Si debemos rechazar el psicoanálisis adaptativo, es porque se ha convertido en algo conservador, algo que ha renunciado a su potencial transformador. Que no hace posible transformar, sino sólo adaptarse y así aceptar y perpetuar la realidad tal como es, por más opresiva, explotadora y alienante que sea. Por ejemplo, aunque el capitalismo sea injusto e intolerable, nos adaptamos a él como si fuera nuestro ambiente natural, como si no fuera histórico y, por ende, superable.
El problema del psicoanálisis adaptativo no es tan sólo que naturalice lo histórico, sino que nos haga ver el mundo como un “ambiente” externo separado de cada uno de nosotros. Esto impide reconocer que formamos parte del mundo, que estamos en él, que somos él y que por eso podemos transformarlo al transformarnos, pero también transformarnos al transformarlo. Por lo mismo, al concebir el mundo como un ambiente, nos ocultamos despreocupadamente de su constitución como una trama o estructura ecológica en la que todos somos responsables unos de otros, lo mismo puede experimentarse en un psicoanálisis no-adaptativo que a través de formas emancipatorias de acción colectiva. Tanto al analizarnos como al actuar colectivamente sentimos que el mundo y sus habitantes constituyen lo más íntimo de nosotros y no un simple “ambiente”.
Todo movimiento de liberación aprende en algún momento que hay una diferencia crucial entre “ambiente” y “ecología”. Esta diferencia se torna explícita en la comprensión ecosocialista de nuestro mundo. Hablar del “ambiente” es hablar del mundo como algo separado, aparte de nosotros, que luego aprendemos a ajustar o dominar, mientras que la “ecología” se refiere a la interconexión íntima entre nosotros y el mundo. Nuestras vidas están unidas en redes de solidaridad y conciencia política de una manera tan ecológica, tan estrecha y compenetrada, que sentimos el dolor de los demás en su lucha y sabemos que sólo empeoraremos este mundo al intentar dominar y explotar a los demás, ya sean humanos u otros seres sintientes. Esta conciencia ecológica de nuestro vínculo con los demás está en el corazón del psicoanálisis.
Tal como son concebidos por el psicoanálisis, los individuos no están verdaderamente solos, aislados y separados unos de otros. Nosotros formamos parte de las vidas de los demás y nuestras acciones y palabras pueden tener consecuencias fatales para ellos. De algún modo, sabemos que somos tan responsables de ellos como lo somos de nosotros. Nuestros vínculos no son únicamente “exteriores”. Los otros no sólo están “afuera”, alrededor de nosotros, sino también “adentro”, en cada uno de nosotros, en lo que pensamos, decimos y hacemos. En nuestros gestos hay rastros de los otros, así como en nuestras palabras e ideas hay también ecos de otras voces. Las relaciones pasadas con los demás no sólo reaparecen en las relaciones presentes, sino que se anudan en cada uno de nosotros y nos hacen ser como somos. La constitución del individuo es social y cultural, pero también histórica, lo que hace que se transforme incesantemente.
Así como las condiciones de opresión, explotación y alienación en que vivimos han sido históricamente producidas, lo que abre la posibilidad histórica de superarlas, así también las formas alienadas particulares de nuestra psicología son productos de la historia y por ende pueden ser dejadas atrás. Esto es así a pesar de la mayoría de los psiquiatras, psicólogos y psicoterapeutas, que afirman que trabajan con las propiedades esenciales e inmutables de la vida mental. En realidad, su trabajo se dirige a factores extremadamente variables determinados por la cultura, por el momento histórico, por las relaciones sociales, por los ideales de cierta sociedad y por la biografía única de cada sujeto.
Los psicoanalistas conservadores, junto con la mayoría de los profesionales de salud mental, se representan la existencia humana como algo estático, negando su carácter histórico y su constante cambio. Esto resulta especialmente forzado y reaccionario en la sociedad actual, donde todo se transforma de forma incesante y vertiginosa, donde es como si todo lo sólido se desvaneciera en el aire. Nosotros mismos nos vemos obligados a ser flexibles y aprendemos a existir a cada momento de manera diferente, pero los profesionales “psi” fijan nuestra existencia en su lugar, como si fuera un objeto, mientras la estudian o la tratan, anulando así lo más radical y transformador que caracteriza nuestra naturaleza humana.
La imagen de nuestra naturaleza que nos devuelven las profesiones “psi” es la de una máquina complicada o la de aquel animal bruto, aquel puro mecanismo instintivo, que sólo existió en la imaginación de los seres humanos para que se sintieran superiores al compararse con él. ¿Quién habría previsto que estos mismos seres humanos terminaran confundiéndose con su degradante representación de la animalidad? Es como si la vieja degradación del animal en contraste con el ser humano hubiera servido para preparar la actual degradación del ser humano en la psicología y en otras profesiones psi, como el psicoanálisis conservador.
El psicoanálisis radical, por el contrario, nos enseña que está en la condición misma de los seres humanos reflexionar sobre sus condiciones sociales y tratar continuamente de transformarlas y transformarse. Intentamos cambiar, pero fallamos, y el psicoanálisis radical, junto con la práctica política radical, puede llegar a mostrarnos por qué fallamos y cómo estamos atrapados en los ideales dominantes de la sociedad y en la biografía única de cada uno de nosotros. Desde luego que no podemos hacer desaparecer ni las condiciones que nos hacen quienes somos ni los obstáculos internos que nos atan a nuestra opresión, que nos incitan incluso a desearla al mismo tiempo que la resentimos y tratamos de escapar de ella. Quizás ni siquiera podamos liberarnos enteramente de nuestro deseo de la opresión, pero podemos conocerlo, discernirlo cuando interviene al bloquearnos o al hacernos claudicar, y este conocimiento puede ser el primer paso hacia nuestra liberación.
Desear la opresión es algo muy peculiar y una de las más dolorosas paradojas de la subjetividad. Lo más fácil es pretender que no existe esta paradoja, pero tarde o temprano tropezaremos con ella y el tropiezo puede comprometer nuestra lucha por la liberación. Quizás al final, respondiendo a nuestro deseo, terminemos creando nuevas formas de opresión para sustituir aquellas de las que nos hayamos liberado. Para evitar esto, debemos tomar en serio lo que nos hace regresar al punto de partida, lo que nos detiene y arrastra hacia atrás cuando queremos ir adelante. Debemos tomar en serio todo esto, no para culpar a la víctima, sino para comprender la naturaleza contradictoria de cada uno de nosotros como seres humanos en este mundo miserable.
Historia
El enfoque psicoanalítico, al igual que el marxismo y otras aproximaciones teóricas al poder y a la emancipación, apareció en un período histórico específico a fin de concebir, entender y resolver una serie de problemas históricamente constituidos. Fuera del contexto histórico de los últimos dos siglos, el psicoanálisis no tendría todo el sentido que tiene para nosotros. Lo mismo sucedería con el marxismo si lo lleváramos a otra época.
Es difícil imaginar qué habrían hecho esclavos insurrectos en la antigua Roma, por ejemplo, con los análisis marxistas de la “plusvalía”, de lo que el capitalista sustrae al trabajador, o con los intentos de construir partidos revolucionarios y asociaciones internacionales. El moderno proletariado industrial no existía en la época de Espartaco. Liberarse de la esclavitud no era lo mismo que liberarse de la explotación del trabajo asalariado. Es por esto por lo que el marxismo sólo empezó a ser útil cuando el capitalismo se impuso en el mundo como el modo dominante de producción. De igual modo, se necesitó el desarrollo de los estados coloniales y del imperialismo para que hubiera necesidad de movimientos de liberación anticolonial y antiimperialista. Cada movimiento político surgió para combatir condiciones particulares de explotación u opresión.
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