Es importante tener en cuenta que el trabajo de Crépon podría ser dividido en tres ejes: a) “la democracia y la cultura del miedo”; b) “la democracia y la hospitalidad” y c) “el vínculo entre política, violencia y lenguaje”. De hecho, en “Sobrevivir a la pérdida del mundo” Crépon lee los diarios de Anders trabajando esos tres ejes: i) el exilio tensiona la capacidad hospitalaria de las democracias, ii) el exiliado sufre la cultura del miedo en la forma de la xenofobia,
iii) el exiliado vive la experiencia de la palabra como una instancia de radical impotencia ahí donde sea que llegue. Ahora bien, aquí el ‘exiliado’ no es sólo un sujeto empírico, sino que al mismo tiempo una figura que expresa tal vez la impronta fundamental de la condición humana contemporánea. Por decirlo de algún modo, en la época del nihilismo, especialmente tras los significativos acontecimientos consignados con los nombres de ‘Auschwitz’ y ‘Hiroshima’, hoy por hoy, nada ni nadie se habrá podido sustraer a la condición de lo que Nietzsche llamó en su momento la Heimatlosigkeit y que Crépon desarrolla aquí como la ‘pérdida del mundo’.
La inmigración, por ejemplo, singulariza el exilio fundamental de la condición humana. Al intentar cobrar sentido en la palabra, la tormentosa experiencia de la inmigración produce subjetividad. Y el origen de esta subjetividad generará una serie de consecuencias en el decurso de la existencia que es necesario sopesar. El inmigrante torna explícito un hecho fundamental de la génesis de la subjetividad: que en el acceso a la palabra hay que pagar un alto precio; esto es, padecer la violencia, la coacción y la fuerza del lenguaje nacional. Sin embargo, Crépon señala la necesidad de instigar la liberación de la experiencia de la palabra de ese constreñimiento violento, remarcando, mediante una operación de desligazón en lo otrora enlazado, la heterogeneidedad irreductible entre violencia y lenguaje. Lo que, en nuetra interpretación, se traduce en el efecto de perforación de las murallas que circundan los mecanismos de defensa de la soberanía democrática. Perforando como un parásito estos mecanismos de defensa, mediante la liberación del poder disruptor de la responsabilidad, la justicia y la hospitalidad en la juntura misma de la violencia y el lenguaje. Y ese parasitismo explosivo en la trama de la soberanía democrática, como trabajo no-violento de justicia, hospitalidad y responsabilidad, señalaría lo que Crépon deja expresar mediante el concepto de ‘contra-palabra’:
Estoy convencido de que otra democracia supone la invención de una contra-palabra. Hoy en día es tan difícil expresarse sobre la cuestión del extranjero, sobre la cuestión de la acogida a los refugiados, y tenemos necesidad de inventar una contra-palabra, por ejemplo, en torno a la cuestión de la inmigración. (Gónzalez y Agüero 2016, 228)
Para Crépon, la democracia representaría ya no solo un régimen político, sino además la oportunidad de una ética cuyo imperativo habrá sido inventar la contrapalabra, frente a cada circunstancia en que la acogida del inmigrante fracasa por la violencia que excluye al otro del lenguaje. Cercano en esto a cierto Lévinas, la contra-palabra no sería así una violencia menor en contra de la violencia peor, sino lo que en el lenguaje es contrario a la violencia. Ella obligaría a verbalizar la acogida del otro . Ella obligaría como un mandato que viene de la necesidad de justicia y hospitalidad. La contra-palabra, cuya razón de ser radica en suspender el anudamiento de la violencia y el lenguaje, se liga así al porvenir de la democracia.
Como había señalado, el motivo de “Sobrevivir a la pérdida del mundo” tiene que ver con la reflexión que Crépon lleva a cabo en torno a la experiencia del exilio como eje central de la condición humana a partir de los diarios de Günther Anders (1902-1992), publicado en francés bajo el título Journaux de l’exil et du retour (2012). Y así comienza Crépon:
La condición humana es el exilio perpetuo de todos los posibles, del que la vida organiza la borradura misma. Ella hace de cada uno el sobreviviente de lo que habría podido ser y realizar, de todas las trayectorias que no habrá recorrido, de todas las formas de vida que no habrá compartido. (“Sobrevivir a la pérdida del mundo”, en este volumen)
El exilio, entonces, como ‘pérdida del mundo’ que marca la impronta de la condición humana en general, que posiciona la humanidad bajo la signatura espectral del ‘sobreviviente’, es decir, que determina la subjetividad contemporánea de cada uno como imposibilidad de recuperar el mundo ya perdido . Particularmente, Anders, autor de los Journaux y de otras obras como La obsolescencia del hombre, El piloto de Hiroshima o Nosotros, los hijos de Eichmann, describe en primerísima persona una experiencia inaugural de la subjetividad contemporánea. De modo que tengamos presente cuestiones de índole biográfica como su origen judeo-polaco, la formación filosófica en la Alemania de Husserl y Arendt, que es también la Alemania de Hitler y Heidegger, la persecución antisemita y su posterior huida a Francia y Estados Unidos en los años treinta, el retorno a Europa en los cincuenta, la visita a Auschwitz en la posguerra. El migrante, el refugiado y la experiencia del exilio se escriben en los Journaux en primerísima primera persona, donde se relata lo que significó para Anders abandonar su comunidad de origen, que de pronto fue exterminada, arrasada, para luego llegar a lugares que nunca vuelven a significar una verdadera comunidad.
Dice Crépon que “el exiliado no está en condiciones de reconocer como suyo el mundo donde ha llegado, ni tampoco este mundo lo reconoce como perteneciente ni le ofrece los signos que podrían permitírselo” (“Sobrevivir a la pérdida del mundo”, en este volumen). Nos gustaría subrayar cómo el ensayo introduce el motivo del ‘tartamudeo’ para explicar la violencia de esta doble impotencia. Nos permitimos citar aquí un fragmento de los Journaux de G. Anders que a su vez Crépon cita en su “Sobrevivir a la pérdida del mundo”
Aquel que tartamudea es, en adelante, clasificado en un rango de lenguaje inferior por su entorno, el que no tiene el tiempo de buscar las razones de ello ni de tomarlas en cuenta. Este proceso, de hecho, no es solamente doloroso, tampoco únicamente humillante; él está realmente cargado de consecuencias funestas […] Desde el instante en que hemos sido salvados, haciéndonos exiliar, corremos el riesgo de caer en un nivel de lengua inferior y de volvernos tartamudos. (“Sobrevivir a la pérdida del mundo”, en este volumen)
El tartamudeo que constriñe a migrantes y refugiados condiciona el peso con el que cae sobre ellos el rigor de la violencia excluyente del lenguaje nacional, sea cual sea el lenguaje nacional en cuestión. No está demás recordar aquí y ahora la reacción del Gobierno de Chile con la comunidad haitiana a través de la implementación del Plan de Retorno Voluntario (2018). Situaciones de semejante injusticia activan la necesidad imperativa de la contra-palabra como arte de extender las fronteras de la hospitalidad y la justicia. La lectura que Crépon hace de los Journaux de Anders nos muestran indicios del potencial político de ligar el deseo autobiográfico a la institución de la literatura, especialmente cuando el sujeto de la confesión secular es vulnerable a los violentos mecanismos de defensa de un demos alérgico a la alteridad.
XI
La escena de familia habrá extraviado la trayectoria original del deseo autobiográfico. Este, volviéndose inhóspito al abrigo de lo doméstico, se expone a la alteración de sí; el autos deviene hete-ro- gráfico y el bios deviene tanato- gráfico. Por su irremediable finitud, la escena de familia obliga al deseo autobiográfico a disimularse en lo póstumo y testamentario. Nace así la necesidad de instituirse un poco más acá o un poco más allá de la ficción. La familia, por supuesto, no saldrá indemne; en algunos casos se le hará pagar el costo de la literatura. Ha sido el caso, por ejemplo, de Mi lucha de Knausgård . Más allá del principio de placer también es uno de esos textos donde una escena de familia entra en crisis al inscribir el deseo autobiográfico en el dilema mismo de la sucesión hereditaria. En dicha escena leída por Derrida, se exponía la especulación freudiana a una alteración de sí, a un más allá del PP ( pépe , el abuelo), desconstruyéndose a sí misma en la mímesis usurpadora de un fort:da infantil, a saber, en la repetición del juego del nieto de Freud, el pequeño Ernest, que retornaba en La tarjeta postal como restancia, exapropiación y atesis . En dicha interpretación de Freud, particularmente en la sección titulada como “Spéculer sur Freud ”, Derrida se refería al efecto que producía este devenir atético de la escritura tética como auto-hetero-bio-tanato-grafía. Pues bien, autoheterobiotanatográfica es la escena sobre la que se inscribe la “Carta al Padre” de Franz Kafka, texto que Avital Ronell comenta minuciosamente en “El buen perdedor. Kafka envía una carta al Padre”, traducido por Eva Monardes. Se trata de un texto cuyo decurso transcurre esencialmente en el ir y venir de una escena postal.
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