Lo distintivo de cada uno es algo inconsciente en lo que uno está atrapado, algo resistente y repetitivo, así como contradictorio, conflictivo. Hay un conflicto interno que se concreta en el síntoma propio de cada persona. Este síntoma puede paralizar a la persona e impedirle transformarse y modificar las relaciones que la oprimen y la dañan. El cambio a menudo ocurre cuando sucede algo dramático o traumático, algo que rompe con los patrones mantenidos inconscientemente, como puede ser un cambio social por el que se posibilita un cambio individual.
El proceso de cambio y la cristalización del conflicto en el síntoma pueden entenderse dialécticamente. El conflicto es lo que nos atrapa, lo que nos inmoviliza, pero es al mismo tiempo lo que nos hace movernos para solucionarlo y liberarnos de él. Nuestro movimiento es tan impulsado como estorbado por el conflicto. Esto nos hace movernos poco a poco, avanzar y tropezar, cambiando sin cambiar casi nada, pero los pequeños cambios de pronto producen una transformación.
Los cambios cuantitativos acumulados preparan una mutación cualitativa. Esto sucede en el nivel político cuando una lucha colectiva sostenida conduce finalmente, después de años de esfuerzo, a nuevas posibilidades y a la aparición de nuevas formas de subjetividad. Lo mismo ocurre en la clínica cuando el síntoma se manifiesta como un conflicto abierto y exige una decisión sobre cómo seguir con la vida. Como se comprueba en este caso, el síntoma es un obstáculo, pero también, dialécticamente entendido, es una oportunidad.
El síntoma es una oportunidad para cambiar y no sólo para conocerse. Es por esto por lo que no debe eliminarse, como lo hacen habitualmente psicólogos y psiquiatras, que así pueden asegurarse de que nada se descubra y todo siga igual. Para descubrirse y transformarse, hay que escuchar al síntoma con la mayor atención, como se hace en el psicoanálisis.
Las personas acuden al psicoanalista no porque tengan síntomas, ya que todos los tienen en esta sociedad enferma, sino porque se vuelven insoportables, porque hay un inminente desplazamiento de la miseria cuantitativa a alguna forma de cambio cualitativo. Una de las tareas del psicoanálisis clínico es orientar el tratamiento de tal manera que este cambio cualitativo se haga posible para el sujeto, que se le presente bajo la forma de una oportunidad para la reflexión y para la elección decidida sobre cómo vivir la propia vida, en lugar de tambalearse al borde del colapso y de la desesperación. El psicoanálisis le ayuda al sujeto a no ser ni sobrepasado ni vencido por lo que se manifiesta en el síntoma, a sobreponerse a él, lo que sólo es posible al escucharlo y actuar en consecuencia. El síntoma es de naturaleza dialéctica, y el psicoanálisis es un enfoque dialéctico que ayuda al sujeto individual a tomar un nuevo rumbo, hacia la adaptación o la liberación.
Para ser liberador, el psicoanálisis debe ser liberado. Tiene que liberarse de lo que no es ni está destinado a ser. Debe depurarse del sedimento de mistificaciones, prejuicios, valores, dogmas, estereotipos e ilusiones que se le han inyectado y depositado, neutralizando su potencial progresista y convirtiéndolo en un enfoque instrumentalmente útil para el capitalismo, para el colonialismo y para las relaciones de género opresivas.
El enfoque psicoanalítico ha sido instrumentalizado en los sucesivos contextos a los que ha intentado adaptarse. Estos contextos han empapado el psicoanálisis con sus normas, creencias, prejuicios y valores, exigiéndole moderar sus reivindicaciones radicales y hacer concesiones. Así, a lo largo de su historia, el psicoanálisis ha ido perdiendo su radicalidad al verse inoculado con todo tipo de contenido ideológico reaccionario. Tal contenido, que incluye venenosas nociones de una supuesta diferencia esencial entre la sexualidad masculina y la femenina, está incorporado en el cuerpo del psicoanálisis como una forma de práctica, una práctica del habla. Esto es grave porque el psicoanálisis es una “cura por la palabra” que nos muestra cómo lo que decimos está conectado con lo que hacemos.
Los conflictos y las contradicciones de nuestra sociedad de clases resultan indisociables de nuestras palabras, pero también de nuestra vida sexual, la cual, al igual que nuestras palabras, se encuentra en el centro del psicoanálisis. Intentaremos explicar en las siguientes páginas por qué es así. Trataremos de elucidar también cómo es que el psicoanálisis se centró en la sexualidad que ya era vista como el núcleo de nuestras vidas.
Hablamos de sexo, y es por esto por lo que el psicoanálisis es tan conocido, pero ¿por qué? Si la familia nuclear se experimentó como el corazón de un mundo sin corazón cuando se desarrolló el capitalismo, la sexualidad se vivió como la parte más íntima y secreta de nosotros. Sin embargo, la vida sexual no sólo fue “reprimida”, escondida como algo vergonzoso y rechazada como algo malo, sino que fue incitada, exigida. Fue así convertida en una obsesión, así como en nuestro punto más débil, en una herida abierta, constantemente irritada, que sirve para dominarnos en una lógica heteropatriarcal.
El patriarcado es siempre heteropatriarcado. Es siempre heteronormativo, es decir, hace que la heterosexualidad sea obligatoria como base del contrato social de nuestro mundo globalizado. El patriarcado impone el poder de los hombres sobre las mujeres, pero también de los hombres mayores sobre los jóvenes, y además excluye o apenas tolera las diferentes formas de sexualidad. Éste es el caso incluso cuando el capitalismo patriarcal utiliza una versión distorsionada del discurso feminista contra la izquierda o cuando convierte las diversas preferencias sexuales en un nicho de mercado.
Así como el capitalismo patriarcal puede instrumentalizar el feminismo y la diversidad sexual, absorbiendo y distorsionando estas posiciones radicales y poniéndolas en contra de nosotros, así también puede convertir al psicoanálisis en su instrumento para normalizar y explotar nuestra vida sexual. Nuestra sexualidad, por lo tanto, corre el riesgo de ser afectada por el discurso patriarcal no sólo en el entorno cultural, sino en el escenario psicoanalítico. Podemos ahora purgar el psicoanálisis de ese veneno ideológico, permitiéndole hablar por nosotros y no en nuestra contra ni en lugar de nosotros.
A diferencia de la psicología, la psiquiatría y la mayor parte de formas de psicoterapia, el psicoanálisis es una profesión “psi” con una diferencia. Puede escucharnos y no está condenado a hablar en lugar de nosotros. Por lo tanto, lejos de pretender arreglar las cosas por nosotros, el psicoanálisis trata el síntoma de nuestro malestar como un mensaje nuestro sobre nuestra miserable condición y sobre la necesidad de un cambio. El psicoanálisis tiene así el potencial de ser un aliado invaluable de los movimientos de liberación. Es, en sí mismo, una teoría y una práctica dialécticas de la liberación.
Liberación en la clínica y la cultura
Es verdad que los poderosos consiguieron apropiarse del psicoanálisis, pero esto no quiere decir que debamos dejarlo ir, dejarlo en sus manos, y considerarlo parte de ellos. Debemos reapropiarnos el psicoanálisis. Para esto, necesitamos comprender la relación dialéctica entre su trabajo clínico y su contexto histórico en constante cambio. Las condiciones históricas que vieron nacer el psicoanálisis, la alienación bajo el capitalismo, la explotación de la vida y la naturaleza opresiva de la familia nuclear de Europa occidental, fueron precisamente las condiciones que el psicoanálisis pretendía comprender y combatir. Fue en estas condiciones que la sexualidad se vivió como traumática porque fue reprimida y al mismo tiempo, incesantemente invocada y excitada.
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