Dogliani Patrizia - El fascismo de los italianos

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A diferencia del nazismo, el fascismo italiano se ha visto privado durante mucho tiempo de una historia social integral, mientras se convertía en objeto y modelo para una interpretación cultural del fenómeno totalitario. Este volumen es el primer retrato completo de la sociedad italiana bajo el régimen fascista, desde los años de la toma del poder hasta su crisis durante la Segunda Guerra Mundial, pasando por la larga década dedicada a la organización y al logro del consenso entre las clases medias y populares. Sobre la base de estudios que han reconstruido sectores específicos de la organización de masas del partida (las iniciativas sobre la infancia, la maternidad, los jóvenes, el ocio) y la movilización de la población masculina (la milicia, el deporte), y centrando su análisis en el asentamiento y la estructuración regional del régimen, el libro examina la incidencia del fascismo en la vida cotidiana y en la mentalidad de los italianos.

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Pero a estos dramas se les atribuyeron otros significados y valores, tanto en la mentalidad de la población que los sufrió como en la instrumentalización que las derechas hicieron para dividir a las clases subalternas y apartarlas de la influencia de las corrientes de izquierda neutralistas y pacifistas. Fueron creados estereotipos: el que más arraigó fue el de la imagen del sacrificio silencioso del soldado campesino, contrapuesta a la del obrero evasor. Según la opinión que dio en 1933 el excombatiente sardo Emilio Lussu, que después pasó a las filas del antifascismo, las luchas obreras de la posguerra no atenuaron este juicio:

... en los obreros de las grandes industrias, más que en los otros, era vivísima la aversión a la guerra. Ellos no habían participado, pero seguían combatiéndola como si no hubiese cesado, como si todavía tuviese que estallar. Esta aversión se traducía en desprecio por todos los que habían combatido, como si, durante cuatro años, hubiesen disfrutado correteando. Al poco tiempo, este estado de ánimo contribuiría de manera importante a alejar de los obreros las simpatías de los soldados y del ejército (Lussu: 14).

Durante el año que transcurrió entre la batalla de Caporetto y la victoria, también se extendió la violencia sufrida por la población civil, sobre todo en las provincias de las regiones de Friuli y Véneto. Un contingente de 800.000 soldados, sobre todo austriacos, húngaros y alemanes, ocupó un territorio habitado por cerca de un millón de civiles, lo que provocó alrededor de 600.000 prófugos, de los cuales menos de la mitad consiguieron refugiarse tras las nuevas líneas de batalla italianas. Hasta ese momento, únicamente las poblaciones italianas de frontera que pertenecían a los territorios del Imperio austrohúngaro habían vivido como prófugas, sobre todo en Austria. Esta ocupación fue tan dura precisamente porque tuvo lugar durante el último año de la guerra: a los saqueos italianos y enemigos después de la retirada de Caporetto se sumó una ocupación predatoria, debida también a la escasez general de bienes de primera necesidad, especialmente en Austria, que hizo que los territorios ocupados no solo alimentasen a las tropas ocupantes, sino que también contribuyesen a que no muriesen de hambre las regiones de las que provenían. El clero, que a menudo era la única autoridad que permanecía en el territorio ocupado, asumió una función de mediación durante aquellos meses; si bien su comportamiento fue exaltado por algunos ambientes, en otros, como la clase política laica y patriótica de la posguerra, su acción fue interpretada con hastío al ser sospechosa de haber acogido con simpatía a los austriacos católicos y de haber colaborado con ellos por hostilidad hacia el Estado italiano. Los volúmenes de las Relazioni alla Reale Commissione sulle violazioni del diritto delle genti commesse dal nemico , publicados entre 1919 y 1921, sostenían, basándose también en testimonios recogidos, que el «nuevo enemigo», el ocupante alemán, fue más temido y demonizado que las tropas austriacas, porque estas eran más conocidas en las tierras que habían dominado hasta hacía cincuenta años. La memoria colectiva que se había construido en las provincias ocupadas tendía a representar a las tropas alemanas todavía arrogantes y sometidas al orden y la disciplina, mientras que recordaba al ejército austrohúngaro ya exhausto por la guerra en 1918 y por lo tanto más similar, por estar más afectado por la tragedia bélica, a la población a la que ellos sometían. Después, al fascismo le resultó difícil extirpar de estas tierras el estereotipo popular que la gente conservaba de los alemanes para presentarlos como los nuevos aliados.

La guerra, para Italia, significó sufrir violencia, pero también perpetrar violencia a través del arditismo . Durante el verano de 1917 se probaron unidades de asalto, cada una con una fuerza media de seiscientos hombres, que se desarrollaron considerablemente después de Caporetto. A diferencia de lo que se pensaba, los arditi eran un cuerpo del ejército y no una formación irregular, como los camisas rojas garibaldinos o los legionarios de D’Annunzio en la empresa de Fiume. Hasta la batalla de Caporetto, los arditi eran elegidos por los mandos de la infantería, mientras que en 1918, cuando se conocieron tanto sus actividades como los privilegios de los que disfrutaban con respecto a la tropa regular, los voluntarios fueron numerosos, más del número reclutado. El núcleo de las unidades de asalto nunca superó el número total de 40.000 o 50.000 unidades adiestradas y empleadas. Entre los voluntarios también había militares en espera de juicio o de cumplimiento de pena privativa de libertad (sometidos a uno de los 360.000 procesos a soldados en armas que tuvieron lugar durante la guerra) por delitos militares, como deserción y rechazo a la obediencia, y nunca por delitos comunes. Los arditi destacaban por el deseo de combatir en la guerra hasta el final, hasta la victoria, y por ello se hicieron fundamentales para los altos mandos militares como instrumentos involuntarios de propaganda, más todavía que el éxito mismo de sus acciones, como ejemplos de soldado optimista y victorioso ante una multitud de combatientes desmotivados sobre todo después de Caporetto. Fue construido el mito de hombres fuera de lo normal, firmemente fieles a los valores de la patria y de la victoria hasta las últimas consecuencias. Rochat, que ha reconstruido su historia, observa en los arditi el hecho de haber sido condicionados por su proprio mito y el de haber cultivado y haberse identificado con su propia acción cruenta: asaltos nocturnos con arma blanca, uso del puñal para degollar a los enemigos o la práctica de hacer prisioneros en el campo tal y como cuentan muchos testigos. Hasta el final de la guerra no existió ningún contacto entre el arditismo y Mussolini, por aquel entonces director de Il Popolo d’Italia , a pesar de las muchas afinidades: victoria a toda costa, rechazo de las reglas tradicionales del ejército de masas y confianza en la capacidad individual y en las minorías audaces.

De 600.000 prisioneros italianos, la mitad cayeron en manos enemigas en la retirada de Caporetto, y al menos 100.000 murieron a causa del encarcelamiento, vivido en condiciones deshumanas en campos de Austria, Bohemia y Alemania; fue uno de los episodios más dramáticos de la guerra. No fue adoptada ninguna forma de asistencia para los prisioneros cuando volvieron a Italia, a menudo después de jornadas de marcha sin comida. Su llegada había sido prevista en tandas de 20.000 hombres al día, pero los 400.000 detenidos en Austria llegaron de manera desordenada. A finales de noviembre de 1918 fueron preparados centros de acogida en la llanura padana para examinar su situación judicial, porque sobre ellos pesaba la acusación de deserción. Eran los «imboscati d’Oltralpe», 1 tal y como los había definido con desprecio Gabriele D’Annunzio. La dramática situación en los campos de acogida podía desencadenar revueltas, al igual que ocurrió en la Rusia revolucionaria. En aquel momento, ni la izquierda ni los mussolinianos se sentían capaces de gestionar una protesta semejante por ser considerada o demasiado revolucionaria o demasiado derrotista. Ante esta situación, el Gobierno intentó reducir el número de personas de los campos, reteniendo únicamente a aquellas sobre las que caían fuertes sospechas. Más tarde, en septiembre de 1919, el Gobierno presidido por Francesco Saverio Nitti aprobó un decreto de amnistía, que liberaba a 40.000 de los 60.000 detenidos y anulaba 110.000 procesos de los 160.000 en marcha. Fue la primera medida tomada para apaciguar los ánimos y un acto de valor frente a la derecha nacionalista que, por el contrario, pedía condenas inflexibles para quienes habían atentado contra la victoria. Finalmente, la publicación en el verano de 1919 de la investigación sobre las responsabilidades de Caporetto hizo que muchas de las sospechas de deserción desapareciesen y justificó todavía más la amnistía. La desmovilización de las unidades armadas tuvo lugar, en cambio, de manera ordenada. En el momento del armisticio, los ciudadanos italianos bajo las armas eran más de tres millones: 1.400.000 obtuvieron la licencia absoluta para la Navidad de 1918 y otros 500.000 entre enero y marzo de 1919. Luego, la desmovilización se interrumpió hasta el verano debido al agravamiento, tanto en el país como a nivel internacional, de la crisis posbélica (crisis y coste de la vida, ocupación de terrenos baldíos al sur, movilizaciones de los campesinos asalariados de la llanura Padana y de obreros en las industrias del norte, empresa de Fiume e incertidumbre sobre lo que Italia obtendría de la conferencia de paz de Versalles). En los primeros meses de 1919 fueron muchas las manifestaciones llevadas a cabo por los excombatientes, principalmente en los grandes centros urbanos. Sin embargo, durante ese año, solo una minoría de ellos fundó o se adhirió a las organizaciones extremistas, violentas o revolucionarias del «combattentismo», a los nacientes Fasci di Combattimento de Mussolini o a la Lega Proletaria de los mutilados, inválidos, heridos y veteranos de guerra. La mayor parte de los desmovilizados se adhirieron a la heterogénea Associazione Nazionale dei Combattenti (ANC), creada en 1919 por exoficiales de complemento. El mito de la renovación partía del intervencionismo democrático y el objetivo que se planteaba en la posguerra era el de reunir a todos aquellos que habían estado en el frente en un partido de combatientes de tipo laborista, popular y alternativo a los partidos de masas y a los movimientos revolucionarios, y basado en una amplia alianza interclasista entre la pequeña burguesía y las clases campesinas, es decir, entre los dos principales componentes sociales que habían constituido la tropa y sus grados inferiores de mando durante los años de la guerra.

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