Como resultado de esta aproximación se pudo concluir que los mayores puntajes del icm se concentran en las aglomeraciones urbanas del sistema de ciudades de Colombia y que su distribución es similar a las brechas de desigualdad expuestas por el idh y el pib per Cápita.
Figura 10. Zonas de ejecución, fase I – Programa pot Modernos
Fuente. Adaptado según planos del Documento Conpes 3870. Programa nacional para la formulación y actualización de planes de ordenamiento territorial: pot modernos, Consejo Nacional de Política Económica y Social (Conpes) y Departamento Nacional de Planeación de la República de Colombia (p. 31), https://bit.ly/3lNP6vA
Figura 11. Resultados generales del icm en Colombia
Fuente. Tomado de la presentación “Índice de Ciudades Modernas de Colombia” (diapositiva 29), por Departamento Nacional de Planeación, 2018, https://bit.ly/3lQG0yk
En concordancia, la figura 11 muestra que solo Bogotá, como núcleo urbano, posee un potencial alto para convertirse en una ciudad moderna, mientras que el 62 % de los municipios poseen un potencial medio. Así mismo, se evidenció que las ciudades que hacen parte de las 18 aglomeraciones del sistema poseen ventajas significativas en términos de productividad, competitividad, complementariedad, equidad e inclusión social en comparación a los municipios externos. Estos últimos resultados contrastan con las dimensiones de seguridad y sostenibilidad en los que los municipios de menor categoría obtienen los mejores resultados (figura 12). Como conclusión, se reitera la existencia de brechas de desarrollo entre las ciudades y las regiones del país al tiempo que se ratifica la necesidad de orientar la gestión hacia la concreción de un proyecto territorial que materialice los valores atribuidos al territorio (territorialización-territorialidad) desde las perspectivas del sistema de ciudades, la sostenibilidad y la construcción social, en otras palabras, desde los referenciales que constituyen la inteligencia del territorio.
Figura 12. Resultados por dimensión del icm en Colombia
Fuente. Tomado de la presentación “Índice de Ciudades Modernas de Colombia” (diapositiva 33), por Departamento Nacional de Planeación, 2018, https://bit.ly/3lQG0yk
La construcción social del territorio y el proyecto territorial
Hasta este punto se ha planteado que la gestión sostenible del territorio orienta su abordaje hacia la necesidad de repensar el “progreso” a partir de un profundo conocimiento de su estado actual, de su configuración histórica y de su construcción social, siendo esta la base para la formulación de ejercicios prospectivos que suponen un cambio gradual y direccional hacia la sostenibilidad y que se materializan por medio de la gestión como acción y actividad que permite entender la realidad de un ámbito espacial y proyectar su intervención. Para el caso colombiano, su estudio se basa en el entendimiento de las particularidades del territorio para repensar los referenciales que componen la idea de la sostenibilidad, es decir, la realidad sobre la cual se intervendrá y la manera como se interpretarán los problemas, se orientarán las soluciones y se plantearán los procedimientos y principios centrales de las decisiones y las acciones sobre un ámbito espacial determinado (Müller, 2010). Esto implica que los valores atribuidos al territorio desde las perspectivas del sistema de ciudades, la sostenibilidad y la construcción social, se entiendan como los elementos que no solo estructuran las representaciones y los significados del territorio, sino que también condicionan las acciones sobre el mismo.
La cuestión ahora es que un único ámbito espacial puede acoger diferentes realidades, todas superpuestas, configuradas por los actores que determinan su construcción social y propensas a ser interpretadas a partir de los discursos de identidad y nación que circulan en un contexto espaciotemporal determinado; pero ¿cómo congregar estas visiones en función de las transformaciones o escenarios prospectivos que requiere el territorio y sus comunidades en la búsqueda de la sostenibilidad? Tal vez una primera respuesta pueda darse desde la corriente de los estudios culturales.
Al respecto, valdría la pena recuperar el trabajo de las representaciones de Hall (1997), la teoría de las identidades sociales de Giménez (1997) y los conceptos para pensar lo urbano de Rizo (2005), en aras de llegar a una delimitación de lo que podría representar la construcción social del territorio como concepto y medio para conjugar las diferentes visiones que se tienen de lo que puede definirse como un artefacto cultural: el territorio.
Inicialmente, es de vital importancia comprender las tensiones derivadas de los sistemas que pueden configurar el sentido de una representación social. Esta se define como el conector del lenguaje y la cultura que se intercambia entre los miembros de una comunidad que se apoya en lenguajes, signos e imágenes. Sin embargo, la producción del sentido en una representación social, que requiere del proceso de observar, reconocer, decodificar, dar significado y conceptualizar, puede verse influenciada por el contexto en el que se encuentra la comunidad, por lo que el verdadero sentido de una representación está dado por alguno de los dos sistemas que sus miembros utilizan para su elaboración.
El primero hace referencia a la asociación de conceptos con objetos donde la cultura se convierte en el conjunto de mapas conceptuales que se asume en una sociedad y que, por tanto, un individuo o grupo apropian como una representación reflectiva con un sentido existente. En este caso, la representación del territorio se elabora principalmente a partir del entendimiento de procesos previos más no de la identificación de los actores sociales y la comprensión de las dinámicas que determinan el estado actual mismo. Por otro lado, el segundo sistema aborda la construcción del concepto desde la interpretación del objeto por lo que el sentido de la representación es fijado por los miembros de una comunidad de manera tan fuerte que se convierte en proceso natural. En esta línea, la representación de un territorio resultaría del conceso de los actores que lo habitan y lo transforman según los ideales que determinan su contexto (representación intencional o constructivista); pero, lejos de llegar a verdades absolutas, podría decirse que la concepción del territorio como artefacto cultural, cargado de representaciones sociales, resulta de la relación dialéctica entre estos sistemas de elaboración de sentido; es, por ende, generador de significantes (conceptos) y portador de significados (signos), siendo esto lo que lo constituye como objeto de la construcción social.
Ahora bien, Giménez (1997) define la identidad, individual y colectiva, como una distinguibilidad que depende de la diferenciación, la identificación y el reconocimiento de los sujetos en sí y de su colectividad, mediante el uso de representaciones y atributos categorizadores. Sin embargo, la identidad posee una temporalidad definida y un valor dado por aquellos que la constituyen pues se considera un subjetivo de cultura y un elemento de esta, internalizada a través de representaciones sociales. En este orden de ideas, si el territorio puede reconocerse como atributo diferenciador cargado de significantes propios de una identidad y es susceptible de transformarse según los significados de quienes lo habitan, es posible reconocerlo como elemento fundamental de la identidad individual y colectiva de una nación, así como emblema en la pluralidad de los colectivos.
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