En suma, a diferencia del modelo de alto funcionario que propone Pierre Goubert —«su padre o abuelo han ganado fama, ha estudiado con los curas, tiene algunas nociones de Derecho»—, el futuro marqués y ministro solo se adapta a una de las condiciones propuestas por este gran historiador: «ha pasado un periodo de prueba atento y respetuoso en las oficinas ministeriales», pero ni tiene «feudo en provincias» ni «algunos sacos de escudos», ni ha estudiado. Se trata más bien, como propuso la historiadora Janine Fayard, del triunfo del hidalgo, de la sorprendente carrera de un hombre salido de la nada, modelo para su clientela, en buena parte formada por hombres de orígenes y fortuna similares. No es de extrañar que esa «procedencia norteña» le hiciera formar parte del grupo de los vizcaínos liderados por el ministro de Estado Sebastián de la Cuadra, marqués de Villarías. Las críticas de la nobleza contra estos vascos «bajados de las montañas», segundones de las hidalguías vascongadas, fueron muy duras. Para los grandes no eran más que «una tropa de salvajes, los que más han sido pajes», es decir, no eran nada.
Ensenada siempre disfrazó su baja extracción social mediante la adopción de maneras altivas, cuidando en extremo su imagen hasta rozar el fasto en el vestido y los adornos, mientras mostraba una gran desconfianza sobre la duración de su «fortuna». Él mismo jugaba con el En sí nada y el Nada-Adán que luego se divulgaría en las coplas y panfletos: «Yo, en un accidente, seré nada», «Yo no soy nada, pero mi corazón es todo de Vuestra Eminencia» (al cardenal Valenti). Carvajal utilizaba también el mote: «tropiezos» diplomáticos con Inglaterra… son nada nada»; «sin imitar a nuestro padre Adán». Pero el más osado fue Diego de Torres Villarroel, el inclasificable literato, que en el almanaque de 1766, publicado antes del motín, nos demostró que en casa del duque de Alba se hablaba mucho del En sí nada, pues el recadista de los Alba adivinó no solo la caída de Esquilache, al que era fácil colocar en el centro de la diana del malestar popular, sino también la de «nuestro padre Adán», según se deduce de la respuesta al acertijo que nos da el nombre del caído.
Quién es aquel que nació
sin que naciese su padre
no tuvo madre […]
El primer cargo documentado, oficial supernumerario de Marina, lo obtuvo Ensenada por mediación de José Patiño el 1 de octubre de 1720. El nombre del empleo es más rimbombante que real, pues es muy bajo en la escala. La escasez de personal y la falta de profesionalidad en la Marina, que se intentó paliar en 1717 con la creación de la Academia de Guardias Marinas, provocaban ascensos rápidos, pero, a pesar de los esfuerzos del intendente y luego ministro Patiño, todavía en 1720 no era un cuerpo atractivo a causa de la escasez de los salarios y de su irregular percepción. Es posible que Ensenada se hubiera visto con Patiño en Madrid, antes de que llegara a Cádiz para «dar vigor» a la expedición que se preparaba contra Ceuta, pero solo conocemos la breve referencia de Fernández de Navarrete, que luego recogen literalmente Rodríguez Villa y otros biógrafos.
En adelante, el joven Somodevilla pasa por diferentes cargos, siempre como personal civil de la Marina. En 1725 fue nombrado oficial primero y comisario de matrículas en Santander y su puerto y al año siguiente se le destinó a Guarnizo, el astillero próximo que dirigía José del Campillo y que, cuando Ensenada sea ministro, será el modelo de colaboración entre empresarios y la Armada, gracias a los contratos suscritos por su amigo el gran emprendedor José Fernández de Isla.
El joven «oficial» tomó contacto directo con la realidad material de la maltrecha Marina española y conoció de cerca las ideas de Patiño para restaurarla. Vivió en Santander, donde mantuvo los primeros contactos con los jesuitas. Según confesó al final de sus días el propio marqués de la Ensenada al padre Luengo, su primer acercamiento a la Compañía de Jesús se produjo en Santander. Hasta que no fue a Guarnizo, dice Luengo, Ensenada «no sabía que había jesuitas en el mundo». Allí, en el hospital santanderino, «empezó a tratar con ellos y a estimarlos más y más». Según el confidente jesuita, «su afecto y estimación por la orden fue el hecho de que de dos en dos, y durante todos los días, los jesuitas fueran a cuidar a los enfermos del Hospital de Santander».
En 1728 fue nombrado comisario real de Marina. Su primer destino fue Cádiz, pero al poco pasó a Cartagena con el cargo de contador del departamento marítimo y, luego, en 1730, a Ferrol, donde ejerció durante unos meses labores de dirección de los astilleros. La orden de Patiño de 6 de octubre de ese año deja claro que se trata de aplicar aquí «el conocimiento y experiencias con que se halla el referido ministro de lo que se observa en el arsenal de Cádiz, cuyas reglas quiere Su Majestad se sigan en todo en el Ferrol».
Al año siguiente, en julio, el comisario Somodevilla fue destinado a organizar los preparativos de la escuadra destinada a la reconquista de Orán, que partió de Alicante en 1732, al mando del conde de Montemar, el viejo capitán general que pronto será su valedor entre el generalato. El cometido del comisario era contribuir a «la unión de las providencias que se ofreciesen en los buques, tropas y transportes» y, como se le reconocía en el ascenso a comisario ordenador de Marina que le supuso el éxito de la expedición, «el particular encargo de ministro del armamento que destiné para la recuperación de la plaza y fortaleza de Orán». A partir de ahora, Somodevilla aparece como un organizador cuya labor principal es coordinar Marina y Ejército, dos cuerpos separados en administración y personal cuya diferente normativa y tradiciones plantearon siempre problemas de eficacia.
Durante las expediciones italianas que se iniciaron en 1733 y que iban a culminar instalando en el trono de Nápoles a Carlos de Borbón, el primogénito de Isabel de Farnesio y futuro Carlos iii de España, Zenón de Somodevilla se ocuparía de tareas tan dispares como aprontar víveres para la tropa, comprar velas —«en Nápoles no se encuentra lona de que hacerlas»—, pagar a las tripulaciones, reclutar tropa en Italia. Para ello se le adelantaron 25 000 pesos, que podría aumentar lo que «hubiere menester para las urgencias que ocurrieren» con la previsión de «que no se mezcle la cuenta y razón de Marina con la de Tierra», según decía la Real Orden de 7 de agosto de 1734, por la que Somodevilla debía embarcarse en Cádiz «y continuar en el cargo de ministro principal del armamento naval de la expedición a Nápoles».
El éxito italiano produjo las consiguientes recompensas. El rey Carlos de Borbón escribió a su padre Felipe v recomendando las virtudes de Somodevilla y por «merced espontánea», en uno de sus primeros actos regios, le nombró marqués de la Ensenada, el 8 de diciembre de 1736 (con acuerdo anterior de 17 de julio). En el preámbulo del título napolitano se reflejaba la dedicación de Somodevilla a la administración de la Marina, refiriendo sus muchos cargos, y aparecía el primer intento de ennoblecer el pasado del marqués mediante el recurso un tanto torpe de hacerle descender del solar camerano de Valdeosera, ya en esta época una oficina de compraventa de hidalguías «populares». Debió ser una justificación de urgencia, sin duda sugerida por el propio marqués, a falta del suficiente valor para sostener la hidalguía paterna como rango nobiliario. Ensenada no volverá a emplear esta mentira una vez que el marquesado y las órdenes de Calatrava y San Juan —esta también concedida a su hermana— le ayuden a elevar por sí el prestigio social de los Somodevilla.
Los años que van de 1737 a 1740 fueron de gran interés para la experiencia administrativa del ya flamante marqués de la Ensenada. Muerto Patiño en noviembre de 1736, Ensenada empezó a ocupar puestos de gran importancia en la Marina, pero sobre todo, en el entorno cortesano de la Farnesio. El 14 de marzo de 1737, Felipe v creaba el Consejo del Almirantazgo, un organismo con amplias facultades cuya secretaría ponía en manos de Ensenada. Podría parecer solo un subterfugio para conceder el encopetado título de almirante de España e Indias al infante Felipe, el segundo hijo de Isabel de Farnesio al que había que adornar para buscarle un trono como a su hermano Carlos; pero la junta creada tres meses después tenía atribuciones importantes y algunas eran un estímulo para el aprendiz Ensenada, por ejemplo, el «reglamento de Ordenanza»: el primer antecedente de las ordenanzas de Marina que Ensenada logrará dictar después, cuando sea ministro. Según Fernández de Navarrete, algunas de las realizaciones de la Junta, como la ordenanza de 17 de diciembre de 1737 para la reforma de los arsenales, el reglamento de sueldos de 3 de febrero de 1738, etc. se deben al secretario del Almirantazgo Ensenada. Estas y otras ideas esbozadas durante estos cuatro años —la atención a los inválidos, la matrícula de mar ampliada a los pescadores, la construcción de buques en astilleros americanos— se reflejarán en las Ordenanzas de 1748 y serán mantenidas en la Armada en adelante, contribuyendo al prestigio del ministro de Marina.
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