Susana Quirós Lagares - La sombra de nosotros

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Hubo un tiempo en el que la ciudad era el lugar ideal para vivir el sueño americano, pero esos días ya han pasado. Ahora, sus calles son un laberinto de crímenes y delitos que han convertido a Elveside en el infierno. La policía investiga la aparición de una persona que murió hace años y que, según los testigos, ha vuelto de entre los muertos para continuar su vida delictiva. Un caso que Juliette no dejará escapar. La joven periodista, diestra en el estudio del comportamiento humano, colabora con los agentes después de haber sufrido un episodio que la ha cambiado para siempre:Alec murió como criminal antes de que ella pudiera demostrar su inocencia. Sin embargo, corren tiempos oscuros en los que nada permanece muerto y el pasado amenaza con volver y hacer pedazos el presente. En una lucha entre lo correcto y los errores, la joven descubrirá que hay cosas más terroríficas que la muerte. Y Juliette tendrá que enfrentarse a todo. A sus miedos. A sus fantasmas. A una verdad para la que no está preparada.

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Le entregó el café a su amigo y volvió a tomar asiento a su lado mientras guardaba el ordenador portátil en la funda. Incluso ella tenía un límite. Treinta y seis horas despierta la habían agotado en todos los sentidos de la palabra. Sentía que las emociones de aquel día se le echaban encima y cerró los ojos un par de minutos para centrarse en el murmullo que la rodeaba: en los susurros de Eriol al teléfono, que la calmaban y ayudaban a desconectar de la espera que aún le aguardaba. Se llevó el vaso a los labios y apoyó la cabeza en la pared que tenía detrás. Tomaba pequeños sorbos para que la bebida calentara cada rincón de su cuerpo. Siempre le había gustado el aroma del café. La hacía sentir como en casa.

Con un suspiro exasperado, el policía colgó el teléfono y se revolvió el pelo. Pequeñas arrugas se habían formado en los extremos de sus ojos y Juliette no pudo evitar darse cuenta de que parecía tener diez años más. Este caso le estaba afectando más de lo que parecía. A ambos, de hecho.

—Bueno, Julie, ¿contenta de volver? —le preguntó Eriol.

No pudo evitar bufar mientras ponía los ojos en blanco.

—No es como lo recordaba —respondió ella. Su voz sonaba áspera después de tantas horas en silencio.

—Y aun así más divertido que la prensa, ¿verdad?

—Sin duda —consintió Juliette con una sonrisa.

Su compañero jamás se rendiría con eso. Si por él fuera, le habría obligado a entrar en el cuerpo hacía años. Pero ella disfrutaba escribiendo. Siempre fue su forma de escape.

—¿Qué has decidido?

—Ahora no, ya te lo he dicho. Cuando despierte —la reprendió Eriol con la mirada. Ella no se sintió intimidada. Al fin y al cabo, ya no era una niña.

Se batieron en un duelo de miradas, el suave azul del mar chocando con el cálido chocolate, hasta que ambos sonrieron con amabilidad. Sintió en su nuca la intensa mirada de la enfermera del mostrador. Era difícil ignorar cómo observaba a Eriol de vez en cuando mientras jugaba con su pelo. No quiso prestarle atención. Lo que menos necesitaba era tener a una mujer celosa acechándola, sobre todo cuando su amigo estaba fielmente enamorado de Claire. Una mujer encantadora, de gran carácter, que Juliette, aunque conocía poco, aprobó desde el instante en el que ordenó a Eriol que dejara de insistirle a la joven con convertirse en policía. Sí, esa enfermera no aguantaría ni un asalto contra Claire. Además, su amigo no parecía haberse percatado de nada.

—¿Cómo estás? —la interrogó él, y por el súbito cambio en el clima entre ambos se dio cuenta de que no preguntaba por los eventos de aquella tarde.

—Bien. —Dirigió la mirada del suelo hacia el rostro de su amigo. No podía mentirle. A él no. Por lo que se corrigió—. Mejor.

—Me alegro.

—Disculpen —la voz de la enfermera coqueta los interrumpió. Parecía algo crispada y su mirada se detuvo más de lo normal en la mano de Eriol, que descansaba sobre la de Juliette—. He pensado que quizás querrían entrar a ver al paciente.

Aquello los espabiló por completo. Llevaban solicitándolo horas y siempre habían recibido una brusca negativa, al menos para ella, o en el caso de él, una explicación de por qué no podían permitírselo, acompañada de un intento de sonrisa seductora.

Después de haber recogido todo, la siguieron hasta la habitación, donde Eric Harris descansaba sobre una cama cubierto de vendas. No tenía buen aspecto y su extremada delgadez ayudaba a que el anciano se desvaneciera bajo las sábanas.

Pese a que tuviese esa apariencia indefensa, Juliette no pudo evitar recordar al hombre de sonrisa confiada y mirada impenetrable que aparecía en la foto que encontraron. Algo en su rostro afilado indicaba problemas. Sin duda, era fácil imaginárselo como parte de la banda que aterrorizó la ciudad décadas atrás. Se sentía intrigada y asustada a la vez, porque si alguien tan fuerte podía ser vapuleado por su antiguo jefe, Bob Eden debía ser alguien a quien temer pese a su avanzada edad.

Por un momento dudó de Leonor. Ella le había hablado con tanto cariño de su marido que quiso creerla, pensar que solo se trataba de un hombre que había tomado malas decisiones y no había podido prever hasta dónde llegaría la magnitud de sus acciones. Había dejado que sus sentimientos interfiriesen en su juicio, y eso era algo que no podía permitirse. Para alejar aquellos pensamientos comenzó a anotar en su cabeza detalles que observaba sobre Eric Harris para redactar su perfil. La habitación era tan impersonal que apenas daba pistas que la relacionasen con el ocupante, quien ni siquiera estaba consciente. Se preguntaba si…

Miró hacia la puerta donde el jefe Johnson se encontraba de espaldas hablando con uno de los agentes que custodiaban al paciente. Dando gracias a su suerte, se acercó con rapidez a la silla donde se encontraba colgada la ropa que había llevado Harris y sus efectos personales. Si había algo relacionado con el caso, era muy probable que lo llevase consigo para evitar que nadie lo encontrase, sobre todo habiendo sido asesinados el resto de sus compañeros. Revisó la chaqueta del traje de tweed que llevaba cuando lo encontraron desangrándose. No había nada, ni tampoco en los pantalones. Frustrada, dirigió una mirada nerviosa hacia la puerta mientras intentaba pensar qué era lo que se le escapaba. Tampoco en la cartera había pistas, solo una foto de los que suponía eran sus nietos, bastante dinero en efectivo y un par de tarjetas. Enfadada, volvió a dejar todo en su lugar y golpeó la chaqueta con el dorso de la mano. Fue entonces cuando sintió algo bajo la palma. Volvió a revisar los bolsillos, pero seguían vacíos. Fue directa a por el forro, y ahí estaba. Cerca de la costura volvió a notar el chasquido del papel cuando se arruga.

Forzó el cosido hasta desgarrarlo, siempre con la precaución de no alertar a Eriol, quien no aprobaría los métodos. Cuando consiguió estropear la chaqueta, extrajo la pequeña hoja de papel de su interior.

Una foto idéntica a la que hallaron Leonor y Teddy se encontraba junto a un recorte de periódico.

Importante colección de arte es robada del museo de Elveside. Los responsables dejan en su lugar el dibujo de una constelación.

Se trataba del primer caso de la banda, pero ¿por qué alguien guardaría pruebas que lo relacionasen con un pasado criminal del que nadie sospechaba? ¿Sentimentalismo? No, no parecía que ninguno de ellos fuese a cometer tal desliz solo por recordar el pasado. ¿Por qué lo haría?

Sentía cómo su cerebro se sacudía en busca de una solución. Mientras tomaba asiento al lado del hombre se fijó en su expresión, calmada, serena. Y entonces todo encajó. La única forma por la que alguien podría encontrar esa foto sería que revisasen su traje, y eso solo podría pasar si hubiese sido asesinado. No trataba de ocultarlo, sino todo lo contrario. Pretendía que alguien lo descubriese en caso de que le pasase algo. Su propio hermano había muerto a manos de Bob Eden, al igual que sus otros compañeros. Probablemente hizo las conexiones y quería que hiciesen pagar al responsable. En ningún momento pensó que fuesen a encontrarle con vida, ni que una muchacha con la curiosidad de Nancy Drew revisase entre sus pertenencias.

Más que nunca necesitaban que despertase, porque con estas pruebas en su contra no iba a tener más opción que confesarles qué sucedía. Y ella pensaba estar en primera fila cuando eso pasase. Mientras su compañero entraba de nuevo en la sala, agarró la mano del anciano y le susurró al oído:

—Señor Harris, es hora de que despierte.

El sol empezaba a asomar por la ventana del cuarto cuando Juliette procedió a contarle su descubrimiento a Eriol, dispuesta a someterse a la correspondiente bronca por volver a hacer las cosas por su cuenta y sin seguir protocolos. Pero su amigo la sorprendió quedándose en silencio, ojeando los recortes. Le dirigió una mirada entusiasmada cuando se dio cuenta de que la joven le había proporcionado una prueba tangible, algo que relacionaba a ambos criminales y, aunque aún necesitaran el testimonio del último superviviente del grupo Casiopea, habían conseguido algo para continuar con el plan.

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