Kelly se mordió los labios para no responder y siguió andando. No pensaba morder el anzuelo, sobre todo porque, maldita sea. Striker tenía razón.
– Te pagaré bien, McCafferty. Ya he hecho que valoraran el rancho dos inmobiliarias de la zona, pero si no te gusta la cifra que me han sugerido, puedes hacer que haga la valoración otra empresa.
Mike estaba sentado en su vieja furgoneta con sus muletas y Arrow , su viejo perro, sentado a su lado. Matt, por su parte, estaba de pie en el sendero, charlando con Mike Kavanaugh a través de la ventana. Mike se metió la mano en el bolsillo y sacó un sobre doblado.
– ¿Por qué deseas tan fervientemente ser el dueño de estas tierras?
Mike sonrió y le entregó el sobre a Matt.
– Carolyn está embarazada y nuestra casa se nos está quedando pequeña. Se me ha ocurrido que podríamos arreglar la vieja granja y que, mientras tanto, podríamos vivir aquí -añadió señalando la casa que Matt consideraba su hogar-. Seguramente dentro de un par de veranos, para cuando el niño haya empezado a andar, estaremos listos para mudarnos aquí y yo podré alquilar mi casa al capataz.
– ¿Tienes capataz?
Mike sonrió de nuevo.
– Para entonces, lo tendré. Si las cosas salen bien. Ya sabes que habría comprado todo esto la última vez que salió a la venta, pero tú te me adelantaste. Ahora, tengo un poco de dinero y tú nunca estás aquí, así que supongo que es lo mejor para los dos. No me irás a decir que me equivoco, ¿verdad?
Matt frunció el ceño y miró a su alrededor. La casa era bastante grande, pero la planta superior no estaba terminada. En la planta baja, había que reformar la cocina y lo mismo se podía decir del cuarto de baño, que era poco más que un armario. Toda la casa necesitaba una nueva instalación eléctrica, nueva fontanería y aislamiento.
Había estado bien para él. A Matt no le importaba no tener comodidades, pero seguramente no serviría para una familia con esposa e hijos. Junto con los dos establos, uno de cien años y el otro de cinco, el rancho se componía de bastantes hectáreas que llegaban hasta el bosque. El riachuelo que recorría la propiedad iba a desembocar en la finca de Kavanaugh.
Abrió el sobre y vio la oferta. Era justa. Sabía muy bien lo que valía su rancho, al menos en términos económicos. Emocionalmente, nada lo ataba allí.
– Faltaría firmar un contrato. Está todo detallado en la oferta -dijo Kavanaugh.
Matt apretó los labios y miró la casa por última vez.
– Está bien, Mike. El rancho es tuyo -añadió. Estrechó la mano de su vecino a través de la ventana.
– ¿Así de fácil?
– Así de fácil. Llamaré a los abogados que se ocuparon de todo el papeleo cuando lo compré yo. Se trata de un bufete llamado Jansen, Monteith y Stone, en Missoula. Thorne trabajó allí cuando terminó el instituto y siempre se ocuparon de los asuntos legales de mi padre.
Mike asintió.
– He oído hablar de ellos.
Estuvieron hablando durante unos minutos más. Después, Kavanaugh se marchó. Matt se dirigió a la casa. De repente, sintió que no había nada que lo atara a aquel lugar. No perdió tiempo y marcó enseguida el número del bufete y habló con Bill Jansen, el abogado que se había ocupado de la división del Flying M según la última voluntad de John Randall.
– ¿Qué puedo hacer por ti? -le preguntó Bill, después de una breve conversación de cortesía.
Matt le explicó lo que quería hacer. Quería ofrecerles a sus hermanos el dinero que sacara de la venta de su rancho para comprarles su parte del Flying M. Además, quería crear una especie de fondo para Eva Dillinger, según el acuerdo que ella había tenido con John Randall cuando trabajaba para él.
– Eso podría ser más difícil de lo que te imaginas -admitió Bill-. Sé que John Randall y Eva habían hablado de una especie de fondo de pensiones, pero las condiciones de ese acuerdo jamás se redactaron legalmente.
– Sabías del asunto, ¿verdad?
– Él lo había mencionado alguna vez.
– En ese caso, veamos cómo se puede enmendar la situación. No estoy tratando de dejar acomodada a Eva para el resto de su vida, simplemente darle lo que se le debe. Hablaré con mis hermanos. Por supuesto, esto tiene que ser completamente anónimo.
– No creo que eso sea posible.
– Todo es posible.
– En realidad, no. No sólo los beneficiarios querrán respuestas, sino también el Gobierno.
– ¿No puedes crear una especie de identidad ficticia? -preguntó. Al darse cuenta de lo que había dicho, se echó a reír. Había hablado como si fuera un experto en economía-. No importa. Simplemente no quería tener que ocuparme ahora de ese asunto. No importa -repitió- Daré las explicaciones necesarias.
– En ese caso, no será anónimo.
– Está bien. Yo me ocuparé -dijo Matt-. ¿Sería posible recibir todo el papeleo dentro de unos pocos días? Envíalo por fax al rancho y me encargaré de que mis hermanos lo firmen. ¿Puedes trabajar tan rápido?
– Si no me encuentro problemas inesperados…
– No lo creo.
– Una de mis socias va a estar en Grand Hope dentro de un par de días. Le diré lo que está pasando y, si tienes algún problema, te puedes reunir con ella mientras esté en la ciudad. Se llama Jaime Parsons y estudió el último año del instituto allí. Tal vez la conozcas.
El nombre le resultaba a Matt familiar, pero no recordaba por qué.
– No creo.
– Haré que te llame cuando llegue a Grand Hope. Se va a quedar allí durante unas cuantas semanas. Va a vender la casa de su abuela.
– Parsons… -repitió Matt.
– Su abuela se llamaba Nita Parsons.
– El nombre me resulta vagamente familiar.
– Nita murió hace un par de meses. Tal vez tu padre la conocía.
– Posiblemente.
– Bueno, me pondré con lo de la venta y la transferencia de propiedades inmediatamente. Lo único que necesito es la firma de tus hermanos.
– Las tendrás -dijo Matt, a pesar de que no le había mencionado aquel plan ni a Thorne ni a Slade. No obstante, estaba seguro de que no supondría ningún problema. Thorne ya había mencionado que quería irse a un rancho cercano y Slade no era de los que echaban raíces. Matt era el ranchero de los tres hermanos. Les compraría su parte a sus hermanos y se convertiría en el dueño de la mitad del Flying M.
Colgó el teléfono y observó el interior de la vieja casa. Había pasado muchos años allí. Solo. Había estado bien, pero en aquellos momentos esperaba algo más de la vida. Y ese algo tenía mucho que ver con una policía pelirroja.
No había razón alguna para no empezar con las negociaciones. Llamó rápidamente al Flying M, habló con Thorne y le expuso su plan.
– Haz que Slade se ponga en el supletorio. He estado pensando mucho desde que llevo aquí. Mike Kavanaugh me va a comprar mi rancho, por lo que quiero instalarme en Grand Hope. Sugeridme un precio justo y os compraré vuestra parte.
– ¿Así de fácil?
– Si queréis vender…
Thorne se lo pensó durante un instante.
– No veo ningún problema. Deja que Slade se ponga al teléfono y lo solucionaremos en un momento.
– ¿Así de fácil? -replicó Matt, riendo.
– Sí. Así es como hago yo los negocios.
Kelly estaba quemada. Y mucho. El último lugar en el que quería estar era en la boda de Thorne McCafferty, pero no le había quedado elección. Espinoza había insistido.
– Mira, la investigación sigue abierta -le había dicho su jefe-. El asesino podría estar allí. Esta es tu oportunidad para conocer a las personas que están más cerca de la familia.
– ¿En una boda? -había protestado ella.
– En una boda, vestida como uno de los invitados y mezclándote con todo el mundo en la recepción. ¿Te supone eso un problema, detective?
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