Adviértase que no uso el término de asignatura o materia, sino curso en la variada acepción que establece el diccionario: tanto como asignatura, itinerario y también continuidad y destino de un proceso. Agradecería que se tomen en cuenta dichos criterios, pues estamos ante una suerte de cuaderno de campo con informaciones y reflexiones literarias, que guardan una secuencia progresiva aunque sin demasiado rigor, como los apuntes que hacemos los profesores y profesoras la noche que nos desvelamos por un tema pendiente o los subrayados camino a la escuela antes de una clase.
Quisiera que el espíritu de las anotaciones expresara el propósito mismo del trabajo, para que opere como una guía pedagógica atractiva e incitante. Su estructura, al igual que una programación curricular, está formada por unidades académicas y el lenguaje que empleo es el de un profesor escolar, muy directo y cordial. De modo que el desarrollo de las clases de cada unidad queda en manos del docente. Como además los profesores y profesoras van cargados de libros por los pasillos y cruzan, a duras penas, el patio de recreo, para ahorrarles tiempo y espacio he elegido y organizado en un solo volumen las mejores lecturas referidas a la literatura infantil de nuestro país.
La selección de dichas “Lecturas ejemplares” ha evitado consignar textos muy conocidos o de fácil acceso —“Paco Yunque”, de César Vallejo, por ejemplo—, sin obviar en ningún caso a autores indispensables. Lo deseable es que las páginas literarias de cada apartado se analicen a la luz de las consideraciones precedentes; de este modo, pongamos por caso, leer las fábulas y los testimonios de los cronistas Garcilaso Inca de la Vega o Felipe Guamán Poma de Ayala, correspondientes a la Segunda Unidad, supone haber revisado antes los Antecedentes históricos de la unidad.
Tal vez convenga explicar la razón de incluir dos largas entrevistas, tanto en la introducción como en el epílogo. Sabemos que la entrevista es una modalidad periodística que ha consagrado el diálogo versado sobre algún tema de interés y que puede llegar al lector de una manera clara y amable. Es lo que he procurado hacer en las conversaciones con Jesús Cabel y Jéssica Rodríguez López; a quienes me he acercado como un profesor de colegio, lleno de curiosidad intelectual, y ansioso por descubrir nuevas formas de compartir la literatura con mis estudiantes. Ambos son maestros, han investigado y escrito sobre literatura infantil, y conocen además los mecanismos secretos del trabajo creativo.
En las Nociones previas de la Primera Unidad intento reflexionar en torno a las características que conforman el texto literario y la literatura dirigida a la infancia, además de delinear algunas propuestas de pensadores peruanos del siglo pasado sobre nuestro proceso literario. Considerar los juicios de Luis Alberto Sánchez, José Carlos Mariátegui o Antonio Cornejo Polar puede sorprender en un libro de esta naturaleza, pero mi aspiración es clara: reconocer el estatuto artístico y social del género infantil y juvenil, integrarlo al corpus de la gran literatura peruana y contribuir a su necesaria difusión.
A partir de la Segunda Unidad, hasta la sexta, el criterio de agrupación de autores, obras y movimientos literarios responde a una línea cronológica y a la práctica de un género predominante. En Antecedentes históricos, por ejemplo, las primeras expresiones en verso y prosa se revelan en las crónicas de la Conquista y la Colonia. Autores españoles e indios se reúnen, con desiguales intereses, para entregarnos testimonios de nuestro pasado y deslumbrarnos con una todavía silenciada literatura oral: leyendas, poemas, canciones o fábulas circularon de manera anónima, y reflejaban la vida cotidiana y ceremonial que animaron las culturas prehispánicas. El lector podrá apreciar parte de este manantial en la sección correspondiente a Lecturas ejemplares.
La Tercera Unidad aborda un momento crucial de nuestra historia: la crisis de la Independencia que enfrenta violentamente dos tendencias políticas: la sociedad colonial y la sociedad criolla americana. Las nuevas ideas y expresiones literarias, así como el fervor patriótico, encuentran en el romanticismo un impulso de escritores con personalidad propia; los más significativos, Mariano Melgar y Ricardo Palma, quienes con sus fábulas y sus tradiciones inauguran un lector infantil y juvenil en la literatura peruana. Dotada de afanes didácticos, es cierto, pero que consiente la aparición de un sector del público que antes no había recibido atención. La Cuarta y Quinta Unidad ofrecen un mismo periodo histórico —desde las primeras décadas del siglo XX hasta mediados de siglo—, pero apuntan a dos géneros distintos en formación: la narración y la poesía dirigida a los niños y niñas.
En estas unidades hallamos un venero de importantes narradores como Abraham Valdelomar o Ciro Alegría, al lado de escritoras como María Wiesse o Angélica Palma que son ilustres desconocidas para nuestros maestros y maestras, y, en consecuencia, para el público infantil. Algo similar ocurre con el poeta José María Eguren, quien comparte la sección de lecturas ejemplares con los olvidados escritores Luis Valle Goicochea y Abraham Arias Larreta. La Sexta Unidad cubre un periodo de consolidación de la literatura para niños —la segunda mitad del siglo XX—, con autores que si bien se leen muy poco en las escuelas de hoy –salvo José Watanabe y Óscar Colchado Lucio, los demás, injustamente, no forman parte de los actuales catálogos de las editoriales–, ningún educador ignora el papel trascendente de su arte y magisterio. Tal vez los nombres de mayor prestigio sean los de Javier Sologuren y Rosa Cerna Guardia, un poeta extraordinario y una delicada narradora.
Ha sido grato realizar el presente trabajo, aunque nada sencillo. Mis experiencias docentes son manifiestamente escasas: he ejercido como profesor escolar muchos años y solo en colegios particulares en Lima, jamás de una escuela pública ni de provincia. Lo que me ha conferido, desafortunadamente, una visión parcial del mapa educativo peruano. Es verdad que he tenido numerosos encuentros y talleres con docentes del interior del país, pero es insuficiente para conocer un sistema tan dispar y frágil. Además de mis limitaciones en materias de teoría literaria e historiografía, considérese las carencias de bibliotecas especializadas y registros bibliográficos en torno al género; la inexistente presencia de la literatura infantil en los tratados de literatura nacional y el espejismo creado por el fenómeno cultural surgido con el plan lector en nuestras escuelas, después del año 2006, cuyas operaciones comerciales y producción novísima han distraído el cauce de nuestra valiosa tradición.
Con discreta inmodestia anhelo que este libro enriquezca el horizonte educativo del país, pues continúo aferrado al empeño de ver profesoras y profesores emancipados gracias a su propia cultura, entregados al ejercicio de sus meditaciones y su imaginación, amparados por mejores condiciones de trabajo. Docentes con tiempo libre para estudiar, departir y disfrutar del ocio, esa voluntad de paz y albedrío que reclamaban los antiguos griegos como concepto originario de la palabra `escuelá: lugar libre de las urgencias de la vida, ámbito propicio para cultivarse. A diario me recuerdo que nuestra emergencia educativa exige de la pasión del magisterio, y que la lectura constituye el arma fundamental de combate en la toda democracia digna, como pensaba el maestro Luis Jaime Cisneros.
La nobleza obliga a ser agradecido con personas e instituciones que alentaron el presente trabajo. Muchas gracias al Instituto de Investigación Científica de la Universidad de Lima por su vocación formativa y su renovada confianza; a los estudiosos Jesús Cabel y Jéssica Rodríguez López por su sapiencia y cordialidad; a mis jóvenes asistentes, la bibliotecóloga Grace Cortez Ruvnoch y las comunicadoras Daniela Betancour González y Emi Teruya Gonzales por su apoyo entusiasta; y a mi esposa Rosario de la Hoz por su alegría pedagógica.
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