Sí, vivimos hoy bajo el capitalismo globalizado, bajo el brutal sistema capitalista neoliberal, pero para entender cómo funciona este sistema necesitamos algo más que un simple nombre para el problema. Como nos lo enseña el psicoanálisis —aunque no sólo el psicoanálisis—, no tiene sentido hablar sobre la vida en el capitalismo, en la sociedad de clases específicamente capitalista, sin referirnos también al sexismo, al racismo y a las múltiples formas de opresión que incapacitan a las personas. El psicoanálisis radical ya es “interseccional”, abordando el profundo vínculo subjetivo entre diferentes formas de opresión combatidas por los diversos movimientos de liberación.
Liberarnos de las experiencias opresivas de clase, raza y sexo requiere que las combatamos también “dentro” de nosotros mismos. Aquí, en la esfera subjetiva, lo oprimido aparece no sólo como lo afectado, sino como lo resignado o adaptado a la opresión. Esta adaptación, que sostiene y perpetúa lo que nos oprime, es a menudo vista como “salud mental” por los psiquiatras y los psicólogos.
Estrechamente vinculada con un modelo médico psiquiátrico de enfermedad, la psicología se ha desarrollado en todo el mundo como una herramienta psicoterapéutica útil para adaptar a las personas a la realidad en lugar de permitirles cambiarla. El dispositivo psicológico-psicoterapéutico recoge la mayor parte del bagaje ideológico histórico de la psiquiatría médica y pretende humanizarlo, centrándose en manifestaciones sintomáticas mensurables, observables en la conducta de las personas, en lugar de síntomas de sufrimientos psíquicos invisibles. Este desplazamiento desde la enfermedad hasta la conducta no es un gran paso adelante. La insignificancia del avance puede apreciarse cuando se le juzga desde una perspectiva psicoanalítica en la que no todo se reduce a lo que puede observarse y aliviarse.
El psicoanálisis ha conseguido romper con la psiquiatría. Pero la herencia médica psiquiátrica aún está presente dentro de la psicología, incluso cuando los psicólogos se presentan como amigables, como progresistas y como “psicoterapeutas”. De cualquier modo, aquí debemos tener claro que existen importantes diferencias teóricas, así como disputas de estatus profesional, entre los psiquiatras con formación médica, los psicólogos que tienen sus propios modelos de comportamiento y pensamiento, y los psicoterapeutas que mezclan y combinan cualesquiera perspectivas que parezcan funcionar para aliviar la angustia y hacer que la gente regrese al mundo.
Por el momento, son los psicólogos los que están en el centro del escenario con sus afirmaciones de efectividad científica. Se consideran a sí mismos los más eficaces y comparan su eficacia con la que atribuyen a la psiquiatría, la psicoterapia y la práctica psicoanalítica. Sería más fácil para nuestro propósito, el de la defensa del valor del psicoanálisis, si la psicología no funcionara. El problema es precisamente que funciona. La psicología funciona porque encaja muy bien en las relaciones sociales de opresión y explotación.
Digamos que funciona muy bien para adaptar a las personas de tal modo que mantengan este mundo funcionando sin problemas. La misma psicología funciona sin problemas hasta que aparecen los síntomas que luego ella misma intenta calmar a través de sus habilidades supuestamente psicoterapéuticas.
La difusión de la psicología en todo el mundo y en la vida cotidiana está provocando una reducción, contracción y simplificación de la experiencia, de la forma en que sentimos, pensamos y hablamos acerca de nosotros mismos. Nuestro comportamiento se parece cada vez más al de las pobres caricaturas psicológicas de la existencia humana que nos rodean por todos lados. Estas caricaturas se difunden por medios como el cine y la televisión, las revistas y los periódicos, los bestsellers y los manuales de autoayuda, la psicoterapia, la reeducación emocional, el coaching en las empresas, las opiniones de los expertos, las redes sociales y hasta las iglesias pentecostales.
Todo el entorno cultural está saturado con simplistas representaciones psicológicas altamente funcionales para el sistema capitalista. Ciertamente nos reconocemos en ellas, pero no porque sean tan fieles que nos reflejen tal como somos. Lo que ocurre es que son tan poderosas que nos hacen reflejarlas, corresponder a ellas, actuarlas y vivirlas en nuestras miserables condiciones de vida.
La psicología tiene tanto éxito que logra desplegarse y confirmarse a través de nosotros. A veces nuestra existencia parece incluso materializar conceptos de las grandes corrientes psicológicas, entre ellas la conductista, la humanista, la cognitiva e incluso la psicoanalítica. Los consumidores, por ejemplo, han aprendido a responder a estímulos publicitarios, identificarse con la naturaleza humana que se les vende, procesar la información requerida para comprar y entregarse a las pulsiones ocultas que los empujan al consumismo.
Incluso hay versiones psicoanalíticas exitosas de la psicología, como las hay también de la psiquiatría. Debemos cuidarnos de estas imposturas, que son capitulaciones ante la “normalidad” y distorsiones ideológicas de lo que debería ser un enfoque radical y liberador. El psicoanálisis no puede volverse psiquiatría o psicología sin dejar de ser lo que es, perder su utilidad para los movimientos de liberación e incluso volverse perjudicial para ellos, no sólo despolitizando al psicologizar o psiquiatrizar, sino contribuyendo a adaptar y sojuzgar en lugar de liberar.
Es posible adulterar y degradar el psicoanálisis al hacerlo funcionar como la psicología y ayudar a los sujetos a ser lo que deben ser para insertarse de la mejor manera en el capitalismo. Sin embargo, si queremos preservar el psicoanálisis como lo que es y puede ser, necesitamos deslindarlo de este proceso y mostrar cómo puede permitirnos resistir contra él. El propio psicoanálisis, debido a la historia de adaptación a la que ha estado sujeto, se ha implicado por sí mismo con la ideología, pero se rebela. Es como si el psicoanálisis fuera él mismo un síntoma de opresión que ahora puede ser hablado, y en el proceso de hablarlo bien, podemos liberarlo y liberarnos a sí mismos.
El psicoanálisis está desgarrado por el conflicto. Habla de conflicto al dar cuenta de nuestra naturaleza humana construida históricamente. Ha surgido en un momento histórico preciso, reflejando las necesidades, inclinaciones y aspiraciones contradictorias de un sujeto humano que lleva en su interior las contradicciones de nuestro mundo. Es también por esto que podemos hablar del psicoanálisis como de un síntoma.
El enfoque psicoanalítico no sólo se ocupa de manifestaciones sintomáticas del sufrimiento del sujeto, sino que él mismo es un síntoma. Él mismo es tan contradictorio como lo que aborda. Es por esto por lo que, al mismo tiempo que pedimos al psicoanálisis que trate la naturaleza contradictoria de la vida bajo el capitalismo, que atienda los síntomas que surgen hoy en la sociedad, también le exigimos que sea una “psicología crítica” reflexiva capaz de examinarse a sí misma. Debemos analizar qué hace que el psicoanálisis se adapte a la sociedad y qué le permite resistir y convertirse en algo subversivo y liberador.
Conflicto
Lo que ocurre con el psicoanálisis es lo mismo que sucede con la subjetividad que lleva un síntoma en sí misma. Los sujetos están desgarrados por conflictos. Se encuentran habitualmente aprisionados en relaciones opresivas dañinas, atrapados por un patrón de experiencia particular, biográficamente distinto en cada caso. Esto es lo que viene a definir quiénes son, lo que los hace reconocibles como la misma persona para ellos mismos, para su familia y sus amigos.
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