David Montesinos - Las razones del altermundismo

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En el presente ensayo, David Montesinos analiza la importancia de las obras de Naomi Klein (Canadá, 1970) sobre la deriva del capitalismo contemporáneo. Desde la publicación de
No logo (2000) y
La doctrina del shock (2007), Naomi Klein criticó las prácticas más opresivas del capitalismo y sus dolorosas consecuencias sobre millones de personas. Hoy sabemos que la destrucción acelerada del medio ambiente forma parte de la misma lógica de expansión destructiva, de ahí el apoyo de Klein hacia un Green New Deal. Con la pandemia de la COVID-19, se ha manifestado la trascendencia de la doctrina del shock, cuyos elementos esenciales cobran vigencia con el confinamiento y el bloqueo de la actividad productiva en todo el mundo. El autor, a partir de la relectura detallada de todos los ensayos de Klein hasta la fecha, responde a los detractores que desacreditan, mediante tópicos y fórmulas simplistas, las propuestas de la periodista canadiense. Este libro refleja la importancia actual de los cuestionamientos de Naomi Klein que nos permiten entender qué está pasando y qué nos depara el futuro inmediato. Llega el momento de decidir si queremos más populismo del odio, más racismo, más cambio climático, más capitalismo oligárquico y menos derechos ciudadanos, o entender que esta crisis y la anterior son el producto de un modelo de vida insostenible y un sistema productivo depredador, destinado a mercantilizarlo absolutamente todo, y a promover la desigualdad y la desprotección de la mayoría. «Sólo una crisis –real o percibida– da lugar a un cambio verdadero. Cuando esa crisis tiene lugar, las acciones que se llevan a cabo dependen de las ideas que flotan en el ambiente. Creo que ésa ha de ser nuestra función básica: desarrollar alternativas a las políticas existentes, para mantenerlas vivas y activas hasta que lo políticamente imposible se vuelva políticamente inevitable». Milton Friedman en
Capitalismo y libertad citado por Naomi Klein en
The Intercept «Naomi Klein está entre los pensadores políticos más inspiradores del mundo de hoy». Arundhati Roy «Naomi es como una gran doctora: puede diagnosticar problemas que nadie más ve». Alfonso Cuarón

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Una voz especialmente autorizada con relación a los NMS, Susan George, autora del Informe Lugano —texto decisivo para el cambio de sensibilidad operado en las dos últimas décadas respecto al sentido de la resistencia al capitalismo—, comparte la imagen pedagógica de las citas contra la OMC y otras instituciones similares. Es importante subrayar que, entre otros muchos vínculos con distintas organizaciones reivindicativas, George es una de las figuras más destacadas de la organización ATTAC, creada en Francia en 1998, la cual reivindica la imposición de una tasa especial a las transacciones comerciales. Dijo Susan George:

hace veinte años, se podía decir USA fuera de Vietnam, Acabad el apartheid, Pinochet es un criminal, y todo el mundo sabía de qué hablabas. Los fenómenos contra los que hoy luchamos tienen más ramificaciones y exigen, en consecuencia, todo un proceso de educación. ATTAC es consciente de ello, y creo que es uno de los motivos de su éxito. Se define como un movimiento de educación popular orientado hacia la acción. (George y Wolf, 2002, p. 182)

Detengámonos en la versión que de la trascendencia de Seattle y las posteriores movilizaciones contra las instituciones financieras globales ofrece Susan George. En un interesante libro, La globalización liberal. A favor y en contra, polemiza con Martin Wolf, editorialista de The Financial Times, diario enormemente influyente y firme defensor de la globalización y la ideología liberal. En el capítulo dedicado al movimiento antiglobalización, que obviamente es visto con desconfianza por su interlocutor, George se muestra renuente a considerar Seattle como un «kilómetro cero» de los movimientos contra el capitalismo. Menciona que, en 1985, ocurrió una cumbre contra el G7 en Londres, «pero los media no hicieron caso». Asimismo, habla de redes de todo tipo creadas desde los años setenta para protestar contra el desigual reparto de la riqueza o contra la tiranía de la deuda en el Tercer Mundo; ella participó en estas, incluido Greenpeace, de cuyo consejo de administración formaba parte. Movimientos y asociaciones como los que se manifestaron en Seattle ya existían, pero es entonces cuando alcanzan la masa crítica.

Seattle nos puso bajo los focos. Ha habido un antes y un después de Seattle, así como ha habido un antes y un después de Génova. La escalada de violencia de los Estados contra el movimiento ha sido considerable, pero también le ha dado más visibilidad. Y cada vez se nos unen más jóvenes. Durante los años 80 y comienzos de los 90, todos acudían a escuelas de comercio para ganar dinero. Hoy, no les parece que sea una forma especialmente satisfactoria de vivir su vida o, al menos, no lo cree así una proporción significativa de la juventud. (George y Wolf, 2002, pp. 179-180)

Susan George también reconoce, como un problema, la dispersión de propuestas, que responde —apunta con cierta ironía acaso autocomplaciente— a «que nos gusta mucho la diversidad». Es preciso definir alternativas desde luego, pero si de alguna manera se puede responder al nefasto «There is not alternative» de Thatcher es creando foros como el de Porto Alegre, donde abundan las alternativas. Llamado inicialmente así porque fue en dicha ciudad brasileña donde el Foro Social Mundial celebró sus tres primeras ediciones. Los organizadores plantean qué temas merecen una mayor incidencia y qué campañas deben ser emprendidas o apoyadas. A partir de aquí, se intenta articular, a nivel internacional, el movimiento de resistencia a las instituciones internacionales que reúnen a los países ricos para decidir la suerte de todos.

Nadie dijo que fuera fácil

Hemos hecho una breve alusión a las dificultades internas del movimiento que se inicia en Seattle o que, como diría Susan George, alcanzó entonces su masa crítica, quizá, porque —citando de nuevo George— «los malos habían ido ya demasiado lejos». Todos los actores estelares de los Nuevos Movimientos Sociales —de las instituciones de la deuda internacional, como señala George; o de las multinacionales, como indica Klein— parecen tener claro que solo desde las multitudes movilizadas es posible encontrar respuestas capaces de forzar a los agentes políticos a cambiar las reglas del juego. Nunca podríamos apartarnos más de quienes, como Friedman, otorgan a las élites la misión de transformar las comunidades, como si las masas fueran solo espectadores destinados a obedecer las instrucciones que —supuestamente para su bien— habrían de cumplir, como si lo que hubiera que esperar de los privilegiados del mundo es que sean ellos los que nos salven y no los que se apropien de la riqueza de todos.

En cualquier caso, el progreso económico y social no depende de las características o de la conducta de las masas. En cada país una pequeña minoría señala el ritmo, determina el curso de los acontecimientos. En las naciones que se han desarrollado más rápida y prósperamente, una minoría de individuos emprendedores y arriesgados ha avanzado constantemente, creando oportunidades para que las sigan quienes les imiten, y ha hecho posible que la mayor parte de la población aumente su productividad. (Friedman y Friedman, 1992, p. 92)

Siguiendo el razonamiento de George, podríamos maliciar que, si estas corrientes de antagonismo a la evolución del capital tienen ya una larga historia, acaso uno de los motivos de su salto a la fama pueda encontrarse en la violencia que desde amplios sectores mediáticos se ha atribuido a las contracumbres.

En el relato que hemos realizado respecto a los sucesos de Seattle, no nos referimos al Black Bloc, al que se responsabiliza de los actos de violencia producidos en la ciudad durante los días de la cumbre. Estos actos se utilizaron para justificar el despliegue policial y, en especial, las tremendas medidas de seguridad que tomaron las autoridades en cumbres posteriores, sobre todo en la del G8. Susan George asevera que el 98 % de los movilizados eran partidarios de la no violencia y que actúan desde la responsabilidad de quien se siente representante de sectores civiles de sus países de origen o de las organizaciones solidarias a las que pertenecen.

[...] la violencia es contraproducente. Los Black Bloc son muy a menudo infiltrados por la policía y por elementos nazis. Es un debate fundamental dentro del movimiento, porque algunos se niegan a condenar cualquier forma de protesta, incluida la violenta. Yo no comparto este punto de vista. Considero que debemos garantizar que todo el mundo en nuestras filas respete las reglas de la democracia, si queremos un sistema democrático para el mundo. (George y Wolf, 2002, p. 185)

En cualquier caso, no hicieron falta muchos Black Bloc ni otros grupúsculos para enfrentarse a las fuerzas de seguridad desplegadas en las cumbres y quemar los contenedores. El 11 de Septiembre fue la excusa perfecta para criminalizar el movimiento. Poco después de los atentados, Noam Chomsky predijo que las consecuencias caerían sobre los movimientos de protesta porque el entorno de Bush no dudaría en proyectar sospechas de terrorismo sobre cualquiera que se atreviera a exhibir su disconformidad en las calles.

Con seguridad, un revés para las protestas del mundo entero contra la globalización corporativista, que tampoco empezó en Seattle. Semejantes atrocidades terroristas son un regalo para los individuos más crueles y represivos de todas partes y, sin duda, serán explotados —de hecho ya lo han sido— para acelerar la militarización, la regulación, la marcha atrás de programas democráticos, la transferencia de riqueza a sectores aún más reducidos y el debilitamiento de la democracia en cualquier forma posible. Pero no lo conseguirán sin resistencia, como no sea a corto plazo. (Chomsky, 2001, p. 20)

Dos décadas después, parece fácil disociar entre un fenómeno tan oscuro y atroz, como el del terrorismo yihadista, y una corriente reivindicativa cuyos principios asumen incluso partidos políticos de masas. Otra cosa es que el terror haya servido para legitimar prácticas gubernamentales claramente represivas; en España tuvimos un claro ejemplo con la Ley Mordaza del gobierno de Mariano Rajoy. De otro lado, Chomsky tuvo razón. Quizá el dinero necesario para la condonación de la deuda a los países más pobres del planeta terminó sirviendo para las guerras contra el terrorismo. Sin duda, la segunda guerra de Irak fue una humillación para las instituciones de paz internacionales —empezando por Naciones Unidas, que declaró ilegal aquella guerra— o para las pretensiones de quienes defienden la implantación de una gran trama de justicia universal. Y, sin embargo, los atentados del World Trade Center o del Pentágono —y todos los 11S que han venido después— no deben ahogar de ninguna manera el debate sobre el tipo de globalización que queremos, sino todo lo contrario.

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