mientras llega el mediodía.
Cómplice de tu alegría
subirá la zarzamora,
y en el viento, retadora,
serás la mágica espuela
que haga saltar la canela
de mi caballo, señora.
10
Por el surco va la yunta
con su rosario de días,
ensartando mediodías
en el testuz. Se barrunta
temporal. El cielo apunta
su amenaza. Llueve. En cada
piedra hay un verdor. Cansada
se abre la mano, contenta,
y en el yugo espera atenta
Castilla la adelantada.
OFRECIMIENTO DEL RÍO
Vengo erguido y bien lunado,
torres de luz arrastradas;
capitán de cien cruzadas,
soy clarín y brazo armado.
Traigo el árbol bien cortado,
el hacha de amanecida,
sollozos de despedida
hechos ya nada en mi espuma.
Traigo prendida la bruma
de mi carne bien mecida.
Ato ciudades, desgrano
cuenta a cuenta mi collar;
traigo un antiguo cantar
que juego de mano en mano.
Bajo de un cerro lejano
mi rodada sonería
y traigo esta sed tan mía
de arena y de caracola.
Voy doncel a nueva ola
con el agua amante y fría.
¡Ay, qué verdor me limita,
me cerca, me acerca, lleva!
La pasión que me subleva
me empuja en flor a mi cita.
Si he de llegar donde habita
mi amor, sin amor crecido,
destrenzado y distendido,
dejaré rizo y pujanza,
que voy clavado en la lanza
de mi acero florecido.
VIENTO EN LOS CRISTALES
«Anoche cuando dormía»
el viento mató mi sueño
bruscamente.
Y floreció un nuevo día
con un arcángel pequeño
por la nieve de mi frente.
¡Cuánto grito!
Aires, alas, irrumpieron
en mi silencio infinito.
¡Qué sonrisa
para mis labios trajeron
velas de viento y de prisa!
Anoche tuve el mensaje
de mi último amor en vilo.
Para subir el sigilo
de mi soledad sin traje,
torres blancas, frío hilo,
me ayudaron en mi empeño.
Viaje a vela por mi sueño.
CANCIONES
TRES CANCIONES DE MUERTE EN PRIMAVERA
MUERTO EN FLOR
Junto al árbol del amor,
sin yo saberlo, mi amada,
me lo mató el cazador.
Junto a la rama florida,
florida de flor morada,
me lo han matado, mi vida.
Al alba, junto a la flor,
sin pólvora y sin espada
me lo mató el cazador.
El cazador de luceros
lo mató una madrugada
sin halcones ni monteros.
Mi sueño mejor crecido
murió en la rama delgada
del árbol mejor florido.
Junto al árbol del amor,
sin otoño y sin nevada,
me lo mató el cazador.
LA NIÑA MIEDOSA
No quiero que vuelva el toro
que junto al agua del río
nubló mi pelo de oro.
Amigo, dile al vaquero
que el toro me ha dado frío
junto a la flor del romero.
Dile al toro que no vuelva,
que están escalando el muro
la mora y la madreselva.
A los panaderos, diles
que encierren al toro oscuro,
a la fuerza, en los toriles.
Que le lleven a la arena,
que suben a mis tejados
aromas de hierbabuena.
Para su tercera suerte
escalan ya mis costados
lirios de condena a muerte.
Que lo maten en el sol,
que está guardando mi pelo
en su hojita el caracol.
Que lo maten sin puntilla
al toro de terciopelo
que me ha asustado en la orilla.
EL GALGO
La rama del alhelí
le ha dicho a la encrucijada
que lo mató el jabalí.
A mi galgo de canela,
de fuego por la cañada
y tibio junto a la espuela.
El jabalí le ha dejado
la miel de media granada
dando muerte a su costado.
En la hierba estremecida
su carne está amortajada
de luna y lila florida.
Su carne pálida y yerta,
su carne yerta y clavada,
su carne clavada y muerta.
VERSOS DE UN HUÉSPED
Dedicatoria: A Luisa Esteban «La Reluces».
Otra: A Camilo José Cela, Charles David Ley y Martín Abizanda.
Te has quedado aquí, Luisa Esteban; conmigo y en mis versos. Y en las manos de mis amigos. También en los ojos de estos tres, cuyos nombres sirven de claveros a mi memoria, a tu memoria, Luisa Esteban.
Pequeña era tu casa, como lo es este libro, y allí cupo mi voz en la que te quedaste prendida sin remedio. Sin salida, Luisa Esteban, como nos vamos quedando en muchos rincones del mundo, en tantas y tantas de las innumerables salas de la tierra. Tú no lo sabrás nunca y, sin embargo, tienes ahí, por donde te mueves, mi gesto de señorito y mis pasos quedos a la madrugada; ahí donde tus hules pintados y tu San Antonio, tu enjalbegado vasar, tu falda tiesa y tu partido pelo. Déjame aquí, y en cambio, tu nombre alto, hondísimo, traspasando mi costumbre, el ir y venir irremediable de mi corazón al de los hombres.
LLEGADA
La luna de agosto viene
en hombros del Guadarrama.
Tus tejados, Luisa Esteban,
hace tiempo que la aguardan.
La luna parece un río
desbordado por Las Navas.
Quién me diera un San Cristóbal
que a la puerta de tu casa,
con un pino por cayado,
dulcemente me llevara.
¡Que me ahogo, Luisa Esteban,
en esta luna de agua!
Con un anillo en el cuello
me revolvía en tus sábanas
que aullaban en mis oídos
como el viento entre las ramas.
Por una tierra de lobos
me sorprendió la mañana.
HERMANO CASTILLO
Mi soledad es esto que ahora siento,
este silencio, esta quietud que apenas
deja un poco de música en mis venas,
un poco de razón al pensamiento.
Como tú, fortaleza, contra el viento:
yo sin brazos, tú puente sin cadenas;
sin ilusiones yo, tú sin almenas;
los dos memoria o labio sin acento.
Mi soledad es vernos en la tierra,
hincado yo también porque te clavas,
elevado en mi voz porque tú subes.
Tú como yo; los dos como esta sierra;
Ávila hundida aquí por esas Navas
y allí Gredos crecido entre las nubes.
SONETO DE LA NIEVE TODAVÍA
Mira cómo se quema el Guadarrama
en sus torres azules. Esa loma
tiene un poco de nieve, una paloma
que ha librado sus alas de la llama.
Qué desierta de pájaros la rama
donde a la luz mi corazón se asoma,
como un clavel de invierno sin aroma,
como un campo segado de retama.
Crezco de amor bajo este sol tendido,
y crecen las montañas imitando
el hielo que mi ardor no te ha deshecho.
Bajo un ave de nieve estoy vencido
y están sus alas frías coronando
una sierra de sangre por mi pecho.
SONETO EN «EL RISCO»
He encontrado a mi paso todavía,
aquí donde la tierra se reposa,
una rosa de piedra prodigiosa
que la mano de Dios colocó un día.
Le falta al corazón de cada cosa
el agua de la gracia. Se diría
que trajo solamente el alma mía
el río de su voz para esta rosa.
Nadie la ve, pero los hombres llegan
y liban en la miel que el sol derrama
y deja entre sus pétalos cautiva.
Brazos que luchan y ojos que se anegan
en el mar de Castilla, pura llama
con una isla en flor de roca viva.
HACIA SANTA MARÍA
El arrendajo, pato
de los aires, oscuro,
pasa. ¿Por dónde? Hay algo
que nos oculta el rumbo.
Y llora la resina
intermitentemente
por la amarilla herida
que tiene el pino verde.
A nuestro alrededor
sólo el vuelo y el árbol;
la garganta sin voz,
sin amigo la mano.
Pero Dios no está lejos.
Ya se anuncia. Sin prisas,
detrás de aquel otero
nace Santa María.
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