José Luis Gómez Urdáñez - El marqués de la Ensenada

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El marqués de la Ensenada, pieza clave del Despotismo Ilustrado del siglo XVIII, fue mucho más que un ministro. Realizó un proyecto político integral junto a un grupo de valedores situados en puestos clave de la corte y del gobierno impulsando el desarrollo del Estado español al tiempo que desplegaba una formidable red de espionaje en media Europa. Fue el motor de numerosas reformas bajo el desempeño de los ministerios de Hacienda, Guerra, Marina e Indias. En ese momento cumbre de su carrera, el padre Isla le llamó el «secretario de todo».
Su trabajo en la Marina le convirtió en enemigo de Inglaterra; la reforma hacendística, en sospechoso para la nobleza. El catastro y la protección que dispensó a los científicos puede considerarse lo más ilustrado de su obra. Fue amigo de los jesuitas y víctima, como ellos, del absolutismo regio. Su cara más cruel la mostró con la persecución al pueblo gitano. Mujeriego, alegre, sensato y conservador, sus restos descansan en el panteón de Marinos ilustres, aunque en realidad nunca fue marino.
José Luis Gómez Urdáñez, catedrático de Historia Moderna por la Universidad de La Rioja y académico de la Real Academia de la Historia, destaca tanto las luces como las sombras de un político que supo como nadie articular las relaciones entre el gobierno y la corte de la época.

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En suma, los estudios sobre los ministros del siglo xviii han revelado un método de hacer política en el escenario total que era la corte: los ministros con el rey, que era ya la práctica común impuesta por Ensenada y Carvajal desde la llegada al trono de Fernando vi. La España discreta, que se abre paso en los centros de decisión europeos, en el tablero diplomático, y la conciencia de que es necesario abandonar la política sin país practicada por las monarquías patrimoniales son el marco del proyecto político de Ensenada, el servidor del rey, sí, pero uno de los grandes constructores del Estado.

2

De los arsenales a los palacios reales

«Mi mundo es la Marina», repetía don Zenón de Somodevilla y Bengoechea, el riojano de origen humilde, bautizado en Hervías el 25 de abril de 1702 y vuelto a bautizar en Alesanco poco más de un mes después, el 2 de junio de ese mismo año. La explicación del «descuido» teológico —bautizar dos veces— tiene interés, pues nos permite comprender el valor que tenían entonces los privilegios por pequeños que fueran. Somodevilla fue bautizado por segunda vez porque los derechos de hidalguía del padre solo se le reconocían en Alesanco y eran derechos pilongos, es decir, que únicamente se transmitían en la pila del bautismo. Por eso, la segunda partida dice que lo bautizaron «en ausencia del cura párroco», que seguramente no quiso que le comprometieran en el asunto.

El padre, Francisco de Somodevilla, era pobre, pero era hidalgo y no quería que su hijo fuera inscrito en el padrón de pecheros. Cuando Ensenada tenga que buscar pruebas de limpieza de sangre, recurrirá en primer lugar a su origen hidalgo. Curiosamente, a su amigo Jorge Juan le pasó algo parecido: nació en Novelda, pero le llevaron a bautizar a Monforte. La explicación nos la dieron hace poco Rosario Die y Armando Alberola: se trata de que la pila de la iglesia de Monforte «transmitía» la prelación de obtener beneficios en el futuro en una parroquia de Alicante. Los padres del futuro matemático se dejaron guiar por el mismo interés que los de Ensenada.

El padre de Zenón añadía al fruto de su trabajo lo poco que le daban por enseñar a escribir y leer en la catedral de Santo Domingo y por ejercer de notario apostólico, un cargo que parece mucho más de lo que era y que ha despistado a algunos biógrafos, pero que en realidad era un simple escribiente accidental para asuntos eclesiásticos menores, como llevar las cuentas de fundaciones y fábricas parroquiales, firmar actas testamentarias, etc. Uno de los biógrafos riojanos de Ensenada, Diego Ochagavía, localizó su firma en la ejecución de un testamento del cura de Hervías y en las cuentas del arca de misericordia hasta 1709.

La madre, Francisca Bengoechea, procedía de Azofra, el pueblo vecino donde se había celebrado el matrimonio. En el libro de bautismos, consta con tres abuelos de procedencia vizcaína, es decir, hidalgos universales vascos que buscaban el reconocimiento de su nobleza en los pequeños pueblos riojanos. Todo valía para «vestir» de origen noble incluso a quien ya era marqués, como prueba el hecho de que Ensenada, en 1742, mandara pedir papeles en su pueblo y en los cercanos para demostrar la hidalguía de su familia cuando iba a entrar en la orden de Calatrava. La pureza de sangre y la hidalguía tuvieron una enorme importancia: Goya, a pesar de su nobleza como pintor del rey, gastó mucho dinero en pleitos intentando demostrar su infanzonía —lo que no consiguió—; Manuel Bretón de los Herreros, ya en la década de 1830, liberal a las órdenes de Salustiano de Olózaga, el padre del liberalismo progresista, todavía esgrimía que sus abuelos de Autol eran hidalgos.

En el limitado entorno rural cercano a Santo Domingo de la Calzada —donde se conserva la casa de su hermana Sixta— vivió Zenón de Somodevilla hasta después de la muerte del padre cuando todavía no contaba diez años. La madre y sus cinco hermanos siguieron residiendo en Santo Domingo de la Calzada, pero el futuro marqués había dejado la casa materna y, tras pasar por Madrid, donde pudo haber estado sirviendo por mediación de parientes —en realidad, no se sabe nada a ciencia cierta, como sentenció Rodríguez Villa—, acabó en Cádiz, donde Patiño lo encontró trabajando, ya con un acreditado prestigio de «escribiente». Ensenada nunca habló de sus años mozos, salvo para repetir machaconamente «me he criado en la Marina», así que ni fue a la universidad, ni ejerció de profesor de Matemáticas, como algunos biógrafos han dicho, sin fundamento. Coxe hasta le hizo catedrático. De creer lo que publicó la Gaceta de Madrid el 25 de diciembre de 1781, para dar noticia de su muerte, que había ocurrido el día 2 del mismo mes, «sirvió a Su Majestad desde 1713», es decir, desde sus once años, edad a la que cientos de niños entraban a servir de pajes —criados— en los barcos o los arsenales de la Marina.

Zenón de Somodevilla y Bengoechea aprendió los rudimentos de las primeras letras, en el entorno rural y clerical de Santo Domingo, de mano de su padre. Su buena letra, grande y de trazos enérgicos, le distinguió siempre. Un curioso Dialogo o discurso imaginario entre el marqués de Esquilache y de la Ensenada, conservado en la Biblioteca Nacional, posterior al motín y claramente ensenadista, repara un poco cazurramente en esta virtud, que para el pueblo llano era un gran mérito. En esta pura y mediocre ficción elogiosa, uno de los arrieros que encuentra el joven Somodevilla camino de Madrid, admirado de su letra que el propio joven pondera como su gran esperanza —también de sus orígenes hidalgos montañeses que Zenón había relatado—, le profetiza «has de adelantar tanto que aun tú mismo te admires de ello».

Tiene un poco más interés el texto anónimo por el pasaje en que el joven Zenón critica a los escribanos y a los garnachas, que es como despectivamente se denominaba a los juristas (garnacha era el nombre que se le daba antiguamente a la toga con que se revestían los jueces). Era una especie literaria muy habitual desde el siglo anterior, pero los ensenadistas exaltaron hasta mucho después de la definitiva caída del marqués en 1766 la animadversión que este sentía por la burocracia de ineptos y corruptos, los garnachas, y por el contrario, su celo en beneficio del pueblo. Una coplilla publicada en la Gaceta en 1770 insistía todavía en este aspecto: «La Única contribución/ remedio al necesitado/ polilla al hacendado/ desea mi corazón». Las apócrifas palabras del marqués en el Diálogo o discurso imaginario… eran de esta guisa:

llegué de pocos años a formar una especie de letra tan preciosa que fue la admiración de mi pueblo […] tuve varias solicitudes y mi padre repetidos empeños de algunos escribanos para que les sirviese de amanuense, llevándome la atención de uno que era de un lugar cuatro leguas del que nací […] fui, en una palabra, a servirlo […] habiendo estado en su compañía poco más de meses, conocí en este corto tiempo que cuanto yo escribía era para que él robase al desdichado pueblo el avariento escribano.

En definitiva, los primeros dieciocho años del marqués permanecen en la obscuridad. Ni él mismo se preocupó mucho de dejar claros sus orígenes, lo que no es de extrañar siendo realmente humildes. A veces, se refería a Santo Domingo de la Calzada como su «patria» —era habitual nombrar la «patria» o la «tierra» en vez de la aldea desconocida—; otras, se decía natural de Alesanco, como cuando entró de congregante de la cofradía de la Virgen de Valvanera en la parroquia de San Ginés de Madrid en 1744, y en fin, la propia acta de defunción recogía erróneamente los datos, pues decía que había nacido en Hervías y que fue bautizado el 2 de junio, ocultando por tanto el primer bautismo del 25 de abril.

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