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LOS ÁNGELES SEPULTADOS
Patricia Gibney
Libro 8 de la inspectora Lottie Parker
Traducción de Luz Achával para Principal Noir
Portada
Página de créditos
Sobre este libro
Dedicatoria
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Capítulo 65
Capítulo 66
Capítulo 67
Capítulo 68
Capítulo 69
Capítulo 70
Capítulo 71
Capítulo 72
Capítulo 73
Capítulo 74
Capítulo 75
Capítulo 76
Epílogo
Carta al lector
Agradecimientos
Sobre la autora
Página de créditos
Los ángeles sepultados
V.1: junio de 2021
Título original: Buried Angels
© Patricia Gibney, 2020
© de la traducción, Luz Achával Barral, 2021
© de esta edición, Futurbox Project S.L., 2021
Todos los derechos reservados.
Publicado mediante acuerdo con Rights People, Londres.
Diseño de cubierta: Taller de los Libros
Imagen de cubierta: Robsonphoto | Shutterstock - Fyletto | Istockphoto
Corrección: Raquel Bahamonde
Publicado por Principal de los Libros
C/ Aragó, 287, 2º 1ª
08009 Barcelona
info@principaldeloslibros.com
www.principaldeloslibros.com
ISBN: 978-84-18216-21-3
THEMA: FH
Conversión a ebook: Taller de los Libros
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley.
Los ángeles sepultados
¿Puede construirse una familia a partir de mentiras?
Cuando Faye Baker descubre el cráneo de un niño tras las paredes de su nueva casa, la policía asigna la investigación a la inspectora Lottie Parker. La casa pertenece a la familia de Jeff, el novio de Faye, pero el joven se muestra reacio a colaborar, y Lottie se pregunta qué oculta. Al día siguiente, la inspectora descubre que Faye ha desaparecido, y poco después encuentran su cuerpo sin vida en el maletero de su coche. Sin embargo, Jeff, el principal sospechoso, tiene una coartada sólida. Por si fuera poco, esa misma semana unos niños encuentran en las vías del tren unos huesos humanos relacionados con el caso.
La caza por el asesino de Faye acaba de empezar y el reloj corre en contra de Lottie. ¿Quiénes son las víctimas? ¿Qué relación guardan con Faye? ¿Podrá Lottie atrapar al asesino antes de que muera alguien más?
«Con más de un millón y medio de ejemplares vendidos, Gibney es uno de los mayores fenómenos literarios del año.»
The Times
El nuevo fenómeno del thriller internacional
Más de un millón y medio de ejemplares vendidos
Best seller del Wall Street Journal y del USA Today
Para Lily Gibney,
la madre de Aidan y una suegra maravillosa.
Tiempo después, el policía diría que nunca había visto nada parecido en todos sus años en el cuerpo.
—Atrás. —Estiró el brazo para impedir que entrara el joven garda—. Yo echaré un vistazo primero, tú espera fuera.
—Pero…
—Pero nada. Si no quieres que tu desayuno acabe mezclado con la sangre del suelo, harás lo que te digo, ¿entendido?
—Sí, señor.
Cuando se hubo librado de su subordinado, el policía cerró la puerta tras él. Un olor acre se había apoderado del aire. Se limpió la boca con el dorso de la mano, tomó una buena bocanada de aire, se tapó la nariz con el pulgar y el índice, y atravesó la cocina sin prestar atención a los armarios de formica naranja ni a los platos rotos en el suelo. Los trozos de loza crujían bajo sus botas. Salió de la cocina al pasillo. Era pequeño y compacto. Había varios abrigos amontonados en el pasamanos; la puerta de la despensa bajo la escalera colgaba de los goznes, y las baldosas estaban cubiertas de huellas de sangre. Con un dedo enguantado, empujó la puerta a su izquierda y entró.
El sofá estaba volcado. Un pie desnudo sobresalía por detrás, cubierto por un cojín chato marrón. El policía tragó saliva para deshacer el nudo agrio que se le había formado en la garganta y avanzó con cuidado, rodeando los muebles, sin tocar nada. Al mirar a la mujer que yacía en el suelo, no pudo evitar llevarse la mano a la boca. La sangre se había secado sobre el rostro y la garganta, y había formado un charco que se había convertido en una mancha marrón sobre la alfombra. Calculó que hacía al menos veinticuatro horas que cualquier intento de reanimarla sería inútil. El aire fétido le obstruía las narinas y le cerraba la garganta, pero, aun así, sintió el sabor de la putrefacción en la lengua.
Salió de la habitación y se dirigió al pasillo. Lo único que rompía el silencio era el sonido de su respiración. Levantó la vista al escuchar el goteo de un grifo en algún lugar sobre su cabeza.
El primer escalón crujió bajo su peso. Cuando alcanzó el último, este también crujió. Se detuvo en el pequeño rellano cuadrangular. Cuatro puertas, todas cerradas. El corazón le latía con tanta fuerza contra las costillas, que estaba seguro de que intentaba escapar de su prisión ósea. Tenía la boca seca y la nariz taponada, y le resultaba difícil respirar pese al fragor en su pecho.
La puerta era vieja. Picaporte de latón, bisagras de acero, clavos sueltos. Giró el pomo que tenía más cerca y empujó la puerta.
El baño.
Baldosas verdes y una bañera amarilleada. El inodoro y el lavabo eran de cerámica blanca. Un revoltijo de colores. No había sangre, pero sí un suave olor a lejía. Exhaló lentamente y salió del cuarto. Olfateó el aire viciado del descansillo antes de girar el pomo de la siguiente puerta, que repiqueteó al abrirse.
El cambio en el olor fue radical. Una peste insoportable asaltó sus ya resentidas vías respiratorias. Cerró los ojos para evitar observar la escena que tenía delante, pero no sirvió de nada. Desde ese momento, cada vez que apoyara la cabeza sobre una almohada, la imagen indeleble que se le aparecería sería la de un matadero bañado en sangre humana. Sus sueños se convertirían en pesadillas, y nunca más volvería a dormir en paz.
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