En este siglo, hay tres figuras importantes: la caridad privada, la asistencia y la seguridad (los seguros). La primera, la caridad privada tiene una dimensión excepcional, se crearon una serie de instituciones religiosas y laicas para dar asistencia a los ancianos menos favorecidos. La segunda, la asistencia que complementa esta caridad privada es evidente por la multiplicación de hospicios y el desarrollo de actividades en instituciones hospitalarias, aunque aún se confundía a los ancianos con los pobres. También aparecieron ayudas de otro tipo, por ejemplo, las oficinas de bienestar en Francia, las cuales ofrecen ayuda a los indigentes mayores de 75 años, distribuyen pan, carne y combustible y, en ocasiones dinero. La tercera, la seguridad preventiva apareció antes de la idea del retiro o jubilación, una seguridad basada en el ahorro y la subvención. El progreso definitivo se dio primero en la Alemania de Bismarck, mediante la ley de 1881 que imponía a los obreros que ganaban menos de 2000 marcos, un seguro obligatorio que les garantizaba una pensión de invalidez, esta se amplió a pensión de vejez en 1889, a partir de los 65 años. Esta iniciativa inspiró a otros países, sin embargo, en un principio había muchas reticencias, pues se confundían las nociones de seguro, asistencia y retiro.
Pero el siglo XIX no escapa a la regla: las percepciones de la vejez también en este tiempo fueron contradictorias. La diferencia es que ya no estaban marcadas por la abstracción, por tanto, no se derivaban de la moral, la filosofía o la religión. Se reconoció la vejez como una etapa de la vida, con un valor específico y diferente a la edad adulta. Pero es en el siglo XX, a partir de los cambios demográficos y de la importancia numérica de los ancianos, que la vejez y el envejecimiento se establecieron en el mundo entero como una realidad.
En América, en los pueblos prehispánicos, como en otras culturas a lo largo de la historia antigua, se relacionaba la ancianidad con la sabiduría. En la cultura azteca, que dominó casi todo el territorio mexicano, los ancianos, si habían servido al Estado como guerreros o funcionarios, recibían alojamiento y alimentos en calidad de retirados, incluso siendo simples macehualtin (campesinos) tomaban lugar en el consejo, respetados por todos, daban consejos, amonestaban y advertían. Entre los mexicanos se encuentra la imagen de un anciano arrugado, barbado, desdentado y encorvado, representación del dios fuego, llamado Huehuetéotl , el dios viejo, era también el dios del tiempo y el patrono de los años solares.
Los mayas, habitantes del Petén al norte de Guatemala y de la península de Yucatán, tuvieron como creador único e invisible al Hunab-ku , anciano arrugado de un solo diente, cuyo nombre significa “el que existe de por sí”. De nuevo son evidentes la vejez y la sabiduría juntas, el hijo de Hunab-ku, Itzamna , dios maya del cielo, de la medicina, la escritura y el calendario, se representa como un anciano desdentado, barbado, de maxilares hundidos y nariz aguileña. Era un dios bondadoso, amigo de los hombres; fue el primero en repartir la tierra y por su mediación sanaban los enfermos y resucitaban los muertos. Los ancianos de la sociedad maya ocupaban un lugar importante y siempre tuvieron un papel destacado en el ritual religioso.
En el antiguo Perú, dentro del sistema socioeconómico de los incas, cada individuo daba un rendimiento de acuerdo con sus condiciones físicas, su categoría social y su edad y aún después de los 80 años los ancianos aportaban al grupo social. Los hombres de más de 50 años, es decir, los viejos, estaban exentos de ir a la guerra, del servicio personal y de salir de su casa y su tierra. Servían como despenseros, lacayos o escuderos. Los mayores de 80 años eran guardianes de casas o hacían sogas o frazadas, servían de porteros de doncellas y vírgenes, eran temidos, honrados y obedecidos, daban consejos y enseñaban. Las ancianas Huaman , a los 80 años se ocupaban de tejer costales y de la crianza de animales y niños, con otras ancianas hacían “mingas” o trabajo comunitario en sementeras y con el producto ayudaban a los niños huérfanos.
La información que se tiene acerca de la avanzada edad alcanzada por los incas no es del todo clara. Existen historias que relatan la existencia de hijos del sol desde los 88 hasta los 200 años, sin embargo, el carácter mítico de los personajes hace que estos datos relativos a la edad deban mirarse con prudencia, lo que sí es evidente, es que la legislación inca acerca de los ancianos no fue dictada para casos excepcionales, sino para circunstancias corrientes de la vida cotidiana, lo cual hace suponer que se alcanzaban edades avanzadas, al igual que en la cultura maya.
Garcilaso de la Vega cuenta en sus crónicas que es a partir de la conquista española que se logra la seguridad los ancianos: se hacía un censo cada cinco años y los ancianos se repartían en grupos de edad, así, de 50 a 78 años estaban los ancianos “que aún caminan bien”, después estaban los ancianos edéntulos y con problemas de audición, después, los ancianos que no hacían más que comer y dormir, y finalmente los otros; todo esto hace suponer una longevidad extraordinaria. En esta sociedad sin escritura, los ancianos conservaron su papel tradicional de archivos vivientes y formaban un consejo informal en cada tribu que guiaba al monarca. Todos los ancianos eran cuidados por la comunidad.
En Colombia, existe información de tres grandes culturas prehispánicas: los muiscas y los quimbayas. Entre los muiscas del altiplano Cundiboyacense, parece que la actitud hacia los ancianos no era tan considerada, pues cuando los padres llegaban a la ancianidad, los hijos los echaban de sus casas. Los ancianos, hombres y mujeres, iban de pueblo en pueblo, convertidos en hechiceros y agoreros. Sin embargo, el dios civilizador, Bochica, quien llegó del oriente para dar a los hombres normas de comportamiento y enseñanzas sobre agricultura y tejidos, era un anciano que vivió más de cien años. Este dios, junto con otros caciques, expresa las ideas de sabiduría, poder y experiencia, unidas a la representación de la vejez.
Los quimbayas, famosos orfebres llamados los maestros del oro, habitaron la región del Eje Cafetero, y se encuentran numerosas crónicas que narran historias de ancianos de edades avanzadas que lucían grandes cantidades de joyas, las figuras de ancianos y los rostros surcados de arrugas aparecen en el material arqueológico de estas tribus, al igual que en las culturas de Tumaco y San Agustín, tienen numerosas representaciones de viejos desdentados o barbados de expresión socarrona y, curiosamente, se encuentran, especialmente en San Agustín, numerosas representaciones de ancianos con imágenes viriles que no se acomodan a la tradicional consideración que asocia la vejez con la decadencia sexual.
8. La vejez en la actualidad
Aunque en las sociedades industriales se acrecienta el desprestigio de la vejez por el descrédito de la experiencia frente a las nuevas tecnologías, al aumentar el número de ancianos su presencia se ha convertido no solo en fenómeno demográfico, sino en asunto político y económico, y es hoy una de las más urgentes preocupaciones en los estamentos gubernamentales. La vejez, hasta ahora asunto esencialmente privado y familiar, se transforma en fenómeno social de envergadura. Con el cambio en la pirámide poblacional, en la sociedad actual el anciano adquiere representatividad social. Sin embargo, el siglo XXI no es ajeno a las paradojas y a las ambigüedades de siglos anteriores, prueba de ello es el vocabulario: adulto mayor, retirado, tercera o cuarta edad, anciano, en todo caso no “viejo”, término actualmente proscrito. Además, algunas denominaciones se elaboran sobre actitudes más o menos optimistas de la vida, por ejemplo, la edad dorada o edad de oro, que sustituyen a otras más pesimistas como el ocaso de la vida. No se puede olvidar que las palabras traducen y construyen procesos sociales. Esta cuestión de la denominación de los ancianos es la expresión de conflictos y de desafíos sociales.
Читать дальше