abría «un proceso constituyente que, en el mejor de los casos, consumirá todo el año 1977, un largo lapso de tiempo de incertidumbre política, inseguridad e inestabilidad». 12 También juzgó de manera favorable su aprobación en Cortes, «un paso para la salida no violenta del sistema franquista hacia uno democrático», reconociendo que el éxito del Gobierno Suárez «ha sido en ese campo indudable y sería mezquino y poco objetivo no reconocérselo». Aun así, faltaba todavía «dar credibilidad democrática al proyecto» y negociar con la oposición unas «reglas de juego» para el reconocimiento de todos los partidos políticos, la modificación de la normativa vigente sobre asociación y reunión, el acceso en condiciones de igualdad a los grandes medios de comunicación social, la amnistía total y una ley electoral de tipo proporcional para el futuro parlamento. 13

Fue el incumplimiento por parte del Gobierno de esas condiciones de legitimidad democrática e igualdad de oportunidades lo que motivó su posición abstencionista, como del resto de la oposición de izquierda, ante el referéndum del 15 de diciembre de 1976. 14 Además, incluyó en sus páginas publicidad sobre el referéndum de la mayoría de los partidos políticos de la oposición, incluidos los todavía ilegales, y de cinco asociaciones feministas. Dicho número a punto estuvo de ser secuestrado por las autoridades, que prohibieron la reproducción de los anuncios y anagramas de cuatro organizaciones: PCE, ORT, Partido del Trabajo de España (PTE) y Movimiento Comunista (MC). La revista, que abría el número con publicidad del Gobierno a favor del voto, decidió en solidaridad tachar visiblemente los anuncios del resto de fuerzas políticas de la oposición. No por ello dejó de admitir el «carácter relativamente inédito» del proceso democratizador español, «en que parte de la clase política perteneciente al viejo sistema autoritario ha intentado –y lo ha conseguido parcialmente– tomar la iniciativa política para protagonizar dicho cambio». Eso sí, siempre impulsada por la presión popular. 15

El éxito gubernamental en el referéndum de 1976 lanzaba un reto a la oposición, pues «de ella puede depender, en parte, que la futura Constitución sea plenamente democrática». 16 Cuadernos interpretó con acierto y moderación el proceso de transición a la democracia en su fase más difícil, sin ese dogmatismo que a veces se le ha atribuido, y en cierta medida contribuyó a su éxito con la más clamorosa y discutida decisión periodística del semanario: la publicación del borrador secreto de la Constitución a finales de 1977. El escándalo político fue mayúsculo: Manuel Fraga y Jordi Solé Tura acusaron a la revista de ser el órgano de expresión del PSOE, aunque Alfonso Guerra habló de «irresponsabilidad» y Gregorio Peces-Barba, «sorprendido e indignado», dimitió de su puesto en el consejo de administración y la junta de fundadores. 17 Para la ciudadanía, por el contrario, la divulgación del borrador dio mayor transparencia a un proceso constituyente mantenido hasta entonces al margen del debate público, lo que permitía a los actores sociales valorar el texto según sus expectativas y participar, aunque solo fuera mediante presiones externas, en su redacción definitiva. 18

CUADERNOS PARA EL DIÁLOGO SEMANAL ERA OTRA COSA

Con la muerte del dictador había empezado una nueva etapa en la historia de Cuadernos para el Diálogo , donde la acumulación ideológica de los últimos años de la dictadura daba paso al pragmatismo obligado por las soluciones políticas concretas. Además, la reflexión teórica y el tenaz martilleo jurídico, plagado de citas de papas y autoridades de la Iglesia, que habían caracterizado a la revista estaban dando paso a una multiplicación exponencial de los acontecimientos, que parecían haber entrado en una fase de aceleración histórica. Pedro Altares escribía en el último número mensual: «España ha comenzado una etapa histórica en la que ya nos era imposible seguir aherrojados por una periodicidad que obligaba a distanciarse de los hechos y, lo que es mucho peor, imposibilitaba reflejarlos con asiduidad y rigor». 19 En abril apareció el primer número semanal, que iba a distinguir netamente la primera etapa de Cuadernos para el Diálogo bajo la dictadura de la segunda en la transición a la democracia.

El semanario heredaba el espíritu democrático de su predecesor, pero ya no perseguía un proyecto político, sino convertirse en una buena revista de información. Se trataba de contrarrestar el «estilo sesudo y apostólico tan connatural a aquella casa» con «un tono desenfadado no exento de cierto sentido del humor», aunque ello conllevara en ocasiones una «sorda batalla» con los viejos miembros, sobre todo cuando se corregían sus textos por falta de sentido periodístico, como recordaba años después Luis Carandell (1997). Se copió el esquema del francés Le Nouvel Observateur , referente de la izquierda europea de posguerra, para ponerse en condiciones de competir con los nuevos semanarios de información general que adoptaban la fórmula −estilo ágil, agresividad informativa, ambigüedad ideológica y coexistencia de opiniones− de los newsmagazines americanos. En especial Cambio 16 , que en 1976 tiraba 348.081 ejemplares, e Interviú , que tiraba 297.254 y llegaría a los 640.462 al año siguiente, cuando la tirada media de Cuadernos para el Diálogo no superaba los 80.000 ejemplares (Cabello, 1999: 115). 20 Ya en julio de 1974, Altares declaraba a la agencia Europa Press que las pérdidas económicas en el último ejercicio habían sido de 783.007 pesetas, aunque se habían alcanzado los 18.500 suscriptores y se estaba planteando un cambio de periodicidad para competir con las nuevas revistas que «realizan excelentemente una labor política». 21

Cuadernos semanal «se presentó como una excelente realización de moderno periodismo», con un «atractivo diseño» y una redacción de «competentes profesionales», como reconocía el director de Triunfo , José Ángel Ezcurra (Alted y Aubert, 1995: 641). Entre ellos, los periodistas Vicente Verdú, Ángel García Pintado, José A. Gabriel y Galán, Soledad Gallego, Joaquín Estefanía, Federico Abascal Gasset, Enrique Bustamante, María Dolores Vigil y el subdirector, Eduardo Barrenechea, hasta entonces redactor-jefe de Informaciones . Muy ligado desde el principio a la revista, Pedro Altares sustituyó como director a Félix Santos cuando este dimitió en desacuerdo con el cambio de periodicidad (dos años más tarde recalaría en la redacción del semanario La Calle ) (Santos, 2019). En el consejo de redacción, Víctor Martínez Conde ejercía de secretario y Rafael Arias-Salgado, Eugenio Nasarre y Gregorio Peces-Barba como delegados de Edicusa, mientras que Rafael Martínez Alés se encargaba de la dirección comercial y de la gerencia junto a Javier Gómez Navarro, y Miguel Bilbatúa de la documentación con la ayuda del capitán «úmedo», 22 Antonio García Márquez.

Había una «redacción paralela» en Barcelona, integrada entre otros por Carmen Alcalde, Alfonso Carlos Comín y Josep Maria Huertas Clavería, y como muestra del nuevo estilo que deseaba imponerse se reunió un amplio equipo de humoristas, del que formaron parte en algún momento Nuria Pompeia, Cesc, Peridis, Ops, Perich, Layus o Al-Caín. 23 Los editoriales, santo y seña del mensual, perdieron su papel preponderante y su número se redujo de una media de siete u ocho a uno, o dos excepcionalmente. Las fotografías, en su mayoría obra de Manuel López Rodríguez, aligeraron sus páginas, que en esta época se imprimieron en papel satinado, lo cual encareció notablemente su precio desde las 25 pesetas que costaba en 1963 a las 50 pesetas en 1977 y 60 en 1978.

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