—Al menos ahora sabemos qué dirección tomar con el interrogatorio. Aunque, cuando contemos esto, diremos que yo te encargué revisar sus pertenencias.
—Claro, llévate la gloria. Aléjame de los focos. —Le dedicó una mueca de falsa tristeza que hizo que el otro la golpeara en la cabeza.
—Te noto de muy buen humor. ¿Qué hay de ese pesimismo y mal genio que suele acompañarte?
—Creo que estoy demasiado cansada para utilizarlos.
—Bien, porque la enfermera me ha dicho que sus constantes son normales y que debería despertar pronto.
Lo siguiente en la lista era descansar. Juliette se echó sobre el sillón y, antes de quedarse dormida, Eriol la cubrió con su chaqueta.
Correteó por la calle mientras se dejaba envolver por la cálida lana de su abrigo. Era una noche fría, perfecta para una velada de película y pijama en casa. Sin embargo, ella se dirigía a una estúpida cita con un estúpido chico que conoció en una de las estúpidas reuniones del periódico. No es que fuera un mal tipo. Lo cierto es que era inteligente y muy atractivo, y las chispas saltaron cuando se conocieron, por lo que cuando él le preguntó si podía invitarla a cenar decidió olvidarse de su regla sobre no salir con alguien que acababa de conocer y aceptó sin dudarlo. Quizás porque hacía meses que no tenía una cita y le pareció buena idea.
Desde que la concertaron semanas atrás, las ganas de asistir habían ido reduciéndose hasta el mínimo. Y no era solo a causa de su habitual manía —Juliette disfrutaba de cierta fama entre sus amigos por perder el interés siempre que ligaba con algún chico, pues cuando ya no suponía un reto, el chico dejaba de merecer la pena— sino también porque de repente él le había empezado a parecer un esnob, aburrido y superficial. Lo que antes veía como virtudes de repente se convertían en defectos. Pese a todo, su instinto le decía que había algo artificial en la máscara de chico perfecto de aquel hombre. Perdida en sus reflexiones tropezó con una grieta y a punto estuvo de caerse.
«Benditos reflejos» pensó, mientras miraba la hora en su reloj de pulsera.
—¡Hola, Jules!
La voz de Alec Trailaway la sorprendió por segunda vez en la última semana. No podría haber escogido peor momento. Llegaba tarde al restaurante y no tenía tiempo para uno de sus debates. Pero el chico ya había bajado del contenedor en el que se encontraba sentado y la alcanzó en un par de zancadas.
—Que no me llames así… —replicó con voz cansada—. ¿Qué haces aquí? ¿No tienes algún gato que torturar?
—En realidad, me gustan los gatos —reveló el chico tras encogerse de hombros.
Vestía con prendas oscuras para pasar desapercibido. Una sudadera con capucha cubría su desordenado pelo.
—Menuda sorpresa… —respondió Juliette, quien, por el contrario, iba más sofisticada que de costumbre, con un abrigo abotonado hasta las rodillas y un par de tacones bajos. El vestido verde botella, más ceñido de lo que le gustaría, quedaba oculto para aquel chico descarado.
—Bueno, ¿a dónde vamos?
Sonrió como si fuesen a comenzar una aventura y ella estuvo a punto de sentirse mal al contrariarle. Pero solo a punto.
—Yo tengo una cita. Tú puedes perderte.
Juliette intentó continuar su camino.
—¿Una cita? Eso me ofende, pensé que teníamos algo especial —declaró mientras se llevaba una mano al pecho, fingiendo estar dolido—. He luchado en vano. Ya no quiero hacerlo. Me resulta imposible contener mis sentimientos. Permítame usted que le manifieste cuán ardientemente la admiro y la amo, señorita Libston.
—Lo siento, pero no te pareces en absoluto al señor Darcy alguno, así que para, por favor.
Él se limitó a sonreír con inocencia, sabiéndose atrapado. Si había algo que admiraba del chico era cómo parecía encontrarle el lado divertido a todo. Se trataba de algo extraño en una ciudad como Elveside y le resultó incluso irónico que fuera alguien tan callejero y demente como Alex Trailaway quien pareciera entender la importancia de ser feliz. Quizás había que estar loco para hallar la felicidad en aquella ciudad.
—Bueno… —Se balanceó sobre sus pies mientras se llevaba las manos a la espalda—. ¿Sobre qué hora acabarás? No me importa esperar.
Entonces fue ella quien le dedicó una sonrisa.
—Julie… Julie —oyó como alguien la llamaba y le sacudía el brazo.
Con un gran bostezo, abrió los ojos al desperezarse como un gato. La habitación estaba llena de luz y tuvo que pestañear varias veces antes de que su vista se enfocara del todo.
—¿Qué pasa, capitán? ¿Está bien el viej… oh?
Unos ojos grises la miraban curiosos desde la cama y la joven sintió que su cara enrojecía al instante. Como si le hubiesen echado encima un jarro de agua fría, se levantó de un salto atusándose el pelo y la ropa.
—Oh, me alegro de verlo despierto, señor Harris. Soy…
—Una jovencita muy curiosa, sin duda.
El anciano parecía amable, pero a ella no se le escapó cómo entrecerró los ojos por un momento para evaluarla. Dispuesta a pasar la prueba, aceptó el reto y se recompuso. Con pasos confiados, se acercó a la cama del convaleciente y le dedicó una sonrisa desafiante.
—Disculpe mi aspecto. Su caso lleva impidiéndome dormir bien desde hace semanas. Mi nombre es Juliette Libston y soy asesora del Cuerpo de Policía de Elveside.
—Un placer, señorita Libston. ¿No es algo joven para encargarse de casos como este?
Su voz era áspera y estaba impregnada de prepotencia. No iba a llevarse bien con aquel anciano.
—¿No es usted algo mayor para seguir jugando a los delincuentes? —contraatacó la joven.
—Descarada y mordaz. Sin duda una fiera con cara de ángel. Algo peligroso, ¿no cree, jefe Johnson?
—Bueno, mi equipo debe estar a la altura. ¿No le parece? —Eriol no pensaba jugar a aquel juego, aunque el comentario no detuvo la lengua del anciano.
—Conozco a las personas como usted, demasiado brillantes para su propio bien. Aves fénix que no pueden ser enjauladas y que siempre buscan nuevos retos. Por desgracia, necesitan problemas para renacer. Y eso no se encuentra en el lado de la ley —explicó Harris con provocación.
La joven sintió la ira recorrer todo su cuerpo al escucharlo, como si una corriente eléctrica le atravesase las venas, y tuvo que apretar los puños para no lanzarse hacia el anciano que intentaba retarlos.
No pensaba darle la razón.
—Las personas como yo —respondió ella— nos sentimos mejor encerrando a los tipos como usted.
—Basta —se apresuró a intervenir Eriol para evitar una discusión mayor—. Es su vida la que está en peligro, no la nuestra. Aproveche el tiempo que corre en su contra, amigo. Quizás quiera explicarnos qué relación tiene con esto.
Eriol puso delante la fotografía y el recorte haciendo que la sorpresa inundase los rasgos de Harris.
—¿Sabe? Este de aquí se parece a usted —comentó Juliette bajo la mirada que le lanzó Eriol. Era momento para la policía.
—¿Ahora es delito sacarse una foto con amigos?
«Mala elección», pensó Juliette. Lo creyó más inteligente y sagaz. Aquella postura de indiferencia no beneficiaba a nadie de aquella habitación, y menos aún a Harris.
—Por supuesto que no, pero cuando tres integrantes han sido asesinados por un cuarto miembro, uno no puede evitar hacerse preguntas.
—Dado que ese cuarto es un criminal que creíamos muerto, en realidad no hay ninguna sospecha. ¿Quién creen que me atacó? —alzó la voz con enfado.
—Sin duda sabemos que Eden va tras usted, pero ¿se le ocurre por qué? —Eriol cuestionaba cada palabra de aquel viejo criminal. Harris, por el contrario, solo podía creer que su vida dependía de aquel hombre y de la joven que le acompañaba, aunque él ya se sentía condenado y no deseaba ensuciar aún más su memoria.
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