Como resultado, la transformación del territorio desde la perspectiva de la construcción social puede asemejarse a la transculturación de una colectividad, es decir, a un proceso de cambio que no implica la pérdida de identidad sino una recomposición adaptativa ante los retos que imponen los demás agentes que se involucran en el desarrollo de un ámbito espacial delimitado por las representaciones sociales que incluso puede reactivar la identidad por procesos de exaltación.
Finalmente, para Rizo (2005) existe una relación dialéctica entre los conceptos de identidad, representación social y el denominado habitus, la cual permite entender el papel de cada uno en un diálogo conceptual del contexto territorial, sus adaptaciones y la manera como afecta o influye en la interacción social de sus habitantes. En esta discusión, la forma como se elabore la representación del territorio determina lo objetivo y lo subjetivo, el campo y el habitus, siendo lo primero las estructuras sociales objetivas construidas por dinámicas históricas mientras que lo segundo corresponde a las estructuras interiorizadas por los individuos por medio de la percepción, la valoración, el pensamiento y la acción. Esto conlleva a entender que, para Rizo (2005), el territorio socialmente construido responde a la complementariedad entre el campo y el habitus.
Esta afirmación es también el principio generador de las prácticas sociales en el territorio, pues al ser un conjunto de disposiciones espaciales que orientan las valoraciones, percepciones y acciones de los sujetos, se convierte en un conjunto de estructuras estructuradas y estructurantes desde las representaciones sociales. Por tanto, el territorio como campo y habitus es producto mental y construcción simbólica que se crea y recrea en las interacciones sociales, maneras específicas de entender y comunicar la realidad y determinar las relaciones entre sujetos (Rizo, 2005).
En conclusión, los estudios culturales permiten entender que la construcción social del territorio, como concepto y medio, hace referencia a los procesos de apropiación o transformación que un individuo genera sobre un ámbito espacial determinado con base en las representaciones sociales que ha configurado, bien sea desde el sentido asumido como miembro de una colectividad o desde los esquemas de interacción que configuran nuevos conceptos del territorio. Es, por tanto, un producto mental o una construcción simbólica coherente con los discursos de identidad y nación que hacen parte del contexto en el que está inmersa la comunidad que lo habita. Es construcción y deconstrucción, continuidad y transformación, significado y significante, generador y producto, visión y concreción. Es sencillamente el lugar que se habita y el soporte de la gestión sostenible.
Se llega de esta forma al proyecto territorial como producto de la construcción social del territorio y herramienta para la articulación con la gestión sostenible. Para Sabaté (2008), proyectar el territorio representa no solo la aplicación de conceptos, principios y herramientas de investigación o de técnicas de diseño y planificación, sino también es incorporar a los agentes que determinan la transformación del territorio y los referenciales que orientan las formas de superar sus problemas. De igual manera, es el medio para reflexionar acerca de la crisis de una planificación y una gestión incapaces de enfrentar la incertidumbre, la interdependencia y la acelerada transformación del territorio. Paradójicamente, en la actualidad “ha aumentado la capacidad de obtener y manipular información, pero no la de alcanzar un conocimiento suficientemente profundo y elaborado de los sistemas territoriales y de sus componentes” (Sabaté, 2008, p. 10).
En efecto, la base para gestionar acciones concretas sobre el territorio, orientadas por los valores atribuidos desde la política nacional, la sostenibilidad y la construcción social, deben partir de entender que “el territorio ya no es dato previo [estático], sino el resultado de permanentes procesos de transformación, un sistema complejo en continua evolución con cambios difícilmente predecibles” (Sabaté, 2008, p. 10) que exigen el estudio de diversos escenarios de desarrollo, la formulación de hipótesis en continua revisión y la definición de criterios de intervención alineados con los nuevos paradigmas impulsados por las bases de lo que se ha denominado gestión sostenible del territorio: 1) sistema territorial, 2) sostenibilidad y 3) construcción social. Proyectar el territorio en tiempos de incertidumbre (Sabaté, 2008) es entonces lograr definir los ejes de intervención sobre el territorio a partir del análisis multidimensional de las variables que determinan su desarrollo, el abordaje multiescalar, la producción de conocimiento y la creación de escenarios futuros con base en la valoración de sus potencialidades. En suma, la gestión del territorio se convierte en la manera de territorializar las diferentes visiones que se elaboran de él (territorialidad) y que se concretan en un escenario prospectivo de análisis: el proyecto territorial. Sobre esta noción, resultado de la reflexión sobre los retos que tiene Colombia en materia de desarrollo en ese sentido, es que se propone una construcción teórica de la principal categoría de análisis que orienta el presente trabajo: la gestión sostenible del territorio.
A manera de conclusión: La categoría de gestión sostenible del territorio
Como se mencionó anteriormente, la gestión sostenible del territorio busca estudiar las particularidades del territorio colombiano sobre las cuales la gestión deberá repensar los referenciales que componen la idea de la sostenibilidad, es decir, la imagen de la realidad sobre la cual se intervendrá y la manera como se interpretarán los problemas, se orientarán las soluciones y se plantearán los procedimientos y principios centrales de las decisiones y las acciones sobre el territorio mismo (Müller, 2010). Esto implica, por tanto, que los valores atribuidos al territorio desde las perspectivas del sistema de ciudades, la sostenibilidad y la construcción social se entiendan como los elementos que no solo estructuran las representaciones y los significados, sino que también condicionan las acciones sobre el territorio.
Si bien las anteriores líneas se han presentado reiterativamente en el documento, esto corresponde a la importancia que posee esta perspectiva en la fundamentación teórica de la categoría objeto de discusión, la cual se basa en trabajos relacionados con la definición del territorio, su relación con la territorialidad y la territorialización en el marco del sistema socio-territorial y en el análisis cognitivo de las políticas públicas que orientan su transformación. Vale la pena mencionar, además, que, aun cuando estas teorías descansan sobre el ámbito de la planificación urbano-regional, sus avances son importantes para conectar los elementos que determinan la definición de la gestión sostenible del territorio.
Como lo plantea Jolly (2012), hablar de territorio, territorialidad (visión) y territorialización (acción), es abordar un tema sobre el cual no hay consenso. El territorio, por ejemplo, corresponde a una noción utilizada sin ninguna necesidad de definirla por infinidad de investigadores en una gran variedad de situaciones (Monnet, 2010). Sin embargo, fuera de toda aproximación, algunos teóricos llegan al consenso de que el territorio es un construido social, un espacio de poder y de dominio de distintos sectores o un lugar en el cual se desarrolla la acción. Es en esencia, el espacio para “el encuentro de la materia y de la acción, del objeto sobre el cual se actúa y del sujeto que actúa […] el espacio material, área o red, realizado por el ejercicio de una acción humana repetitiva” (Monnet, 2010, p. 93).
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