Se produjo un momento de tensión. Kelly deseó poder ver la expresión de Randi. A pesar de su propia vergüenza, necesitaba averiguar quién era el padre de J.R.
– Estábamos hablando de Matt y de sus mujeres… Yo esperaba que hubiera superado esa tontería adolescente de ligarse a una mujer para luego dejarla plantada.
– Fue idea de Striker -confesó Slade-. Pensó que uno de nosotros debía mantener una buena relación con la policía para seguir de cerca la investigación.
– ¿Por qué? ¿Es que no confiáis en la policía? -preguntó Randi. Justo en aquel momento, el bebé empezó a llorar.
– Simplemente queremos saber qué es lo que está pasando. Algunas veces los policías pueden ser bastante herméticos.
– Por eso Striker sugirió que Matt se enamorara de… No, un momento. Que Matt se llevara a la cama a la detective… Oh, Dios, Slade. Dime que no se trata de eso. Dime que Matt no está utilizando a esa detective. No lo creo, porque ella es bastante lista y estoy segura de que no va a caer en ese tipo de trampas. Además, me parece algo… asqueroso.
En ese momento, Kelly deseó que se la tragara la tierra.
– Bueno, sólo esperaba que tuvieran una pequeña conversación de almohada -comentó Slade por encima del llanto del bebé.
Completamente asqueada, Kelly sintió que se le doblaban las rodillas.
«No flaquees, Dillinger. Levanta la barbilla. La espalda recta. Cuadra los hombros. Eres una profesional. Una detective».
– En ese caso, Matt es un idiota porque esa mujer me parece demasiado inteligente como para picar en eso. De hecho, probablemente sea demasiado buena para él -añadió Randi. Evidentemente, se sentía furiosa-. Y, tanto si él lo sabe como si no, se está enamorando. Me encantaría estrangularlo, y a ti y a Striker y a todos los demás que estén implicados.
El rubor cubrió las mejillas de Kelly. Se sentía completamente mortificada. Que estúpida había sido.
El bebé seguía llorando, pero Randi debía de haber centrado su atención en él porque ella dijo:
– Venga, venga… calla…
Kelly, por su parte, había oído más que suficiente. Con mucho cuidado, se dirigió al salón y fingió interés por una revista que había sobre la mesa. Slade salió del dormitorio. De soslayo, ella vio que él la miraba y que luego se marchaba hacia la cocina justo cuando Matt salía del despacho.
El corazón de Kelly dio un vuelco. En silencio, se volvió a decir que era una idiota de la peor clase imaginable.
– Lo siento mucho -dijo él. No había ningún tipo de mofa en su voz-. El tipo que se suponía que debía estar cuidando de mi rancho me acaba de llamar. Se ha caído y se ha roto una pierna, por lo que parece que voy a tener que tomar el próximo avión para regresar a casa.
Kelly forzó una sonrisa que no sentía.
– Lo comprendo -dijo. «Mucho más de lo que te imaginas, McCafferty. Muchísimo más».
– No voy a estar aquí mañana para la fiesta de Acción de Gracias -añadió él.
No dijo que, por lo tanto, ella ya no estaba invitada. No tuvo que hacerlo.
Kelly agarró su chaquetón y se lo puso. Entonces, metió la mano en el bolsillo para sacar los guantes.
– No te preocupes por ello. Yo ya lo he celebrado -repuso ella con voz gélida-. Es mejor que me marche. Randi no parece estar muy interesada en hablar con nadie del departamento del sheriff en estos momentos. Volveré.
Se dirigió hacia la puerta. Cuando él trató de agarrarle el codo, ella se zafó. Había caído en aquel truco en demasiadas ocasiones. Incluso ella misma lo había hecho víctima de aquel juego una vez. Qué idiota había sido.
– ¿Kelly?
– Sé de qué vas, McCafferty.
Abrió la puerta sin molestarse en explicarle nada. Quería que él pensara que se refería a lo de agarrarla por el codo cuando ella se marchaba para besarla después. Ya no importaba que se refiriera a algo mucho más serio.
Salió al exterior. El viento soplaba con fuerza, pero no le importaba. El gélido aire la hizo reaccionar y hacerse más fuerte, recordándola que no estaba muerta aunque se estaba empezando a sentir muy vacía por dentro.
– Te acompañaré al coche -anunció él. Se puso a caminar a su lado, sin preocuparse de ponerse un abrigo ni nada por el estilo.
– No te molestes.
– No es molestia alguna.
– Soy policía, McCafferty. Puedo llegar sola a mi coche sin problemas.
– Espera un minuto.
Kelly no lo hizo. Simplemente siguió andando sobre la crujiente nieve.
– Kelly, ¿qué diablos ha pasado? -le preguntó Matt mientras ella abría la puerta del todoterreno.
– He despertado -respondió ella mientras se sentaba al volante-. Ahora, tengo que marcharme. Regresaré para hablar con Randi y te mantendré informado sobre todo lo que ocurra con la investigación, pero he estado pensando y creo que no es buena idea que ninguno de los dos se implique demasiado en una relación en estos momentos…
– Espera un minuto, maldita sea…
– Mira, lo de Seattle estuvo bien, pero creo que es mejor que yo mantenga la perspectiva. No me gustaría hacer nada que comprometiera mi profesionalidad.
– Pensaba que ya habíamos hablado de esto.
– Y te repito que lo he estado pensando otra vez. Lo que ocurre es que tú y yo tenemos intereses muy diferentes. Estamos en etapas muy distintas de nuestras idas.
– Eso suena como si fuera un discurso enlatado.
– No lo es. Tengo mi trabajo. Tú tienes tu rancho.
– ¿Y?
– No hay nada más que decir. Voy a terminar esta investigación o moriré intentándolo, y tú vas a regresar a la frontera de Idaho -afirmó. Entonces, arrancó el motor del coche-. Adiós, Matt…
El corazón se le retorció de dolor al escucharse decir aquellas palabras. Vio los sentimientos encontrados que se reflejaban en el rostro de Matt. Incredulidad, desconfianza e ira.
Mala suerte.
Decidió que él lo superaría. Metió la primera marcha del todoterreno y puso el vehículo en movimiento.
Él siempre lo superaba.
¿Qué diablos acababa de ocurrir? Matt metió un par de vaqueros, dos camisas y sus cosas de aseo en su bolsa de viaje. No entendía nada del cambio de actitud que se había producido en Kelly. Un minuto antes había estado flirteando con él y, a continuación, después de que él estuviera unos minutos hablando por teléfono, se había mostrado tan fría como el hielo mientras le decía en pocas palabras que su relación, tan tórrida y apasionada pocos días antes, había terminado. No se lo podía creer.
Ninguna mujer respondería del modo en el que ella lo había hecho para terminar dándole la espalda sin una buena razón.
Cerró la cremallera y se colgó el asa del hombro. Con una última mirada a su dormitorio, que había vuelto a ocupar después de tantos años, decidió no prestar atención a la sensación de que dejaba atrás mucho más que una vieja cama y una colección de antiguos y polvorientos trofeos de rodeo.
No. Había algo más. No sólo sus hermanos y su hermanastra, sino también las gemelas, el bebé y Kelly. Dios. ¿Por qué le dolía tanto pensar que no volvería a verla durante unos días y, peor aún, que tal vez no volvería a besarla, ni a tocarla ni a hacerle el amor nunca más?
«Tienes que superarlo. Se trata tan sólo de una mujer».
Las palabras de ánimo no le sirvieron de mucho. Esa era verdaderamente la clave del problema. Kelly no era tan sólo una mujer.
Demonios.
No tenía tiempo para pensar. Tenía que regresar a su rancho aquella misma noche. Ya lo había pospuesto demasiado tiempo. Striker se había trasladado al rancho. Randi y el bebé deberían estar completamente a salvo con Thorne, Slade y el arsenal de armas de su padre.
Además, tenía intención de regresar muy pronto a Grand Hope. Por su familia. Por las preguntas sin respuesta que aún rodeaban los intentos de asesinar a Randi, pero, lo más importante, por Kelly.
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