Dogliani Patrizia - El fascismo de los italianos

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A diferencia del nazismo, el fascismo italiano se ha visto privado durante mucho tiempo de una historia social integral, mientras se convertía en objeto y modelo para una interpretación cultural del fenómeno totalitario. Este volumen es el primer retrato completo de la sociedad italiana bajo el régimen fascista, desde los años de la toma del poder hasta su crisis durante la Segunda Guerra Mundial, pasando por la larga década dedicada a la organización y al logro del consenso entre las clases medias y populares. Sobre la base de estudios que han reconstruido sectores específicos de la organización de masas del partida (las iniciativas sobre la infancia, la maternidad, los jóvenes, el ocio) y la movilización de la población masculina (la milicia, el deporte), y centrando su análisis en el asentamiento y la estructuración regional del régimen, el libro examina la incidencia del fascismo en la vida cotidiana y en la mentalidad de los italianos.

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El movimiento fascista, presente en las plazas y en las acciones llamativas y simbólicas, no obtuvo un inmediato éxito electoral: todavía era demasiado heterogéneo y confuso en los programas y en las órdenes. De hecho, no fue premiado en las elecciones del 16 de noviembre de 1919 (en Milán, su bastión, había obtenido menos de cinco mil votos), las cuales, en cambio, favorecieron a los socialistas con 156 escaños, a los católicos populares, a los que correspondieron 100, y a la coalición liberal, que obtuvo 179. Las elecciones administrativas que tuvieron lugar en septiembre-octubre de 1920 con el sistema mayoritario ratificaron en el centro-norte la conquista de los municipios y de las provincias por parte de los socialistas y de los populares: los primeros obtuvieron 2.022 municipios de 8.346 y la gestión de 26 consejos provinciales sobre 69; los segundos, fuertes sobre todo en Véneto, consiguieron 1.613 municipios y 10 provincias, mientras que los republicanos lograron la dirección de 27 municipios. En las capitales de provincia, como Alessandria, Milán, Cremona, Plasencia, Reggio Emilia, Módena, Bolonia, Ferrara y Grosseto, los socialistas obtuvieron la mayoría absoluta. El bloque gubernativo democrático liberal mantuvo los restantes 4.665 municipios y 33 provincias. Los fascistas y los nacionalistas se afirmaron únicamente en la ciudad de Trieste, heredando e instrumentalizando el pasado irredentista y el nuevo antieslavismo. Fue entonces cuando el movimiento fascista recurrió abiertamente a la violencia.

La violencia fue parte constitutiva del movimiento fascista: reclutaba a sus seguidores entre quienes sabían utilizar las armas (concretamente exoficiales de complemento) y que, incapaces de reintegrarse en la vida civil, eran propensos a convertirse en profesionales de la violencia, a hacer de la violencia una ocupación política a tiempo completo. Hay que distinguir la especificidad de la acción fascista de la más general situación de violencia difundida en la sociedad italiana y europea de la primera posguerra, así como de otras formas de violencia tradicional o episódica que contemporáneamente tuvieron lugar en Italia. En un país sacudido por profundos fermentos sociales y por reivindicaciones económicas que desembocaron en la ocupación de tierras en la llanura Padana y en el sur y de fábricas del triángulo industrial, el movimiento fascista decidió abandonar la acción en los grandes aglomerados urbanos, que era donde se había originado, para trasladarla a los pequeños centros y a las zonas rurales. También las fuentes oficiales relativas a los actos de violencia política y al número de delitos contra el orden público son claras en sus también descarnadas cifras. En 1919 los hechos violentos se colocaron en un nivel inferior a los registrados en 1915; en cambio, crecieron durante 1920 y alcanzaron su punto álgido entre 1921 y 1922. Atendiendo a las numerosas víctimas por armas de fuego, esta violencia ha sido atribuida sobre todo, tanto por las fuentes de policía de entonces como por los historiadores sucesivos, al clima político desencadenado por el fascismo, concretamente en la Italia septentrional y central, donde los homicidios aumentaron aproximadamente en 350 unidades entre 1920 y 1921.

Una primera acción violenta epatante ya había tenido lugar el 15 de abril de 1919 con el ataque de escuadras fascistas a la redacción milanesa del Avanti! Pero fue un caso bastante aislado, posiblemente una acción no premeditada a cargo de futuristas y arditi , inspiradores y protagonistas de las primeras agresiones escuadristas. La violencia política no consiguió difundirse en las grandes áreas urbanas septentrionales en esos meses: el movimiento obrero se autodefendió en sus bastiones turineses y milaneses y los empresarios industriales prefirieron recurrir a la negociación o a las fuerzas de policía y del ejército para mantener el orden. En cambio, dos circunstancias provocaron que la violencia fascista se manifestara en las áreas provinciales: las grandes huelgas agrícolas del verano de 1920 y la conquista de los municipios por parte de los socialistas en otoño. Las asociaciones de los productores agrícolas de la llanura Padana, así como de Toscana y Umbría, empezaron a armar a voluntarios para imponer orden y control en las zonas rurales sustituyendo al ejército y a los precedentes guardias privados. Las escuadras ( squadre , de aquí el término squadrismo , ‘escuadrismo’) salían normalmente de las capitales de provincia, atacaban y aterrorizaban a individuos, organizaciones y sindicatos de jornaleros y pequeños cultivadores, y después se retiraban a las ciudades de las que habían venido. Estas escuadras estaban formadas por oficiales desmovilizados, apoyados por estudiantes universitarios e hijos de la aristocracia y de la gran burguesía terrateniente, habitualmente residentes en centros urbanos y ciudades universitarias y temerosos de perder privilegios y sobre todo el control de la tierra. A ellos se unieron, también para salvaguardar los propios intereses y la posición social, cultivadores directos, arrendatarios medios o grandes y aparceros. De esta manera, el fascismo estableció un vínculo entre las pequeñas ciudades y las zonas rurales del entorno. El escuadrismo agrario se difundió en el centro-norte entre la segunda mitad de 1920 y la primera de 1921 y contó con «hombres nuevos», jefes y organizadores de la violencia: Olao Gaggioli e Italo Balbo en la zona de Ferrara, Leandro Arpinati en la de Bolonia y Roberto Farinacci en la de Cremona. Fueron designados ras , jefes locales con amplio poder y con seguidores: algunos entraron al servicio de los productores agrícolas, otros, como en las provincias de Alessandria, Pavía y Arezzo, acudieron para formar escuadras expresamente requeridas y financiadas por las confederaciones agrarias. Su acción no se limitaba a aterrorizar a la población y a las organizaciones campesinas, sino que tenía como objetivo la destrucción de todos los centros, sobre todo en los «municipios rojos», que desarrollaban formas de resistencia, solidaridad y asistencia y cooperación y que eran administrados principalmente por socialistas y católicos populares: sedes de partido, ligas, sindicatos, cooperativas de consumo y producción, oficinas de paro, imprentas, escuelas públicas, asociaciones culturales, círculos y salas para reuniones y entretenimiento. La acción sangrienta más dramática que abrió la nueva fase de enfrentamiento civil tuvo lugar en Bolonia el 21 de noviembre de 1920 en el Palazzo Comunale y en la adyacente plaza central: nueve muertos y cincuenta heridos entre la multitud que escuchaba al alcalde socialista maximalista Enio Gnudi condenar un reciente ataque escuadrista a la Camera del Lavoro local.

Entre 1920 y 1922 las instituciones del Estado cedieron casi completamente el monopolio de la violencia. Oficiales del ejército y del gobierno civil fueron incapaces o muy a menudo permisivos y conniventes con respecto al uso de la fuerza por parte de los productores agrícolas y a la violencia fascista en general. Esta venía obstaculizada, cuando era posible, por una igualmente violenta autodefensa por parte de los militantes de izquierdas. Los socialistas se mostraron muy débiles y nada preparados; hubo alguna posibilidad más de controlar el territorio en algunas ciudades industriales obreras en las que la experiencia de la ocupación de los consejos de las fábricas (como en Turín en septiembre de 1920) había formado una clase joven y combativa que en parte confluiría en el Partido Comunista. En algunas ciudades, como Parma y Bari, la tradición sindical revolucionaria facilitó la formación de grupos armados, como los arditi del popolo , creados en el verano de 1921. La resistencia a la agresión escuadrista en Parma, organizada por los arditi guiados por Guido Picelli, tuvo éxito en agosto de 1922, cuando los barrios de Oltretorrente resistieron la acometida de escuadras provenientes de otras provincias, permaneciendo mitificada en la memoria popular antifascista durante todo el ventenio fascista, durante los años de la resistencia e incluso años después. Una situación análoga se produjo pocas semanas después en el barrio San Lorenzo de Roma. Los arditi de Parma eran principalmente jóvenes: al menos el 70% de ellos tenían entre 18 y 27 años; muchos de ellos, pues, no habían participado en la guerra y eran guiados por jóvenes veteranos no mucho mayores que ellos. Una composición por edad análoga a la de las escuadras fascistas: los arditi eran reclutados entre las clases populares y los jóvenes pertenecientes a las escuadras fascistas entre la clase media y medio-baja. Fue Lussu quien observó que

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