1 ...8 9 10 12 13 14 ...19 —¿Cómo que ha desaparecido? —insistió ella.
Eriol hablaba con el novato que había sido golpeado para asegurarse de que aquel era el apartamento en que había entrado Robert Eden.
—Ni la madre del chico ni Eden —comentó Will.
Aquella respuesta la dejó sin réplica.
—El crío, hay que hablar con el crío —dijo ella.
—Eh, Meyer, subid al crío —indicó Will por la barandilla hacia su compañero de la planta baja.
—¡No está, Goldberg! En cuanto salió a la calle corrió como un poseso —explicó desde abajo.
—¿Qué? —se cuestionó Juliette para sí misma—. Pero…
—Si este caso ya era extraño, ahora se ha convertido en imposible —comentó Will.
Los sanitarios aparecieron a toda prisa para salvar la vida al último miembro de Casiopea. No pudieron asegurar que Harris sobreviviría a aquel frenético día.
Mientras el hombre iba camino del hospital, los engranajes de la mente de Juliette comenzaron a girar.
Abatida, se sentó en uno de los sillones de la destrozada habitación tratando de ignorar la mancha de sangre del suelo. Todo el esfuerzo había sido en vano. El último de los miembros de la banda estaba a punto de morir. No había más pistas. No más testigos. Habían perdido. Se llevó las manos a las sienes para intentar detener el dolor de cabeza inminente que le impedía concentrarse.
«Puede que el señor Harris viva. Harris vivirá. Eric Harris va a vivir», se repetía Juliette.
—¡Julie! —gritó Eriol en su oído.
—¿Está vivo? —preguntó.
—Acaban de avisarme que ha despertado incluso antes de llegar al hospital —aclaró satisfecho.
Juliette reflexionó en silencio sobre los planes que comenzaban a formarse en su enérgica mente.
—Conozco esa mirada, Julie. Estás tramando algo.
—Sí, y no va a gustarte. Como siempre —sonrió ella.
En la comisaría, después de todo lo ocurrido, Eriol y Will continuaban repasando la peligrosa idea de Juliette.
—Es una locura. Se ha hecho mil veces y no siempre ha salido bien —comentó por tercera vez Eriol.
—Es un clásico, capitán —respondió Will al enfurecido jefe Johnson—. Debería salir bien.
Juliette sonrió ante su inesperado aliado. Era la única solución que tenían y cuando el capitán de policía se calmase sabría verlo.
Habían pasado muchas cosas en las últimas horas. La ambulancia llegó y se llevaron a Harris al Hospital St. Claire, donde una legión de agentes fue destinada para protegerle. El hombre aún no había despertado tras la intervención quirúrgica y las próximas veinticuatro horas serían decisivas, pero los médicos eran optimistas. Mientras tanto, media comisaría llevaba toda la noche patrullando las calles en busca del vehículo o cualquier indicio sobre Bob Eden.
—Sigo pensando que no deberíamos usarle como cebo —repitió el veterano oficial.
—Debemos aprovechar la sed de venganza de Eden, jefe —expuso Juliette, más decidida que antes—. Es arriesgar la vida de Harris, lo sé. Pero ese criminal acabará con él tarde o temprano si no le paramos los pies, y esta es la única opción que tenemos.
—Capitán —intervino Will—, creo que solo así lograremos entender este extraño caso de resurrecciones y fantasmas del pasado.
Eriol apoyó el rostro sobre sus manos.
—Necesito ciertas garantías antes de arriesgar la vida de ese hombre —resolvió al fin—. En cuanto despierte averiguad el motivo de esta vendetta . Después tomaré una decisión.
Juliette y Will se miraron de manera cómplice. Las respuestas a todo estaban más cerca.
Siempre le había parecido curioso cómo el tiempo se dilata cuando se espera por algo. Las manecillas del reloj parecían detenerse durante décadas en cada hora, como si al universo no le importara que alguien tenga prisa. Y probablemente fuese así, porque ¿qué eran unas horas para alguien que tenía toda la eternidad por delante? El tiempo pasaba, indolente, ajeno a los intereses de nadie. Pero pasar pasaba. ¿Cuántas cosas podían suceder a la vez en un minuto? En sesenta segundos un perro podía ladrar esperando que le dieses comida, un semáforo cambiaba de rojo a verde y las nubes grises descargaban su agua sobre pobres peatones sin paraguas. En un minuto, alguien podía morir de un infarto, podía nacer una nueva vida o incluso caer un régimen totalitario. La historia estaba llena de minutos que destacaron sobre otros, que conllevaron hitos valiosos, pero también de eventos sin importancia: ¿A quién le interesaba que en ese tiempo una mariposa hubiera salido de su capullo? ¿O que se hubiese producido un tornado? A nadie. No importaba porque si ese recién nacido, si ese régimen o incluso ese perro no fueran de nuestro interés, entonces carecían de valor. Pasaban al olvido. Aunque en algún lugar del mundo se encontraba una persona para la que sí era importante.
¿De verdad la humanidad era tan egoísta? Claro que sí. Pues no era suficiente el que en tan poco tiempo sucedan cientos, miles o incluso millones de eventos porque solo le interesa lo que le afecta. Y, caprichosa, no solo querría que lo que ansía sucediera cuanto antes, sino que tuviese lugar en ese mismo instante. Sin importar nada ni nadie.
Aunque se sintiese culpable, Juliette no podía dejar de pensar, mientras contemplaba el ajetreo propio de la sala de urgencias en la que se encontraba, que necesitaban que Harris volviese a despertar. Veinticuatro horas son mil cuatrocientos cuarenta minutos, y estos contienen ochenta y seis mil cuatrocientos segundos. Eso era demasiado tiempo. Tiempo que podían aprovechar los fugitivos para trazar mil planes, descartarlos todos y tomar nuevas decisiones. Decisiones que podrían acarrear víctimas. Víctimas que podrían perder la vida. Y vidas que merecían ser salvadas.
Esperaba que el anciano lograse pasar de aquella noche y despertase por la mañana, porque solo así podrían detener a Bob Eden. Tenían todas las piezas: personajes, sinopsis y portada; planteamiento y nudo. Pero les faltaba el desenlace. Ese final en el que todo cobraba sentido, se resolvía la incógnita que rodeaba al villano para llegar a la moraleja de la historia. Aunque sabía que la realidad implicaba resoluciones agridulces, no había visto un caso que necesitase tanto un final feliz: por Leonor, que llevaba toda su vida arrastrando la pérdida de su familia y los crímenes de su marido; por Teddy, eternamente enamorado de la supuesta viuda; por Eriol y sus agentes, que arrastraban una mala racha. Y por ella misma, que hacía tiempo que dejó de creer en la posibilidad de recuperar su vida. Necesitaba un triunfo, algo que le indicase que había vuelto al camino correcto.
«Lo necesitamos», pensó cansada.
Un leve pitido le indicó que su bebida ya estaba lista, y una vez más le sorprendió el contraste entre la brillante máquina que tenía enfrente, de color amarillo que destacaba como un faro en la amplia e impoluta sala de paredes blancas donde se encontraba. Salvo un par de sillas arrimadas en uno de los extremos, se trataba de un espacio diáfano en el que no cesaba de entrar y salir gente. Aferrando con fuerza ambos vasos de plástico, Juliette se sintió algo perdida entre tanto desconocido, ya que apenas podía ver por encima de su cabeza. Si no hubiese hecho ese mismo recorrido otras tres veces en el último par de horas probablemente se habría perdido. Sin embargo, logró entrar en uno de los ascensores y marcar la sexta planta mientras se hacía hueco entre un par de enfermeras y un anciano que sostenía una percha con una bolsa de suero. El hombre le regaló una sonrisa cansada y, aunque ese tipo de lugares le ponían nerviosa, no pudo evitar devolvérsela.
Llevaba horas en el hospital. Tan solo había pasado por casa para dar de comer a Loki, realizar una breve llamada a su madre disculpándose por haber faltado a la merienda y prepararse un sándwich. Una ducha rápida y un cambio de ropa después se encontraba cruzando las puertas hacia la habitación del último miembro de la banda de Bob Eden, pero la enfermera jefe la detuvo. Por su culpa llevaba las últimas seis horas agarrotada en una de las sillas de la sala de espera junto a Eriol. Él continuaba con las dudas sobre el plan y ella aprovechaba el tiempo muerto para escribir su columna semanal. Nunca les había molestado el silencio, pero ambos detestaban esperar, por lo que habían estado haciendo turnos para estirar las piernas, ir al baño y a por sus respectivas dosis de cafeína.
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