—¿Dejar a un testigo sin protección? ¿En el St. Claire? ¡Ese hospital no está a un paso de la comisaría! Ha puesto una diana en la frente de ese anciano.
Will no era como los demás. Conocía bien a sus compañeros y a Juliette. Supo ver la dirección que llevaba aquella charla y se sumó al engaño.
—¿Qué más da? —dijo al alzar la copa—. Tú misma me has contado que os ha tratado a puntapiés. No creo que ese viejo merezca otra cosa.
—Vaya, el bueno de Will mandando al traste todo —comentó Héctor.
—No quiero que el viejo muera a manos de ese monstruo resucitado —añadió—, pero hemos intentado ayudarle y él niega todo apoyo porque somos maderos.
—Quizás no sea lo correcto, pero es lo que Harris se ha ganado —terminó Héctor con la discusión.
—Es una lástima —opinó Juliette—. Espero que Eriol sepa lo que hace.
Will sonrió a la joven y ella le devolvió la sonrisa.El sedal no debería tardar en sacudirse.
Nada sucedió esa noche. Tampoco las dos siguientes. Quizás las noticias no habían llegado al criminal, o se había olvidado de su viejo amigo. Cuando pasó una semana, hasta Juliette se rindió. Eric Harris podría recibir el alta hospitalaria y tendría que volver a casa, algo a lo que él se negaba por completo. El anciano exigía protección y, en realidad, merecía ser protegido. La comisaría parecía un hervidero, pues algunos criticaban la actitud de Harris hacia la policía y otros defendían su inocencia en el caso Eden, como le ocurría a Juliette. De cualquier manera, el abogado de Harris los puso contra las cuerdas y se vieron obligados a solicitar su ingreso en el programa de testigos. El fiscal no tardó en aceptar la petición. En tan solo unos días, el caso de Robert Eden se había enfriado, prácticamente perdido, y se habían quedado sin su única herramienta para poder detenerle, o al menos encontrarle.
El fracaso policial fue para Juliette algo personal. Sintió que había fallado a Leonor y a sus propios compañeros armados. Sus artículos en el periódico se volvieron melancólicos y desprovistos de ánimo alguno. Incluso Jack se preocupó por ella cuando leyó aquel fragmento:
[…] Está claro que no somos dueños de nada: ni de nuestro destino, ni de nuestros sueños. ¿Por qué esforzarnos? ¿Por qué amargarnos? Si algo tiene que pasar, entonces lo hará, independientemente de si actuamos o no. Esta actitud es un mal que invade nuestra ciudad, la razón de sufrir uno de los mayores índices de criminalidad del país. Lo arreglamos con pensar que no es nuestro problema. No ayudamos en nada si no nos afecta. Hasta que lo hace, y entonces clamamos al cielo, nos quejamos y hablamos de la incompetencia de nuestros agentes, de las leyes, de los políticos… pero los responsables somos nosotros. Hoy se ha absuelto a Jeremy Gordon, un pez gordo del tráfico de armas en nuestra ciudad. ¿La causa? Los testigos se echaron atrás. Nadie dice nada, y así, contribuimos a que Elveside sea un lugar más peligroso para nuestros hijos, padres, ancianos… Para todos.
Su jefe la obligó a releer sus columnas de todo el mes e incluso ella se dio cuenta de que parecía haber dado un paso atrás desde que regresó. Eso la abrumó y decidió ponerle fin.
Había llegado el momento de seguir adelante, y nada mejor para hacerlo que trabajar en otro caso y calor familiar. Como decía su abuela sobre la lotería: la suerte es para los desdichados. Si aquello era cierto, Juliette no dispondría de suerte con el caso Eden, pero era afortunada en la vida. Aunque ella no lo supiera.
Decidió dos cosas entonces, y ambas fueron mediante una llamada. Primero telefoneó a su madre para tomar un café con ella y su abuela en The Green Garden aquella tarde. La segunda llamada fue a Will. Le pidió que la pusiera al día sobre los incendios de la ciudad. Unos minutos después ya tenía la tarde planeada y un nuevo caso en el que centrar toda su atención.
Antes del encuentro familiar, su visita sería a la biblioteca, donde sabía que la esperaba una Agnes dura de pelear. Los primeros pasos de la investigación del Pirómano de Elveside, como ya lo llamaban en las noticias, los había realizado a través de internet, pero los planos de las localizaciones de los incendios eran antiguos e incompletos, y solo Agnes podría proporcionarle tal información actualizada a través de la base de datos de información geográfica urbana. La confidencialidad de determinadas zonas y una bibliotecaria estrictamente reglamentaria le provocarían dolor de cabeza, pero no había otro modo si pretendía hallar algún tipo de patrón o comportamiento en los objetivos del extraño pirómano. Además, Juliette amaba visitar la biblioteca.
—Sé lo mucho que quieres verlos, Juliette —dijo Agnes. Su voz pretendía ser conciliadora, aunque tenía el efecto contrario en la joven—, pero no puedo darte acceso. Estos procedimientos requieren tiempo y permisos. Piensa que son bienes de incalculable valor histórico para la ciudad y tú te niegas a seguir los protocolos legales. Ni siquiera me has dejado consultarlo con el director de los archivos.
—Es que es para una investigación. Requiere confidencialidad —lo había repetido ya tantas veces que no entendía cómo la mujer aún seguía insistiendo.
—Pues trae una orden. Estoy segura de que no te será complicado. Trabajas con la policía.
—Ni siquiera voy a sacarlos de aquí, Agnes. Te prometo que serán unos minutos.
—No es no, jovencita.
—Media hora. Lo juro. —Esto hizo poner los ojos en blanco a la bibliotecaria que ya ni siquiera se molestó en contestarle—. Por favor, Agnes.
Un suspiro exasperado salió de los labios de la mujer, que se volvió con enfado.
—¿De verdad esto es tan importante para ti?
—Lo es, créeme.
Se esforzó en expresar con una mirada triste la envergadura de aquella necesidad.
Agnes siempre había sentido debilidad por su pequeño ratón de biblioteca, como siempre la llamaba, y Juliette iba a explotar todos sus encantos.
—Te doy diez minutos. Nada de trampas.
El grito que dejó escapar la chica hizo que varios estudiantes le dedicasen miradas de desaprobación e incluso algún insulto. Algo avergonzada, murmuró una disculpa mientras Agnes contenía una carcajada. Sacó los planos del archivo y Juliette los sostuvo como si fuesen de cristal.
—Cuídalos, ratoncito.
— Je prends soin, tante Agnes .
Sabía que con ese apelativo se la ganaría. Así conseguía acceder a la sección de terror cuando era pequeña.
Sin dudarlo un instante, se dirigió a la sección de Historia, que limitaba con las de Biología y Religión, un rincón perfecto donde nadie solía adentrarse y en el que podría actuar lejos de cualquier mirada.
Juntó dos mesas para desplegar ambos planos. El primero de ellos mostraba la red de alcantarillado y, aunque le sacó una foto por si acaso, lo descartó enseguida. Era el otro el que le interesaba: donde aparecían terrenos y calles al detalle. Fotografió a conciencia cada sección del plano. Le servirían para construir su propio puzle de la ciudad encajando las diversas imágenes.
—¡Listo! Ahora sí puedo trabajar en condiciones —bromeó para sí misma.
Antes de volver a enrollarlos, marcó mentalmente la localización de los incendios. Ventajas de poseer una memoria fotográfica. Al seguir el orden en que se produjeron, pudo advertir que el pirómano se aproximaba con cada acto hacia el centro de Elveside desde el oeste, algo que llamó su atención, pero no hizo saltar las alarmas en su cabeza. La policía también lo habría visto. También se fijó en el plan cultural del Ayuntamiento, con el que habían cambiado nombres a parques y plazas otorgándoles connotaciones literarias. Pero Elveside continuaba siendo la misma ratonera para delincuentes y tramposos.
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