Tomó dos copas de champán de una mesa y se dirigió hacia ella.
– Bien, detective -susurró-. Estás… fantástica.
Ella sonrió.
– Venga ya, McCafferty. Echas de menos el uniforme. Admítelo.
Al menos, aún le quedaba sentido del humor.
– Te echo de menos.
– No te comprendo.
– Mentirosa -susurró. Le dio una copa de champán, de la que ella comenzó inmediatamente a tomar un sobro.
– Espera. Creo que van a proponer un brindis.
– ¿Por los novios?
– Eso vendrá más tarde -preguntó él, sin explicar nada. Simplemente le tomó la mano y la sacó hacia la terraza que, como era de esperar, estaba cubierta de nieve.
– Espera un momento.
– No. Ya he esperado demasiado.
Sujetando la copa con una mano, la estrechó contra su cuerpo. Antes de que Kelly pudiera protestar, la besó. Esperó hasta que sintió que ella se relajaba para soltarla.
– ¿No te parece mejor así?
– No, es decir… Mira, Matt. He estado tratando de decirte que lo nuestro ha terminado. Puedes olvidarte de la charada.
– ¿Charada? -preguntó él, aunque empezó a presentir de qué se trataba.
– Sé que me has estado cortejando sólo para tener mejor acceso a la investigación.
– No, yo…
– No lo niegues. Escuché una conversación entre Randi y Slade -dijo. La ira volvió a adueñarse de ella-. Sé que este flirteo, o como quieras llamarlo, fue porque Kurt Striker te lo dijo. Para meterme en la cama y sonsacarme información sobre el caso.
– ¿Y te lo creíste?
– Sí.
La ira se apoderó de él. Abrió la boca para responder y vio la tristeza con la que ella lo miraba.
– No me tomes por tonta, ¿de acuerdo? No es necesario.
– No lo haría nunca.
– Bien. En ese caso, podemos seguir con nuestras vidas y olvidarnos de lo que ocurrió entre nosotros.
– No.
– Matt, de verdad…
Kelly se dirigió hacia la puerta, pero, en aquella ocasión, él no se molestó en intentar detenerla.
– Yo jamás lo olvidaré, Kelly. Jamás.
Cuando ella alcanzó la puerta, se volvió para mirarlo. Tenía los ojos llenos de lágrimas.
– No me hagas esto…
– Te amo.
Kelly cerró los ojos. Entonces, una lágrima, iluminada por la luz de la luna, comenzó a deslizársele por la mejilla.
– No tienes que…
– Te amo, maldita sea.
– No quiero hacer esto, Matt. Sólo he venido porque mi jefe me lo ha pedido. Por la investigación.
– ¿Has visto alguien que te parezca sospechoso?
– Tan sólo el novio y sus hermanos -bromeó, pero ninguno de los dos sonrió-. Mira, sé que has creado una especie de fondo para mi madre, probablemente porque tenías mala conciencia por lo que tu padre le hizo y… y… bueno, está muy bien, en realidad, pero no deberías haberlo hecho. El problema era de tu padre, no tuyo.
– Tú eres mi…
– Tu problema… ¿no?
– ¡No me refería a eso!
– El pasado, pasado está. Mi familia está bien… podemos cuidarnos unos a otros. No necesitamos ninguna clase de caridad tardía.
– No se trata de eso…
– No importa.
– ¡Ni hablar! -exclamó Matt. Dejó caer su copa de champán y avanzó hacia ella-. Has venido aquí para verme. Yo hice lo que hice por tu madre para enmendar un error, mis hermanos accedieron a ello y, en cuanto a lo de dejarte en paz, no puedo. Al menos, no hasta que me digas que te vas a convertir en mi esposa.
– ¿Cómo? ¡Oh, Dios! Tu ego no tiene límites.
– Te amo -repitió.
Kelly sintió que el corazón se le hacía mil pedazos. Deseó poder creerlo, confiar en él, pero sabía que no podía hacerlo. Abrió la boca para protestar, pero él le quitó la copa de champán de los dedos, la arrojó hacia el arroyo y volvió a tomarla entre sus brazos.
– ¿Qué tengo que hacer para convencerte?
– No puedes.
– Claro que puedo. Nos fugaremos esta noche.
– Estás loco.
– Hablo en serio.
– Yo… yo no me lo creo -susurró.
– He vendido mi rancho. Me vuelvo a vivir a Grand Hope. Para siempre. Y quiero que seas mi esposa y la madre de mis hijos. ¿Me amas?
– Sí.
– En ese caso, casémonos.
– A mí… a mí me gustaría.
– Entonces, ya está todo acordado -dijo él, con una maravillosa sonrisa.
– Yo… yo no sé qué decir -murmuró Kelly. Se sentía aturdida por el giro que habían dado los acontecimientos.
– En ese caso, no digas nada. Sólo bésame.
Kelly estuvo a punto de echarse a llorar mientras reía, pero hizo lo que él le había pedido. La música se filtró por la puerta abierta. Matt comenzó a bailar con ella sobre la nieve, rodeados por el frío viento del invierno de Montana y las estrellas que relucían en su maravilloso cielo.
Kelly se apoyó sobre él y pensó en la investigación, en el peligro que aún rodeaba a los McCafferty, en especial a Randi y al pequeño J.R. En aquel momento, sabiendo que se iba a casar con Matt, estaba más decidida que nunca a encontrar al culpable de aterrorizar a aquella familia… su familia.
Sin embargo, aquella noche, se limitaría a bailar con Matt y a reír con él, sabiendo que, fuera lo que fuera lo que el destino les deparara, lo afrontarían juntos.
– ¿Lo anunciamos? -preguntó él.
– ¿Esta noche?
– ¿Y por qué esperar?
Tenía razón, pero…
– Esperemos hasta mañana. Esta fiesta les pertenece a Thorne y a Nicole -dijo Kelly. Miró hacia el salón y vio a la feliz pareja bailando. Los ojos de Nicole brillaban como las estrellas. Tenía las mejillas sonrojadas. En cuanto la música terminó, todos aplaudieron.
– En ese caso, mañana -dijo Matt.
– Sí, mañana.
Matt volvió a besarla. Kelly lo abrazó con fuerza.
– Está bien, detective. Unámonos a la fiesta. Parece que has perdido tu copa de champán, pero ¿no se suponía que esta noche debías estar buscando a los malos? ¿No era ésa tu misión?
– Así es, vaquero.
– ¿Y de verdad no has descubierto a ninguno de los malos?
– Sólo a los hermanos McCafferty -volvió a bromear ella. Lo abrazó y comenzaron a bailar junto al resto de los invitados.
El corazón de Kelly latía con fuerza y la cabeza le daba vueltas. Estaba teniendo que hacer un gran esfuerzo para no llorar de pura felicidad. Mientras Matt la llevaba con facilidad por la pista de baile, Kelly sonrió al hombre que amaba, al hombre que llevaba esperando toda su vida, al hombre que muy pronto sería su esposo, un vaquero que le había conquistado por completo el corazón.
Señora de Matt McCafferty.
Detective Kelly McCafferty.
Fuera como fuera, sonaba bien.
Un caballo relinchó suavemente cuando Matt entró en los establos. Encendió el primer interruptor que encontró y permitió que se iluminara la mitad de las bombillas de interior. Yeguas y potros se revolvían en los establos y el viento rugía en el exterior. Diablo Rojo sacó la cabeza por encima de la puerta de su corral y relinchó.
– Sí, sí, yo también me alegro de verte -dijo Matt. Se metió la mano en el bolsillo y sacó un trozo de manzana que había tomado de la cocina y se lo dio al animal-. Juanita está preparando un pastel, y pensé que no le hacía falta este trocito. Sin embargo, ella podría no estar de acuerdo y, si así fuera, los dos sabemos que me despellejaría vivo. Somos amigos, ¿verdad, Diablo?
El caballo pareció asentir con la cabeza. Sus ojos aún brillaban con un fuego que ningún hombre sería capaz nunca de apagar. Ni siquiera un McCafferty.
– Eso me había parecido.
Rascó la frente del animal y examinó sus caballos. Algunas de las yeguas estaban en un estado de gestación tan avanzado que sus abultados vientres indicaban que muy pronto darían al rancho la siguiente generación de potros.
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