CONCLUSIONES
Situar la violencia de género, en el ámbito exclusivo de las relaciones de pareja y el entorno doméstico–privado, es un primer gran error que oculta y disfraza la gravedad del fenómeno, y la responsabilidad social y política-estructural, que reviste todo proceso de violencia y desigualdad.
No se trata de olvidar que, en el ámbito privado las mujeres se ven afectadas por un continuo de violencia, sino más bien de abordar el fenómeno como un continuo que ha recorrido la trayectoria o curso de vida de la mujer. Una solución que no incluya un cambio socio-cultural, no va a trascender ni a cambiar el eje de desigualdad y exclusión del que es partícipe, dado que la respuesta institucional que solo se ubica desde la esfera doméstica o de apoyo al cuidador, resulta “simplista” pues ignora las dinámicas de control y poder y reubica a la mujer desde su rol tradicional, asociando la respuesta estatal a la compasión y no hacia la transformación sociocultural.
La vejez puede propiciar una transformación de los roles tradicionales del género, así como también el mayor reconocimiento de su cuerpo, esta situación permitiría identificar más tempranamente algún problema de salud, o el contar con mayores redes de apoyo emocional (Sánchez, 2011). Sin embargo, debemos prestar atención a que las mujeres mayores, están desarrollando sus derechos en estructuras que tienen todavía un marcado sesgo de género, las que están estructuralmente limitadas, razón por la cual aparecen las sobrecargas femeninas, las exclusiones, en una sociedad que aparentemente afirma la igualdad de las mujeres (Bodelón, 2010).
La complejidad de la violencia como fenómeno social y un continuo en las trayectorias de vida o cursos de vida de las mujeres mayores, nos resulta relevante evitar la denominación de la violencia como un objeto universal y monolítico para dar paso al cuestionamiento a través de la interseccionalidad por el cruce de la vivencia de las mujeres (Ibáñez, 2015). Por lo antes dicho, la interseccionalidad es un concepto que aporta una comprensión a las distintas configuraciones posibles de la violencia corporalizada cuando se tienen en consideración los diversos sistemas de opresión y discriminación simultáneas de las cuales pueden ser objetos cuando se consideran categorías sociales como: la raza, la clase social, la orientación sexual, la discapacidad, etc. A nivel de políticas públicas este traspaso de ideas de esta perspectiva ayuda a no perder de foco las críticas feministas de un sólo tipo de identidad posible para dar paso a lo difuso de las identidades.
Se propone la interseccionalidad como un lente para los investigadores, actores sociales y el Estado, para no obviar las diversas opresiones y violencias presentes en un contexto de alta desigualdad social. A su vez para revitalizar el compromiso ético y político de la investigación social, que invita a pensar las disciplinas transforizamente, para construir una distancia crítica con el poder y sus instituciones desde la reflexividad de las Ciencias Sociales (Arzate, 2009). Esta desigualdad social se ha reflejado en las cifras y comparaciones internacionales y permitirían diálogos interdisciplinarios o transdisciplinarios (Ibáñez, 2015) para proponer nuevas formas de análisis a los fenómenos sociales y que estos ayuden a transformar las historias de las mujeres mayores en un futuro.
La interseccionalidad como concepto en este momento particular en Chile, nos permite tensionar el foco central que han tenido hasta este momento las políticas públicas y las investigaciones académicas.
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