La serie de documentos que dan cuenta del proceso de escritura de Blanca Varela es, como se ha dicho, variada, no solo por el tipo de inscripción sino principalmente por las múltiples intervenciones en tiempos diferidos que hace la autora sobre sus escritos. —en más de un caso se pueden hallar cuatro variantes de un poema, versos descartados de un contexto aparecen en otro, títulos cambiados—. Ante esta situación, Ana María Gazzolo presta atención no solo a las tachaduras que determinan descarte o a los términos superpuestos que anuncian sustitución sino también a una multiplicidad de detalles: en el espacio de la página, la caligrafía o el color de la tinta para distinguir la primera escritura de las siguientes o la ubicación de las transcripciones; en la estructura de los textos, cambios en la distribución de los versos o en la división de estrofas; en los tipos de texto, la prosa para las primeras anotaciones de una futura escritura poética. Estas y otras intervenciones informan las acciones que cometía Varela sobre sus versos, leyéndolos, reescribiéndolos, reutilizándolos o resituándolos en una serie distinta a la original. Esa mirada sobre el archivo permite proponer una organicidad interna para el conjunto denominado en este estudio «pre-textos», que son estos escritos vistos en relación con el texto fijado, es decir a la obra publicada —pero incluso sobre la obra publicada Varela introduce alteraciones, como el caso de Ese puerto existe en la edición de su obra reunida—.
La comprensión así elaborada del archivo Varela lo torna funcional para el estudio propio de la crítica literaria. La construcción del sujeto lírico, la expresión poética que va modelando, su estilo, la evolución de sus tópicos son campos que se amplían o aclaran a la luz del archivo. Atravesar el universo de significados de la obra de Blanca Varela justamente siguiendo los cortes y caminos de su proceso de escritura tensiona los procedimientos de la crítica como ejercicio, y principalmente, invita a volver a pensar en esa relación comprometida y crítica que tuvo Blanca con la poesía.
La lucidez de este estudio traza un camino para el lector que no conoce el archivo de Blanca Varela. No obstante, el archivo no se agota en sus intersecciones con el texto fijado en el libro impreso, otras conexiones entre las materialidades no correspondientes que lo conforman pueden ser abiertas, en busca de otros sucesos aún no visibles pero latentes. Esto es deseable por una razón: Blanca Varela no organizó su archivo, sin embargo, sabemos con claridad, gracias a este estudio, que ella dialogaba con sus textos, no los dejaba descansar, no solo por culminar un libro sino porque reconocía su potencia.
Milagros Saldarriaga Feijóo
Directora
Casa de la Literatura Peruana
El proceso de escritura. Escribir y reescribir. La configuración del yo y su visión de la poesía
La lectura de los papeles de Blanca Varela, ya sean manuscritos o textos mecanografiados, con anotaciones a mano o sin ellas, bien inéditos o versiones de poemas publicados, abre el camino para hallar respuesta a preguntas acerca de la manera como la autora enfrentaba la escritura poética o del porqué elegía determinados caminos expresivos. Asimismo, permite observar en perspectiva ese proceso desde su obra inaugural hasta aquella que cierra su producción. La publicación, en 2014, de Puerto Supe, edición facsimilar de una versión anterior del primer libro de Varela, Ese puerto existe (1959), hace visible que entonces, probablemente entre fines de los años cuarenta y comienzos de la década de 1950, la autora intervenía en sus propios textos para modificar puntuación; para rectificar una palabra, que en algunos casos reescribía luego de haberla tachado, y para circundar grupos de versos sin disponer abiertamente su eliminación, o, incluso, descartaba algún poema. Su reescritura expresaba dubitación. Pero a medida que da forma a nuevas colecciones poéticas las huellas de la reescritura revelarán decisiones más claras y definitivas.
Considerada exigente con la palabra, buscadora del término preciso y muchas veces descarnado, las varias versiones de un mismo texto y hasta los escritos abandonados nos acercan a modos de proceder no siempre deducibles de los poemas publicados. Lo que un texto terminado nos permite inferir sobre la composición es siempre limitado e incierto; el texto fijado en la publicación no cuenta su historia. Puede el lector imaginar que un poeta ha llevado a cabo elecciones de distinto tipo en el campo lexical, en el sintáctico o en el figurativo (como entre sinónimos, entre un vocablo y otro según su sonoridad o la conveniencia de su uso en determinado contexto, prescindir o no de la puntuación, elegir entre la metáfora y el símil o entre lo explícito y la elipsis), pero rara vez se puede asegurar haber hallado el rastro de una elección que, en algunas ocasiones, ni siquiera el poeta ha hecho con plena conciencia. Es el material pre-textual el que habla de las etapas de la escritura.
Todo proceso de escritura poética es una actividad compleja y hasta contradictoria, pues consiste en hacer y deshacer, en decir y desdecir. Para el lector, los pormenores de dicha actividad permanecen ocultos, pertenecen al espacio privado del laboratorio del poeta que este suele reservar para sí. Sin embargo, en un nuevo ejercicio de contradicción, muchos poetas guardan sus bosquejos, como si de ese modo nos dijeran implícitamente que lo descartado también debería tener un lugar en la memoria. Esta actitud deja al descubierto una doble elección que, por lo general, conocemos luego de la desaparición física del poeta, cuando se tiene acceso a esos documentos. Dicho material evidencia, por un lado, la selección y las rectificaciones practicadas para llevar a término los poemas o para abandonarlos, y, por otro, la decisión, aunque pueda parecer carente de intención, de no destruir las páginas en las que han quedado inscritas sus dudas y sus afirmaciones.
Los papeles, cuadernos y libretas conservados por Blanca Varela, en los que un principio de clasificación está por lo general ausente, revelan distintas actitudes en relación con el material que trabajaba y diversas maneras de acercarse a un tema. Esta diversidad tiene también que ver con el recorrido de su escritura, desde unos inicios en los cuales una marca distintiva es el uso de la imagen de filiación surrealista, hasta un periodo de madurez, en que la expresión se ciñe y el hermetismo se vincula al silencio. Mientras en algunos casos amplía la expresión, agrega o considera varias posibilidades, sin descartar ninguna, en otros tacha o elimina lo obvio o lo explicativo. Los documentos a los que hago referencia carecen de fechas casi en su totalidad y, en lo que respecta a los papeles sueltos, el desorden y su condición de incompletos no necesariamente pueden atribuirse a la autora, si tenemos en cuenta los distintos traslados de domicilio a lo largo de su vida. Los cuadernos y libretas se presentan como unidades aparentes en los que se encierran anotaciones varias, por ello se encuentran en ellos esbozos de poemas alternados con apuntes relacionados con la vida cotidiana y laboral. El hecho de que en alguno de los cuadernos se identifique una línea o un bosquejo de algún poema publicado resulta un principio de orientación cronológica. Por tanto, las posibilidades de datar un documento solo son aproximativas y se guían de datos como el que acabo de mencionar, así como de algunas características de estilo.
Los signos y las líneas trazados en los papeles de autor, que se sobreponen o anulan fragmentos de lo escrito, dan cuenta de un trabajo en proceso que rara vez satisface a quien lo realiza y nos hacen pensar que las que conocemos como versiones finales no siempre significaron la única elección, sino la mejor en un momento determinado. Los signos utilizados por Blanca Varela (tachaduras a mano o a máquina, leves o muy marcadas, círculos alrededor de palabras, paréntesis, líneas que conducen a los márgenes, asteriscos para separar textos, numeración) son indicadores de supresiones, interrupciones, dudas, abandonos y tentativos principios de construcción, todas formas inscritas de la dinámica de la creación poética. Los documentos conservados reflejan al menos parte del proceso de reescritura que, en mayor o menor medida, supone indecisión con respecto a determinados lineamientos expresivos, de ahí la necesidad de volver a los textos esbozados o supuestamente terminados, como cuando Varela corrige sobre una copia en limpio, mecanografiada o de impresora. Reescribir lleva implícita una relectura; el autor asume, por tanto, la función de lector sin abandonar su estatuto de creador y aplicando, además, una visión crítica ya avanzada en la intención de revisar y replantear. Es, pues, un trabajo multifuncional y, también, dilatado en el tiempo, que deja señales de su recorrido y nos coloca ante la íntima vibración de quien escribe. Afirma Élida Lois:
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