Patricia Gibney - Los ángeles sepultados

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¿Puede construirse una familia a partir de mentiras? Cuando Faye Baker descubre el cráneo de un niño tras las paredes de su nueva casa, la policía asigna la investigación a la inspectora Lottie Parker. La casa pertenece a la familia de Jeff, el novio de Faye, pero el joven se muestra reacio a colaborar, y Lottie se pregunta qué oculta. Al día siguiente, la inspectora descubre que Faye ha desaparecido, y poco después encuentran su cuerpo sin vida en el maletero de su coche. Sin embargo, Jeff, el principal sospechoso, tiene una coartada sólida. Por si fuera poco, esa misma semana unos niños encuentran en las vías del tren unos huesos humanos relacionados con el caso. La caza por el asesino de Faye acaba de empezar y el reloj corre en contra de Lottie. ¿Quiénes son las víctimas? ¿Qué relación guardan con Faye? ¿Podrá Lottie atrapar al asesino antes de que muera alguien más? El nuevo fenómeno del
thriller internacional Más de un millón y medio de ejemplares vendidos Best seller del
Wall Street Journal y del
USA Today

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—En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo… —El cura finalizó las plegarias, y Lottie dio un paso atrás para permitir que el flujo constante de vecinos ofreciera sus condolencias a la familia.

De pie, junto a la zarzamora espinosa que marcaba el borde del acantilado, dejó que la brisa del océano le azotara el rostro y recibió agradecida la caricia de la naturaleza. No tenía ni idea de cuánto tiempo llevaba allí cuando escuchó unos pasos de alguien que se acercaba caminando por la hierba suave. No se volvió. Tenía los ojos fijos en la inmensidad del agua y el horizonte difuso en la distancia. Por un instante, deseó poder viajar en silencio sobre la espuma blanca de la cresta de una ola que la llevara a algún lugar lejos de allí.

Cuando sintió una mano acariciar la suya y apretarle los dedos, se giró. Boyd apoyó la cabeza sobre el hombro de Lottie, mientras rodeaba con fuerza los hombros de su hermana con el brazo que le quedaba libre.

—Le hemos dado una despedida muy bonita a mamá —dijo él—. Ya se ha acabado, Lottie.

Ella le rozó la frente con los labios, y depositó un tierno beso.

—No, Boyd, esto solo acaba de empezar.

* * *

Grace Boyd estaba acurrucada en el rincón del saloncillo del pub. Estaba desolada, anormalmente callada, y seguía mordiéndose las uñas.

—No sé qué hacer con Grace —susurró Boyd a Lottie cuando esta apareció con dos vasos de agua con gas. El sargento cogió uno antes de que la multitud creciente del pub empujara el codo de Lottie.

—Vamos fuera —dijo ella.

Ya en la calle, bajo la luz del sol, inspiró el fresco aire marino.

—Leenane es hermoso. Aquí es donde grabaron El prado, ¿no?

—Sí. Mamá tiene…, tenía la fotografía de Richard Harris colgada en la pared del salón.

—No sé qué decir, Boyd. —Pese a haber sufrido tanto dolor en su propia vida, Lottie descubrió que no tenía ni idea de cómo reaccionar ante el de otra persona.

—Dime qué hacer con Grace.

La inspectora acercó una silla desde una mesa de madera salpicada de excrementos de pájaro y le indicó a Boyd que se sentara. Ella se apoyó contra la mesa mientras él limpiaba la silla con la mano.

—Es difícil —dijo Lottie—. Grace siempre ha vivido con vuestra madre. Quedarse sola será un gran cambio para ella.

—Esa es la cuestión. —Boyd bebió un sorbo de su pinta—. No creo que pueda vivir sola.

Lottie se fijó en su vaso.

—¿De dónde has sacado eso?

—Estamos en un bar, Lottie.

—No deberías beber durante el tratamiento.

Hacía cerca de seis meses, a Boyd le habían diagnosticado un tipo de leucemia crónica, y aunque estaba mejorando y le habían reducido el tratamiento, su salud era una preocupación constante. Tenía el sistema inmunológico débil, y era susceptible a las infecciones. A Lottie le inquietaba que el estrés de la muerte de su madre perjudicara su recuperación.

—El médico me dijo que podía tomarme una de vez en cuando —dijo el sargento con petulancia—. Deja de preocuparte. —Bajó la cabeza—. Grace trata de ser independiente, pero sabemos que no se la puede dejar sola. Necesita que alguien cuide de ella.

Lottie extendió la mano y le levantó la barbilla para mirar sus tristes ojos avellana.

—Tu madre era genial, y la echaremos mucho de menos. Ha sido un shock para vosotros. Especialmente para Grace. —Y entonces, pronunció las palabras que sabía que Boyd quería oír—. Tal vez deberías llevártela contigo a Ragmullin.

—Tendré que echar a Kirby. —Boyd sonrió con tristeza.

—De todos modos, ya va siendo hora de que se busque algo, y si mi hermanastro Leo consigue el dinero de Farranstown House, podemos comprar una casa juntos, y Grace puede vivir con nosotros.

Pensó en la pugna constante con los abogados sobre los documentos legales que no comprendía. Ella solo quería firmar y conseguir el dinero, pero las cosas nunca eran tan simples. Leo Belfield había aparecido en su vida después de un caso difícil en el que su verdadera ascendencia familiar había salido a la luz. Todavía intentaba asimilarlo.

Boyd la miró por encima de su pinta.

—¿Harías eso por mí?

—Sabes que haría cualquier cosa por ti.

—Pareces un personaje de una novela romántica.

—Sí que te las conoces, ¿eh?

—Listilla —dijo él con una sonrisa. Era la primera vez en mucho tiempo que veía esa chispa de picardía en sus ojos.

Dejó el vaso y la tomó de la mano. Lottie sintió que el calor de su caricia se le filtraba hasta la sangre. Recorrió con la mirada el agua centelleante de la bahía hasta llegar a la frondosa vegetación en las laderas de las montañas que custodiaban la ensenada.

—Ya sé que estás enfermo, Boyd, pero me haces muy muy feliz.

En el interior del pub oyeron un estruendo y el tintineo del cristal al romperse. El murmullo de la charla se detuvo durante un segundo de aturdido silencio antes de que un grito perforase el aire.

—Esa es Grace —dijo Boyd mientras se levantaba de la silla, pero Lottie ya había entrado en el bar, donde reinaba el caos.

Había un semicírculo de cuerpos sudorosos en un rincón del sofocante pub. Se abrió paso a codazos entre las hileras de mirones. Hecha un ovillo sobre el banco, con las rodillas pegadas al pecho, Grace Boyd lloraba y sollozaba, con el pelo revuelto y los brazos arañados.

—Alejaos de mí, todos —gruñó apretando los dientes.

—Eh, Grace, ¿por qué no vamos fuera? —propuso Lottie mientras se acercaba a la desolada y desgreñada joven.

—Solo le he preguntado dónde vivía —dijo un hombre—. Se le ha ido la olla cuando…

—Déjala en paz —lo interrumpió otro.

Lottie ya había oído bastante. Tenía que rescatar a Grace de aquella confusión y hacerlo con calma.

—Echaos atrás, dejad que respire. Que alguien traiga un vaso de agua. —Miró fijamente a la multitud—. Ahora.

Por fin, el grupo se dispersó, y alguien le puso una pinta llena de agua en la mano. Se sentó junto a Grace.

—Bebe un poco. Te ayudará a tranquilizarte.

Se sorprendió al verla coger el vaso y beber un buen trago sin levantar la vista.

—No hagas caso de lo que dicen. Qué sabrán los hombres del dolor, ¿eh?

Grace comenzó a hipar.

—Despacio. Solo sorbitos. Venga.

—No soy una niña. —Los ojos de la joven refulgieron de rabia.

—¿Quieres ir fuera? Mark está allí. Tal vez puedas contarle qué pasa.

—Él no me entiende, Lottie. Nadie me entiende. Ni siquiera tú. —Grace se limpió la nariz con el dorso de la mano, como una niña.

—Tengo bastante experiencia, ¿por qué no lo intentas?

Grace sacudió la cabeza y le devolvió el vaso.

—Quiero irme a casa. ¿Puedes llevarme?

—Claro. —Lottie le pasó una servilleta de la mesa—. Sécate los ojos y vámonos de aquí.

Grace se puso en pie y se limpió la cara. Arrugó la servilleta y se la guardó en el bolso.

—Me caes bien, Lottie, y me alegro de que estés con mi hermano.

—Eso es muy amable por tu parte, pero escúchame. Estoy aquí para lo que necesites.

—Pero mi madre… La echaré tanto de menos… ¿Lo entiendes?

—Perdí a mi marido, así que sí, lo entiendo mejor de lo que puedas imaginar. Ahora, larguémonos de aquí.

—Me apetece mucho un plato de bacon y repollo. ¿Podrías cocinarme eso?

Lottie gruñó para sus adentros. La pericia culinaria no estaba en su lista de talentos. Grace quería algo que su madre solía preparar. Algo para mantenerla viva en su memoria.

—¿Cuál era el pub favorito de tu madre?

—El Twelve Pins.

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