En las crónicas de la Conquista y la Colonia se encuentra la materia prima que los docentes deben aprovechar para iniciar a los niños en el itinerario de conocimiento de nuestro país, y paralelamente descubrir toda esa mitología ancestral que surge con extraordinaria naturalidad. La labor que realizaron los cronistas pertenece a un género literario singular que debería ser fuente de inspiración para los escritores de literatura infantil y juvenil. No neguemos el valor educativo de las crónicas, muy por el contrario, hay que rescatar de ellas las lecciones aún ocultas para que puedan, al más corto plazo, ser celebradas por los estudiantes.
¿Te parecería un acierto la adaptación de las crónicas?
Como ha señalado en su oportunidad Marc Soriano (2005), creo que la adaptación significa someter el texto a una cantidad de modificaciones que lo convierten en un producto acorde con los intereses y el grado de comprensión de los menores.
Sabes, sin embargo, que las adaptaciones tienen sus detractores.
Muchas veces me he preguntado si habrá que dejar que los niños entren a la vida con un bagaje que los ignora, correr el riesgo de que jamás conozcan los hechos que sustentan su identidad. En este sentido, la adaptación aparece como una necesidad histórica.
¿Crees que nuestra tradición de literatura juvenil es menos desarrollada? ¿Quiénes son los autores más destacados?
En efecto, la literatura juvenil es más reciente y por eso no ha sido atendida en su real magnitud. Por ejemplo, tenemos a Rutsi, el pequeño alucinado (1947), de Carlota Carvallo; Templado (2004), de Jorge Eslava; En la tierra de los árboles (1952), de Francisco Izquierdo; o Sueño y verdad de América (1969), de Ciro Alegría; pero hay un autor que destaca con nitidez, me refiero a Carlos Villanes Cairo (Junín, 1945), quien cuenta con más de una veintena de títulos y es un best seller en Europa.
¿Y Óscar Colchado?
Óscar Colchado es fundamentalmente un excelente narrador, cuyo personaje “Cholito” se ha convertido en un clásico en nuestra literatura infantil. Su principal aporte es haber incorporado el cuento popular, los mitos, las leyendas, creencias y tradiciones de sabor ancestral a nuestra literatura infantil y Adriana Alarco, cuya obra teatral ha merecido justos premios y traducciones, es la autora más prolífica del género, pero aún su obra no ha logrado la audiencia mayor que se merece.
A propósito de la obra de Adriana Alarco, ¿a qué atribuyes el escaso desarrollo del teatro infantil en nuestro país? Conozco pocos montajes y obras publicadas, pese a los beneficios formativos que siempre se le ha atribuido a este género.
En mi guía de autores y libros de literatura infantil y juvenil del país encontramos alrededor de medio centenar de obras publicadas en este género, dentro de los que destacan las obras de Abraham Arias Larreta, Ismael Contreras, Jorge Díaz Herrera, Sara Jofré, Alberto Mego, Ernesto Ráez, César Vega Herrera, Lorenzo Zavala y Omar Zilbert. Sin embargo hoy prácticamente no hay dramaturgos como no hay auditorios, ni escenografía, ni música… ni todo aquello que concierne al teatro. Sucede también que este género que tanto éxito tuvo en las escuelas ha desaparecido de las aulas y cada vez se habla menos de teatro infantil… Es una lástima que el Ministerio de Cultura no lo promueva.
¿Cómo se produce en ti el viraje de la poesía al estudio de la literatura infantil y juvenil?
En realidad yo no he abandonado la poesía; continúo escribiendo, pero de una manera más reposada. No tengo ni he tenido apuro por publicar libros de poesía. Sucede que conocer a Francisco Izquierdo Ríos y luego sumergirme en la literatura infantil me condujo a buscar sus raíces, a indagar por sus autores, a investigar a fondo por este género que es toda una revelación, también, de la condición social, económica y cultural de los niños del país.
Considero que eres uno de los pioneros del estudio de la literatura infantil y juvenil…
Personalmente creo que los auténticos pioneros fueron Francisco Izquierdo Ríos y Carlota Carvallo de Núñez. Ambos, excelentes narradores, intentaron organizar un historial de lo que había venido sucediendo en el género. A partir de las primeras observaciones que aparecen en La literatura infantil en el Perú (1969) del primero y El papel de la literatura infantil (1967) de la segunda, se inicia un proceso de búsqueda y análisis con dimensiones a nivel nacional que puede comprobarse en mi libro Literatura infantil en el Perú (1981), que aparece cuando el maestro Izquierdo Ríos nos abandonaba físicamente. En mi caso, sigo preocupado por develar los libros y los autores que nos precedieron y darle mayor organicidad crítica y sistematización al conjunto de obras que conforman una historia admirable de la literatura infantil y juvenil del país.
En esta tarea, ¿a quiénes reconoces como compañeros de ruta?
Es una excelente expresión “compañeros de ruta”, pues en verdad, hay muchos y muy buenos, espero no ser injusto: Manuel Pantigoso, Roberto Rosario, Luzmán Salas, Saniel Lozano, Ernesto Ráez, Eduardo de la Cruz, Milciades Hidalgo, Manuel Ibáñez Rosazza, Rigoberto Meza Chunga, Óscar Colchado, Carlota Flores, Danilo Sánchez, Adriana Alarco, Arnaldo Panaifo, Federico Latorre… Todos ellos con el mejor ánimo y predisposición de comprometerse con el arte, la cultura y la literatura de los niños.
Sin duda tienen un gran mérito. Te pido que destaques los especiales valores artísticos de algunos de ellos.
Veamos… Manuel Pantigoso tiene publicaciones y premios de teatro infantil y creatividad, sin embargo su obra en conjunto procura ser crítica y reflexiva; Roberto Rosario es un promotor cultural innato, cuidadoso antólogo y un gran narrador, cuyas historias parten de su propia biografía; Luzmán Salas es el estudioso de la literatura infantil cajamarquina, con gran soporte teórico ha sabido deslindar las diferentes corrientes de dicha literatura y plasmarlas en obras memorables; Saniel Lozano es otro de los impulsores y teóricos de la literatura infantil, ha profundizado acertadamente en la llamada literatura oral; Ernesto Ráez es un hombre dedicado al teatro infantil, con propuestas muy originales y con una posición de la “utilidad” del teatro; Eduardo de la Cruz se especializó en el género infantil a partir de los mismos niños. Toda su obra estuvo dedicada, ejemplarmente, a este objetivo que legó en diferentes libros; Milciades Hidalgo es otro de los principales teóricos de la literatura infantil en relación a la educación y las nuevas tendencias metodológicas para enseñar y hacer literatura infantil desde las aulas…
¿Y en el campo de la crítica cuáles consideras han sido los mejores aportes de aquel movimiento pionero?
Diría que Rumbos de la literatura infantil y juvenil (1996) y Alero de los sueños. Seis rutas para la literatura infantil (2005), compilado y coordinado por Saniel Lozano y Manuel Pantigoso, respectivamente. Son libros que reúnen los mejores trabajos que desde la crítica han apuntalado no solo la importancia sino la proyección de la literatura infantil en el país. Puede comprobarse con estos trabajos que, a partir de la década del 1980, ha habido la necesidad de reflexionar sobre nuestra literatura infantil. La crítica no ha sido un quehacer permanente, es verdad, pero se ha realizado en medio de una avalancha de publicaciones, muchas de ellas frágiles al tiempo y a la propia literatura.
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