– Te has levantado muy temprano -comentó al verlo en la cocina. Se sirvió también una taza de café.
– Hoy es un día muy importante.
– Sí. La señorita Randi regresa a casa -dijo ella, con una sonrisa en los labios.
– Ese es el plan. Supongo que es mejor que empiece a sacar muebles de la habitación de invitados para dejar sitio al resto de las cosas.
– Entonces, cuando esté en casa, podremos tener la boda -susurró la mujer, con los ojos brillantes de alegría-, ¿verdad?
– Sí. Claro que sí.
– Tal vez tú serás el siguiente.
– ¿Para qué? ¿Para casarme? No lo creo -respondió, tal y como hacía siempre cuando alguien sacaba a colación el tema del matrimonio.
Juanita no respondió. Se limitó a colgar su abrigo, pero a Matt no se le pasó por alto la sonrisa que se dibujó en los labios de la mujer. Parecía que, en opinión de Juanita, Matt estaba también a un paso del altar. ¿Tan evidente era?
Pensó en Kelly. Dios, la deseaba tanto… Sin embargo, no podía imaginarse que ella quisiera ser la esposa de un ranchero ni irse a vivir tan lejos. Por décima vez, concluyó que aquello no progresaría.
Al oír que el bebé comenzaba a llorar, se dirigió a la habitación de J.R.
– Eh, campeón -le dijo Matt. Lo tomó en brazos y se lo colocó sobre el hombro-. ¿Qué te pasa? ¿Tienes hambre?
Mientras el bebé lo miraba, Matt lo colocó sobre el cambiador y, con más destreza de la que hubiera creído posible, le cambió el pañal. Cuando terminó, se lo llevó a la cocina, donde Juanita ya le estaba preparando su biberón. Cuando estuvo terminado, Matt se lo llevó al salón y allí se sentó sobre la vieja mecedora al lado del fuego de la chimenea.
Con ojillos brillantes, J.R. se tomó ávidamente su biberón mientras Matt lo miraba lleno de asombro.
– Mamá va a venir a casa hoy mismo -susurró-. Y ya verás. En cuanto te vea, se va a deshacer. Tú y yo vamos a tener que cuidar de ella, ¿sabes?
Se reclinó en la mecedora y, sin poder evitarlo, pensó en Kelly. Se imaginó un bebé, tal vez una niña, con brillante cabello rojo y enormes y curiosos ojos pardos.
Sorprendentemente, aquel pensamiento no le asustó. En realidad, le resultó de lo más seductor.
– Escuche, les he contado a usted y a Roberto Espinoza todo lo que recuerdo -insistió Randi. Estaba semitumbada en la cama del hospital, pero ya no llevaba una vía. Iba vestida con un chándal, se había pintado los labios y tenía una actitud arrogante. Atravesó a Kelly con la mirada-. Me marcho a mi casa y voy a conocer a mi hijo por primera vez. Mañana, mi familia va a celebrar el día de Acción de Gracias con algo de retraso y, en estos momentos, me gustaría olvidarme de todo lo que ha ocurrido, ¿de acuerdo? Sé que usted sólo está intentando realizar su trabajo, pero le ruego que me deje respirar.
– Efectivamente, el detective Espinoza y yo sólo queremos ayudarla -afirmó Kelly con firmeza-. Tratar de protegerla a usted y a su bebé.
– Lo sé. De verdad. Sin embargo, le ruego que no me sermonee sobre mi seguridad, ¿de acuerdo? Créame si le digo que ya he escuchado todas las razones por las que debería quedarme en el hospital, colaborando con la policía y viviendo una vida de prisionera hasta que consigan arrestar a la persona que anda detrás de mí, pero eso no va a ocurrir. Mire, no quiero resultar desagradecida, porque agradezco mucho lo que ustedes intentan hacer. Se trata simplemente de que me muero de ganas por ver a mi hijo. Me estoy volviendo loca sentada aquí. Aún no he tenido oportunidad de ejercer como madre y mi hijo ya tiene más de un mes. Creo que ahora lo más importante para mí es establecer un vínculo emocional con mi hijo -confesó. La sinceridad de sus palabras le llegó a Kelly muy dentro-. ¿Sería demasiada molestia para usted ir al rancho dentro de unas pocas horas, después de que yo me haya instalado y haya tenido oportunidad de ver a mi hijo?
Kelly no era inmune a lo que Randi le estaba diciendo. A Espinoza no le gustaría, pero a Kelly no le interesaba especialmente estar a buenas con él. Aún se sentía dolida por las insinuaciones que el detective había hecho sobre su vida amorosa.
«No se trata de tu vida amorosa. No te engañes. La otra noche te lo pasaste bien, pero fue sexo. Nada más. Al menos para Matt»
Acababa de pensar en estas palabras cuando él entró por la puerta. Matt la miró a los ojos y, durante un instante, ella sintió el mismo calor y la misma intensidad que antes. El estómago se le tensó. Tuvo que mirar de nuevo a Randi.
– Lo comprendo. Pasaré a verla más tarde. Después de cenar.
– Gracias -dijo ella-. Estoy segura de que mis hermanos podrán ocuparse de mí hasta entonces.
– Lo intentaremos -afirmó Matt. Entonces, ofreció a Kelly una sonrisa que a ella le recordó la pasión que habían compartido. Lo más ridículo fue que se sonrojó. Por el amor de Dios, era policía. No podía consentir que un vaquero le hiciera comportarse como si fuera una estúpida colegiala-. ¿Cómo estás?
– Bien. Sólo quiero salir de aquí… oh… veo que no estabas hablando conmigo -dijo Randi.
– Me refería a ambas.
– Estoy bien -replicó Kelly-. Estaré en el pasillo y me aseguraré de que puede entrar en el vehículo sin problemas con la prensa.
– Creo que podremos arreglárnoslas. Slade se está ocupando de los papeles del alta y hemos aparcado el coche cerca de una entrada trasera.
– Muy bien -afirmó Kelly-. Iré a verla esta noche sobre las siete, ¿le parece bien?
– Sí. Y gracias.
Kelly salió de la habitación. ¿Por qué se sentía tan incómoda con Matt? Habían hecho el amor. ¿Y qué? Tenía treinta y dos años, por el amor de Dios, y era detective de profesión. Tenía todo el derecho a hacer lo que quisiera, pero jamás había sido una mujer promiscua. Jamás había creído en el sexo por el sexo ni se había permitido tener aventuras sin alguna clase de sentimiento. De hecho, aparte de su novio del instituto, el de la universidad y otro hombre, no había tenido más relaciones. Su hermana, por el contrario, se había enamorado en una docena de ocasiones y se había casado dos veces. Kelly siempre se había mostrado muy cautelosa y había vivido su vida utilizando la cabeza en vez de escuchar al corazón.
Hasta aquel momento.
Hasta Matt.
Él la alcanzó antes de que se marchara.
– Sólo quería decirte que la cena de Acción de Gracias será mañana a las seis.
– No salgo hasta las cinco, pero sí, me encantaría.
– Bien. Además… el sábado es la boda de Thorne y Nicole. Me gustaría que fueras mi pareja.
– Sí, ¿verdad? -bromeó ella.
– A menos que tengas otros planes.
Kelly se echó a reír. ¿Qué era lo que tenía Matt McCafferty? Un minuto hacía que ella se sintiera muy tímida y, al siguiente, la hacía flirtear con él como nunca lo había hecho en toda su vida.
– Los cancelaré -bromeó ella. Entonces, echó a andar de nuevo, pero Matt la agarró por el brazo y, tras darle la vuelta, la besó hasta hacerle perder el sentido.
– Hazlo -afirmó. Con eso, se dio la vuelta y volvió a entrar en la habitación de Randi.
Kelly se aclaró la garganta. Vio que dos enfermeras apartaban rápidamente la mirada, fingiendo que no habían visto nada. Entonces, vio a Nicole que avanzaba por el pasillo.
– Es un canalla arrogante, ¿verdad? -comentó la doctora mientras Kelly trataba de recuperar un poco de integridad.
– El peor.
– Como sus hermanos -replicó Nicole con una sonrisa-. Sé que a veces me he excedido un poco, sobre todo en lo que se refiere a mis pacientes, pero espero que comprendas que no se trataba de nada personal.
– Lo comprendo.
– Y espero que vengas a la boda. Sé que no te he avisado con mucho tiempo, pero Thorne y yo queríamos esperar hasta que Randi pudiera asistir. Es este sábado por la noche.
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