Las condiciones en las que apareció el psicoanálisis, así como las fuerzas ideológicas implicadas en ellas, penetraron en el campo psicoanalítico, distorsionándolo. No existe un psicoanálisis no ideológico, “puro”, pero sí que puede haber una depuración permanente de sus elaboraciones teóricas, una purificación interminable de sus conceptos clave. La compleja relación dialéctica entre su forma clínica y los aspectos ideológicos de la teoría puede aclararse y trascenderse constantemente en la práctica. Es un proceso continuo, siempre inconcluso, de lucha contra el poder, crítica de la ideología y resistencia contra la psicologización.
Cuatro conceptos clave del psicoanálisis: inconsciente, repetición, pulsión y transferencia, operan como elementos formales radicales de la teoría que nos permiten resistir contra el proceso profundamente ideológico de la psicologización. Estos conceptos tienen un significado particular en la teoría psicoanalítica, pero nuestro objetivo es volverlos aquí significativos para militantes radicales que estén luchando no sólo para cambiarse a sí mismos, sino para cambiar el mundo. El inconsciente, la repetición, la pulsión y la transferencia operan en el mundo y no sólo en el diván del psicoanalista. Debemos considerar estos cuatro conceptos en el espacio de tensión dialéctica entre la clínica como un espacio privado, espacio de trabajo transformador, y el contexto histórico. Los cuatro conceptos deben reconstruirse para ser fundamentalmente históricos por sí mismos, evitando así la trampa de “aplicarlos” a los movimientos de liberación, con lo que dejarían de ser prácticas revolucionarias para convertirse en herramientas de la ideología.
Hay que entender bien que nuestras luchas no requieren ser interpretadas, justificadas, validadas y mucho menos guiadas por conceptos psicoanalíticos. Tampoco nos conviene que estos conceptos operen como un universo de sentido que limite y cierre el horizonte de libertad por el que luchamos. Nuestros movimientos de liberación deben mantener su camino abierto e ir decidiendo su dirección y su alcance a medida que avanzan y que expanden lo que pueden concebir y realizar. No deben orientarse por el psicoanálisis como por una referencia fija e inmutable, sino servirse de él como de un medio entre otros y transformarlo como transforman todo lo demás en su enfrentamiento contra las condiciones en que vivimos.
Nos enfrentamos a las condiciones modernas particulares de la cultura, del capitalismo imbricado con el colonialismo y con diversas formas de racismo, sexismo y patologización de las personas que no quieren o no pueden adaptarse al mundo como ciudadanos productivos sanos y de buen comportamiento. El psicoanálisis puede proporcionar valiosa información acerca de la estructura subyacente a la subjetividad en esta cultura global y sobre diferencias que suscitan conflictos entre los pueblos del mundo. Sin embargo, su mayor contribución estriba en la clínica, en la que se basan los cuatro conceptos clave de inconsciente, repetición, pulsión y transferencia que discutimos con más detalle en los siguientes capítulos de este manifiesto.
Es en la clínica donde descubrimos qué hay más allá de nosotros, cómo repetimos relaciones autodestructivas, por qué nos vemos impulsados a hacerlo y cómo opera el fenómeno de la transferencia como una extraña relación con el psicoanalista. Nuestros descubrimientos en la clínica psicoanalítica no suceden fuera del universo cultural dominante. Es lógico entonces que retroalimenten la cultura, para bien o para mal, por lo que también tenemos algo que decir sobre los peligros de “aplicar” el psicoanálisis fuera de la clínica como una inevitable perversión académica de su práctica.
Más allá de sus cuestionables aplicaciones, el psicoanálisis puede recrearse como herramienta de un trabajo radical sobre la subjetividad, un trabajo necesario para subvertir con éxito las condiciones existentes. Esta herramienta, entendida dialécticamente, resulta de las elaboraciones teóricas de Freud y sus seguidores, quienes nos permitieron utilizarla para el trabajo radical en la clínica y los movimientos de liberación. Lo que la herramienta produce es parte de un proceso creativo que nos permite hacer más. Nuestro nombre para lo que hace posible es el de “subjetividad revolucionaria”, el de “sujeto revolucionario”.
En la clínica lo mismo que en la política, el sujeto revolucionario aparece y desaparece, nace, se forja en la lucha y se desvanece nuevamente cuando su trabajo ha terminado. Todo esto no habrá de transformarnos en heroicos individuos revolucionarios, activistas carismáticos o dirigentes curtidos por la batalla. Lo que nos interesa no es la formación de líderes o personalidades, sino la creación de un proceso colectivo de cambio que anticipe el tipo de mundo que deseamos construir.
El propósito no es convertirnos en psicoanalistas ni mucho menos. Lejos de ello, el resultado final al que siempre aspira el psicoanálisis es que el sujeto humano se deshaga de la escalera que ha utilizado para llegar a cada nuevo lugar. La perspectiva psicoanalítica no debería cerrar nuestro horizonte. Es una oportunidad, no una trampa. A medida que ponemos fin al mundo que genera tanta miseria, también anticipamos el fin del psicoanálisis, del psicoanálisis como un enfoque revolucionario que funciona simultáneamente como una herramienta y como un producto de ese proceso histórico.
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