La acción de despojar al Partido de sus funciones directivas y de formación de una clase dirigente, llevada a cabo por Starace en los años treinta, mostró las primeras señales de debilidad en torno a 1938, en el momento en el que se habían planteado nuevos objetivos en política interior y exterior, como la finalización de algunos institutos del régimen y el relanzamiento de su posición europea en el ámbito de la alianza con la Alemania nazi. Además, junto a una educación del italiano medio, había que desarrollar una labor política alta, basada en presupuestos culturales, y no solo en consignas fideístas. En aquel momento el PNF recurrió, en consecuencia, a una nueva generación: la que representaba el 20% del total de los dirigentes nacionales. Estos jóvenes que asumieron cargos de responsabilidad en el PNF en la segunda mitad de los años treinta parecen contradecir todo lo que hasta hoy se ha presupuesto sobre el envejecimiento irreversible del Partido: por el contrario, posiblemente confirman el hecho de haber recurrido tarde, cuando se aproximaba la crisis institucional del régimen, a una joven guardia, después de casi quince años de ausencia de recambio y sobre todo de ausencia de formación de una nueva élite fascista. Estos constituyen una muestra muy homogénea: asumieron la responsabilidad de secretario federal a una edad media de entre treinta y treinta y cinco años, algunos incluso entre los veinticinco y los treinta años; casi todos poseían un título de estudios superior y universitario y muchos de ellos emprendieron la carrera política a través de la experiencia y la dirección de los GUF y de la práctica de las armas: los de más edad como jovencísimos miembros de los Fasci y en las filas de los legionarios fiumanos y los de menos como voluntarios en España. Estos demostraban una buena predisposición a la movilidad, al contrario de lo que habían expresado después de 1925 los cuadros precedentes del Partido, muy sedentarios y solo dispuestos a trasladarse a la capital. Después de haberse formado en sus ciudades de nacimiento o en las sedes de sus estudios universitarios, a menudo fueron enviados, como primer destino como vicesecretarios o secretarios, a provincias alejadas de su cultura y sociedad de origen. Su permanencia en una federación fue breve, normalmente un año, en cualquier caso casi siempre inferior a cinco años, y parecía decidida por la Secretaría del Partido, tanto como prueba para una candidatura a dirigente de órganos nacionales como por que muchas federaciones, especialmente en las provincias de frontera e insulares, necesitaban a un dirigente joven y enérgico para fascistizar el territorio o sustraerlo a intereses privados, a círculos de poder y a redes familiares. Parecían responder, finalmente, a una nacionalización del cuadro dirigente fascista. A esta generación también pertenecían muchos dirigentes de los sindicatos fascistas que se habían formado sobre todo en el funcionariado cooperativo y ya no directamente en el mundo del trabajo y de las profesiones. Además, para muchos de ellos, la carrera política no parecía ser la única posibilidad. La formación universitaria y la posterior incorporación a un colegio profesional dejaban abierta la elección entre política a tiempo completo y profesión, que algunos ejercían volviendo a sus lugares de origen y a veces ocupando el cargo de potestad. A esta generación de veinte-treinta años, la dirección del PNF recurrió en los momentos de crisis de identidad del Partido, como fueron los años de la guerra. Esta generación la representó el penúltimo secretario del PNF, Aldo Vidussoni. Vidussoni había nacido en 1914, se inscribió al Partido a los veintidós años, lo que era usual, combatió en España, fue secretario de los GUF de Trieste, donde estudiaba Ciencias Económicas y Comerciales, secretario nacional de los GUF en 1941 e inmediatamente después, a partir de diciembre, secretario nacional, con solo veintisiete años.
Queda por identificar la procedencia geográfica de la clase dirigente fascista a nivel político: parecen prevalecer los cuadros procedentes de la zona septentrional y del centro del país con respecto a la zona meridional y a las islas, sobre todo en niveles federales y de prefectura, en la Milizia y entre los diputados. Ello era resultado de un movimiento fascista que había tenido su origen precisamente en las regiones centro-septentrionales, de las que se había alimentado el primer grupo dirigente nacional, así como de la llegada al poder central, a mediados de los años veinte, de la corriente intransigente, que representaba al strapaese , es decir, a la provincia rural y aparcera, enferma del complejo de estar excluida del poder, deseosa de que se sustituyese a una clase dirigente política liberal considerada ciudadana, romana y meridional, y a una clase dirigente económica y tecnocrática septentrional. El «italiano nuevo» asumió los hábitos y la mentalidad de la periferia toscana y padana. Esta tendencia no fue modificada ni siquiera con el cambio político del Partido que tuvo lugar en 1932, en el momento en el que se alejó del poder central a personajes padanos influyentes, como Grandi, Balbo, Arpinati, Federzoni, sobre todo porque el meridional Starace necesitaba el espíritu populista, el «selvagismo» a la manera de Malaparte, las posturas antiburguesas, antioperarias y antiurbanas provenientes del fascismo tosco-emiliano para construir el partido de masas.
Mientras tanto, había tenido lugar una parcial pero importante meridionalización y romanización de la administración pública central, al menos por lo que nos dicen algunos estudios. El fenómeno se revela plenamente solo en los años treinta, después de que por lo menos durante cinco años la reforma de la administración pública aprobada en 1925 por el ministro de Finanzas De Stefani hubiese congelado las plazas. Siguió siendo difícil el diálogo entre los cuadros dirigentes del Partido y los cuadros de la administración, entre otras cosas porque a menudo se habían quedado sin definir las funciones y los límites respectivos en lo que concernía al gobierno del país. Pero hay que recordar que la cuestión de una Revolución fascista se planteó hasta finales de los años treinta, y la sintieron especialmente las nuevas generaciones educadas por el fascismo, creando en ellas expectativas e ilusiones. El Partido, como representante de un cuerpo único, de una cohesión nacional, del pueblo mismo, no excluía la formación de una élite dirigente, de una jerarquía que se basase en una elección determinada por cualidades morales, intelectuales y de competencia. En cambio, esta aristocracia fue sustituida por un aparato burocrático, anónimo y mastodóntico que, si bien procuraba una seguridad parcial en la distribución de servicios y empleos a la pequeña y mediana burguesía, a la que principalmente recurría, ahogaba especialmente las aspiraciones ascendentes y de libre competición de jóvenes cuadros, formados en el fascismo y procedentes de estas clases. Bajo esta luz, el Partido y el Estado fascista entraron en crisis por una ausencia de recambio político de sus dirigentes antes aún de que la guerra mundial revelase la desafección de la población hacia el régimen.
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